La muerte de dos hombres de Green Bell pone a todo la cuidad en alerta.
¿Fueron atacados por un animal? ¿Qué clase de animal haría eso? ¿Un oso tal vez?
Personas desaparecidas, cadáveres descuartizados y un acosador sin identidad harían que el cul...
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Emma me miro horrorizada y yo la mire expectante.
Tenía mi celular en su mano, parecía estar procesando lo que había leído. Intente descifrar lo que iba a decir, esperaba que no creyera que estaba loca por pensar que realmente Jade habia mandado ese mensaje.
¿Qué tan probable era?
Nunca había creído en los fantasmas. No tenía ninguna experiencia paranormal relatable, además de las fotos de su patio trasero en las cuales aparecían esas bolas de luz que eran las almas de los espíritus y no simples esporas del aire.
—¿En qué piensas? —pregunté harta de su silencio.
—En cosas tristes —murmuró. Luego bloqueo mi celular y se agacho a dejarlo en mi mesita de luz.
Fruncí el ceño pues no me esperaba para nada que estuviera tan calmada.
—¿No tienes miedo?
—Dios. Vanessa —tomo mi mano y se sento a mi lado —. Dime que no crees que es un fantasma.
Por supuesto que pensaba que estaba loca.
—¿Qué mas podria ser?—pregunté levantándome de la cama, me tenía muy nerviosa el ser escaneada por esos ojos azules tan profundos. Emma no era de mirar a los ojos solo lo hacía cuando quería incomodar a la otra persona, pero en este caso me estaba haciendo sentir estúpida.
—Yo creo que ese mensaje lo mando ella cuando estaba siendo atacada y que no llego por algún motivo —dijo.
Abrí mi boca para decir algo pero eso tenia un poco más de sentido que pensar que Jade desde el más allá había decidido darme un susto de muerte con ese mensaje.
Y sí era como decia Emma solo podía sentirme peor.
Quizás Jade me habia pedido ayuda y el mensaje nunca llegó.
Incluso si me mandaba mil mensajes no había forma de que yo los viera, me quede dormida muy rápido y tenia el celular en silencio, solo podía recibir llamadas.
Un nudo se me formó en la garganta y estaba luchando de repente contra las ganas inmensas de llorar.
La culpa me estaba matando, se comía mi vida lentamente; me había quitado las ganas de reír, de disfrutar la comida, de trabajar con calma y de hacer planes a futuro.
Solo sentía que no merecía vivir.
—No es nuestra culpa —dijo Emma como si me hubiera leído la mente.
Emma debió ver que su conclusión me había echo pasar de sentir miedo a entrar en una depresión absoluta en cuestión de segundos. No quería que se sintiera culpable pero mi estado mental pendía de un hilo, cualquier cosa que me hiciera pensar en la muerte de Jade me ponía al borde de una ataque de llanto.
