Capítulo II

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                               Parte I

 1984

Newark, Nueva Jersey.

 Los anaranjados rayos de sol golpeaban aun fuertemente las calles de un pequeño barrio al norte de Newark. Era quizá, el verano más violento en una década y todos estaban enloquecidos con ello. El hielo y el aire acondicionado había subido su precio casi en un 100 por ciento y muchas familias habían quedado sin aquel privilegio producto de los altos precios.

El único ruido a esa hora de la tarde era la de los ventiladores en la sala de cada una de las casas. Los niños estaban demasiado aturdidos cómo para jugar en la calle, disfrutando sus semanas de vacaciones de verano y los padres, algunos desempleados, pasaban las horas junto a una tibia botella de cerveza.

En la pequeña casa al final de la calle el panorama no era diferente, la madre se dedicaba a hacer costuras en casa y el padre trabajaba de mecánico en un taller a sólo 5 minutos de casa. El único hijo de ambos estaba en su cuarto, haciendo quien sabe qué.

Frank Iero, de 11 años esperaba, acostado en su cama, la señal de su  mejor amigo desde que tenía memoria: Gerard. Un muchacho tres años mayor que vivía a dos casas de distancia. Ambos tenían planeado ir a espiar a la nueva familia que se mudaba al barrio, según habían escuchado el camión de la mudanza llegaba aquella tarde.

Lanzó un fuerte bostezo al tiempo que se quitaba las zapatillas, listo para dormir una pequeña siesta y así olvidar un poco la ola de calor. Pero entonces recibió la señal, Gerard movía un espejo quebrado contra el sol, provocando esos brillantes destellos que años antes, cuando por casualidad habían roto el espejo del auto del señor Iero, habían descubierto y adoptado como señal entre ambos.

En cuanto vio el desello su sueño se esfumó, saltó fuera de la cama y se calzó rápidamente las zapatillas para bajar corriendo las escaleras y, salir por la puerta principal.

Gerard era más alto que él –aunque cualquier persona, mayor o no era más alta- tenía el cabello completamente negro, la piel muy blanca y los ojos verdes. A veces, cuando se quedaban en la casa del otro jugaban a que él era un vampiro. También un leve sobrepeso que más de una vez le ocasionó burlas en el colegio. Frank por su parte era bajito y muy delgado, tenía el cabello castaño, los ojos pardos y la piel bronceada.

El aspecto era lo que más los diferenciaba, simplemente eran dos personas muy diferentes que estaban juntas. Pero había algo que los unificaba nuevamente, algo que los hacía parecer dos caras de una misma moneda: ambos pensaban igual. Algunos creían que era por el tiempo que pasaban juntos, o simplemente, porque después de tantos años, sus mentes se habían hecho una.

La madre de Gerard siempre le reclamaba esta peculiaridad, alegando que ni con su hermano menor, con quien se llevaba seis años de diferencia, ocurría esto. El pequeño Mikey era el ser más diferente a su lúgubre hermano mayor que a sus diez años había adoptado el sótano cómo habitación.

Y quizá era por lo mismo que los demás niños del barrio no jugaban con ellos. Desde pequeño Frank había actuado con madurez, intentando pasar por alto esos tres años que lo diferenciaban de su único amigo. Y Gerard a su vez intentaba madurar aún más, fingiendo una faceta oscura y fría, que escuchaba música violenta y leía libros para adultos.

— Hasta que llegaste ¿Qué hacías? —exclamó Gerard poniéndose de pie y guardando el trozo de espejo en el bolsillo de su ancho pantalón corto— ¿Te maquillabas acaso?

Frank rodó los ojos y sonrió. Estaba acostumbrado a los modales petulantes de Gerard, él siempre era quien le bajaba los humos o lo traía de vuelta en esos momentos en los cuales se volvía más violento y huraño.

Expediente 512: Los Asesinos de Monroeville • frerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora