Desconocida

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Por primera vez esperaba ansiosa la llegada del lunes, luego de tanto tiempo desperté con una sonrisa, una sonrisa la cual solo un pequeño pelirrojo logró dibujar en mi rostro. Me observé con detenimiento en el espejo aún algo empañado del baño, ¿Quién es ella? Su rostro desborda alegría, despreocupación, vida. Una completa desconocida de nombre Juleka Couffaine.

Una mañana no muy distinta al resto, pero con la gran diferencia de que esta vez no llevaba mi adorada cuchilla guardada en el bolsillo lista para ser utilizada durante el receso. Durante el desayuno, aquella sonrisa permaneció en mi rostro ante la extrañada mirada de mi madre, quien parecía no poder creer lo que tenía ante sus ojos. Trató de no prestarme atención y se mantuvo en silencio total, para suerte mía.

Aún sentía un leve ardor en las zonas de los cortes realizados hace algunos días, el cual se iba por momentos y volvía de forma punzante. Cierto era que éstos aún no habían sanado por completo, pero opté por no tomarles demasiada importancia. Se me vino a la mente el cumpleaños de Marinette, probablemente ese sería el tema de conversación del día en la escuela, y no era de esperarse que a Chloé se le ocurriría decir alguna cosa desagradable.

Llegué al aula mucho más temprano de lo habitual, noté que la maestra aún no había llegado al igual que el pelirrojo. Suspiré y me senté en mi lugar. Una mirada azul cielo se posó sobre mí, y unos pasos hicieron que la distancia entre ambas sea nula. Marinette llevaba una pequeña caja entre sus manos, y una sonrisita tímida se formó en su rostro.

—Hola Juleka, no te vi en mi fiesta —cambió su expresión por una media sonrisa.

—Hum —fue mi única respuesta.

—Ah... te traje esto —dijo extendiéndome la caja para luego irse rápidamente con Alya, Nino y Adrien.

—Gracias... —dije para mí misma, pues la azabache ya no se encontraba frente a mí.

Por mera curiosidad abrí la caja para ver el contenido de la misma, dentro de ella se hallaba un cupcake rosa con la letra "M" de color blanco. Se veía bastante bueno, pero dudaba si comerlo luego de lo que le hizo a mi novio.

Pasados unos minutos, una cabellera roja hizo que mis latidos comenzaran a acelerarse, y una sonrisa causó que por poco me cayera de la silla. Antes de poder reaccionar, la azabache que anteriormente se había acercado a mí fue a donde se encontraba el de ojos turquesas, llevaba una caja igual a la que me entregó. Me dió rabia la hipocresía de Marinette, pues si quiera invitó a Nathanaël a su fiesta, pero le trajo un obsequio probablemente para mantener su imagen de "chica buena" frente a los demás.

Nathanaël solo asintió con la cabeza, y con aquella caja se dirigió hasta el lugar al lado del mío.

—Buenos días —sonrió.

—Hola —contesté desviando la mirada.

—Por lo visto también recibiste uno de estos —dijo señalando la caja con el cupcake.

—Sí, lo tiraría a la basura pero me da algo de lástima desperdiciar la comida.

—A menos que esté envenenado —añadió pensativo.

Ante la peculiar respuesta solo sonreí divertida.

Unos minutos después, divisé a Chloé y a Sabrina paradas frente a la ojiazul, quien también les extendió las cajas con cupcakes. Fruncí levemente el ceño.

—Vamos, solo pruébalo —dijo Marinette mirando retadoramente a la rubia.

—Ni creas que comeré esta cosa, ¿Verdad Sabrina?

La pelinaranja que se hallaba a su lado tenía ya su pastelillo a medias, parecía disfrutarlo.

—¡Sabrina!

Suspiré. Dirigí la mirada hacia mi ahora novio, ambos actuamos como si no hubiese pasado nada a pesar de lo ocurrido hace unos días. El pelirrojo estaba un poco apagado, un estornudo por parte de él llamó mi atención.

—¿Te sientes bien? —interrogué tomando su hombro, ahora la preocupada era yo.

—Estoy mareado, creo que me enfermé —contestó recostándose en la mesa.

—O te enfermaste, o te dejé embarazado... —añadí intentando aguantar las ganas de reír.

El rojo se apoderó del rostro de Nathanaël, quien al instante cubrió su boca para que su risa no se oyera tan fuerte. La maestra llegó y empezó las clases como cualquier otro día.

Al finalizar nuestra última clase, decidí ser yo quien acompañara a Nathanaël hacia su casa, no se veía para nada bien.

—Toma mi brazo, no quiero que termines cayéndote.

—No estoy tan mareado... —contestó para luego empezar a caminar como muerto viviente.

Rodé los ojos y lo tomé del brazo, permanecimos en silencio un rato.

—Nathanaël...

—¿Sí?

—Mejor te lo digo cuando lleguemos.

Tuve que ayudar al de ojos turquesas a abrir la puerta, pues sus manos estaban temblorosas. Al ingresar a la casa rodeé su cintura y lo ayudé a subir a su habitación, era la primera vez que conocía su casa, se veía muy linda a diferencia de la mía.

En la habitación del chico solo se encontraba un escritorio lleno de materiales de dibujo, un armario, y sobre la cama, una guitarra acústica.

—Nunca me dijiste que tocabas —dije señalando el instrumento.

—Apenas estoy aprendiendo —contestó dejándola a un lado y recostándose sobre la cama.

—¿Necesitas algo? —pregunté tocando su frente— Estás hirviendo.

—Por ahora no, ¿Qué es lo que querías contarme? —preguntó con la mirada perdida en el techo.

—¿Seguro que no necesitas nada?

No recibí respuesta de su parte, suspiré mirando al suelo.

—No he sentido la necesidad de cortarme desde hace ya una semana, ¿Sabes? Siento que cambiaste radicalmente mi vida, al verme en el espejo mis ojos ya no expresan una tristeza profunda, más bien todo lo contrario...

Sentí su mano acariciar suavemente la mía con algo de dificultad, sonreí.

—Dormiré un rato, creo que será lo mejor.

—Deberías tomar algo, voy a traerte una pastilla para el dolor de cabeza y una taza de té.

—Las pastillas están en el tercer cajón del mueble de la cocina.

Asentí. Bajé por ella y puse a hervir el agua para preparar la taza de té, pasados unos minutos ya tenía todo listo. Me dirigí a la habitación de Nathanaël y le entregué ambas cosas, dió un pequeño sorbo del té y se tomó la pastilla para luego quedarse dormido.

Me recosté a su lado y cerré mis ojos, no tenía intención de dormir, solo no quería dejarlo solo.

Sin darme cuenta terminé cayendo en los brazos de Morfeo, al abrir mis ojos y ver de reojo por la ventana, pude apreciar que el cielo ya se encontraba con los tonos naranjas y amarillentos característicos de la puesta de sol. Al girar noté que a mi lado no había nadie.

Sentado al borde de la cama se hallaba el pelirrojo con la guitarra entre las manos, estaba tocando una canción.

—Te recuperaste muy rápido —me senté a su lado.

—No del todo, pero gracias por haberte quedado conmigo, te amo —sonrió para luego besarme suavemente.

Mis latidos se aceleraron al oír aquellas palabras, te amo... nunca pensé que alguien me dedicaría esas dos simples, pero hermosas palabras.

Pasadas un par de horas, levanté mi suéter del suelo y me lo coloqué para luego, finalmente, acomodar mi cabello. Lo habíamos vuelto a hacer, y fue tan emocionante como la primera vez.

Era definitivo, me sentía una nueva Juleka Couffaine, ya no la triste y solitaria, sino una nueva que desbordaba alegría, y esperaba que aquella felicidad durara por siempre.

La Chica de las Cortadas [Julenath]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora