Aquella pocilga

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El profesor Seagan recibió la llamada de Sergi. Su viaje desde Madrid había estado lleno de sorpresas y las diversas emociones de nuestros amigos estaban a flor de piel. Sin mencionar que sus nervios habían sido puestos a prueba.

A pesar del retraso, Seagan no podía enojarse. Después de todo, traían a Osmany.

Nuestros amigos llegaron a Sevilla un par de horas después de que Sergi hablara con el profesor Seagan. Al llegar, los chicos buscaron una zona de la ciudad que fuera tranquila y no muy concurrida, pues no querían llamar la atención, entre más desapercibidos pasaran era mejor para ellos. Se hospedaron en una pensión de mala muerte donde todos (o casi todos) se quejaron de que el olor a humedad se mezclaba con el tufo que recorría cada uno de los pasillos de aquella pocilga. Las paredes manchadas, era imposible determinar su color original. El piso no solo tenía también un color indeterminado, sino que además parecía que las zuelas de los zapatos se quedaban pegadas al caminar. En una sola palabra, el lugar era horrible.

-No se quejen. Yo he tenido que dormir hasta en la calle- dijo Sergi, que como sabemos, ha vivido ya bastantes años, incluso desde antes de la invención de la cama.

Damian no era tan viejo (incluso, por su aspecto pareciera más joven de lo que es), pero también había pasado por incomodidades similares, la diferencia era que esta vez, no era por la pobreza extrema como en las anteriores ocasiones, sino por el sigilo con el que debían moverse.

Osmany y Orianna no se quejaban en serio. Ellos estaban más bien indiferentes a toda esta situación, pues tenían asuntos que les preocupaban más. Orianna seguía en shock por haber visto "morir" a Osmany y el negro corpulento estaba consternado por todo lo nuevo que estaba viviendo, descubrir que alguien andaba tras sus pasos, que no era el único inmortal, que formaba parte ahora de un grupo de pseudo-heroes que buscaban encontrar a quienes los buscaban a ellos.

El profesor Seagan estaba impaciente. Se asomó una vez más a la ventana. Hasta la última vez que Seagan y Sergi se habían reunido, meses atrás en Bolivia, habían llegado a la conclusión de que el poder de la inmortalidad podía tener dos orígenes. Uno que había sido dado por Dios directamente a los hombres como se puede leer en el Génesis y la otra forma, hasta entonces, desconocida por todos menos unos cuantos, pues diremos que su descripción y crónica reposan en los libros oscuros, guardados en las bodegas secretas del Vaticano. Ni el profesor con todos sus contactos conseguidos en los últimos años había podido acceder a los libros oscuros. De hecho, no había conseguido siquiera que el Vaticano admita la existencia de los mismos.
Un cardenal que había sido expulsado del Vaticano y encerrado en una hacienda, incomunicado totalmente, contó sobre los libros oscuros al profesor durante una fiesta ilegal en esa hacienda estando el cardenal en estado de embriaguez. Justamente ese había sido su pecado años antes para merecer la expulsión, revelar revelar secretos muy importantes del Vaticano.

De acuerdo a la infidencia del cardenal ebrio, esa noche, durante la fiesta, existía un método para obtener la inmortalidad invocando al ángel rebelde. El mismo Lucifer, el cual no vivía en el infierno como nos hicieron hacer creer. Sino que habita en la misma tierra, entre nosotros al igual que los inmortales.

El ritual consistía en una serie de oraciones, ayuno, una rutina de rezos y ciertas acciones durante semanas además del sacrificio de un inmortal que esté dispuesto a perder su condición, algo que ambos en Bolivia estuvieron de acuerdo en que era imposible. Pues en los últimos siglos Sergi no había conocido a nadie dispuesto a sacrificar su inmortalidad.

En esta ocasión, Sergi sugirió que tal vez alguien estaba transfiriendo la inmortalidad de algunas personas a otras en contra de su voluntad.

Sergi apareció en la puerta. Estaba solo.

-Dónde están los demás?- Inquirió Seagan. Quien esperaba ansioso especialmente por conocer a Osmany, que se encontraba junto con Orianna y Damian en el hotel, a pocas calles de ahí.

-Una vez más estaremos solo usted y yo profesor.

-Esta vez somos tres Sergi, o debo decir Abel?-

Esto último estremeció a Sergi, absolutamente nadie sabía su secreto. Nadie que siguiera vivo al menos. Y es que en ese momento Sergi, al seguir el sonido de la ahogada y lastimera voz notó que había alguien más en la sala además del profesor. Una figura humana en el rincón, sentado en un sillón. Su cuerpo diminuto, seco, prácticamente piel y huesos. Una momia viviente que de no ser por la oscuridad de esa área de la sala, habría estremecido al mismo Sergi que en sus miles de años de vida ya lo había visto todo. Bueno, casi todo hasta ahora.

Los demás, en el hotel, estaban jugando cartas. Un juego muy popular en Cuba que Osmany enseñó a sus amigos. Ya iba entrando en confianza, al menos se ya divertiría un poco con estas personas.

-Eso es trampa- Gritó riendo Orianna al tiempo que lanzaba las cartas sobre Osmany.
Damian, aparentemente afectado por la notoria química que había entre sus amigos, se retiró al balcón de la habitación.
Miró al horizonte, luego empezó a mirar en varias direcciones hasta que corrió nuevamente al interior del cuarto.

-Tenemos que salir de aquí ahora!- Dijo acalorado mientras agarraba su mochila y se dirigía a la puerta.

Llegó al pasillo, se detuvo, volvió al interior de la pieza para gritarles a Orianna y Osmany

-Hey!! No escucharon? Tenemos que salir de aquí!! Nos están vigilando!

Ante el grito de Damian nuestros jóvenes amigos se levantaron de la cama y corrieron hacia la parte de atrás de la edificación. No estaban seguros aún de lo que harían, pero no podían quedarse en ese lugar. Sergi no contestaba su celular y no sabían qué hacer. Así que hicieron lo único que se les ocurrió. Saltar hacia el patio de la casa de atrás de la pensión de mala muerte donde se habían hospedado. Pero de qué huían? No deberían hacerlo, pues ellos eran inmortales, pero hasta los inmortales estaban siendo asesinados, así que mejor escapar.

De vuelta en la casa donde Sergi se encontró con Seagan, Sergi seguía tratando de dar crédito a sus ojos. A oscuras apenas lograba ver la piel reseca de este anciano, no podía creer que algo así estuviera vivo. Sus ojos apenas entreabiertos por la poca flexibilidad de lo que parecía que alguna vez fueron párpados. Sus manos, eran solo los huesos con una fina capa de piel pegada a ellos. En algunas partes, ni siquiera había piel. Sergi no atinaba a hacer nada más que quedarse mirando esta cosa ante el silencio del Profesor Seagan hasta que esta extraña cosa del sillón volvió a hablar.

-Qué ocurre Abel? Ya no reconoces a tu propio hermano?

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⏰ Last updated: Feb 15, 2020 ⏰

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