CAPÍTULO 45: Final

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¿Podía ser aquel momento más perfecto? Estaba tan extasiado que apenas atinó a levantarla en brazos y dar vueltas de la emoción por todo el patio descampado.

—Jamás te dejaría, Aaron.

Fue directo a su auto, y después de dejarla cómodamente sentada, condujo hacia el apartamento de Amber, demasiado feliz como para que algo pudiera arruinarlo. Haría que aquella tarde lo valiera, ella lo recordaría por siempre y se encargaría personalmente de eso.

—Sé que no es el momento oportuno pero Marcel está en casa.

Suspiró profundo y le dirigió una mirada fugaz, esperando que realmente ella estuviera bromeando.

—¿Es tu casa también, no?

—Si...

Se encogió de hombros. Entonces no había ningún problema, podría tener toda la privacidad que quisiera aunque debiera dejar un par de cosas en claro a Larousse. Mucho tiempo se había contenido de darle su merecido o de siquiera enfrentarse a Marcel por ella. No había querido hacerle ningún tipo de daño.

Pero no dejaría que el idiota de su hermano hiciera a su encantadora Amber pasar un mal momento. No iba más con querer quedar bien con él, iba a callarlo como debió haberlo hecho tiempo atrás. Así que cuando llegó, apenas pudo recordar ese pequeño detalle porque de pronto se encontraba sosteniéndola en brazos y oyéndola reír con cada cursilada que decía. Y es que estaba tan emocionado por tenerla nuevamente en su vida, parta de él, como para poder estarse tranquilo un segundo más.

—Oh, preciosa, no vas a arrepentirte de esto.

Sólo quería un tiempo a solas con ella. Si bien estuvieron viéndose antes, deseaba con ansias tomarla y disfrutarla cada segundo como la maravilla que era. Deseaba poder besarla y amarla sin temores, recuperar el tiempo perdido y hacer valer aquello.

La tenía de vuelta, ¿qué podía ser mejor?

—Aaron, tenemos mucho tiempo —La oyó reír en su oído, dándole besos en el cuello mientras él intentaba abrir la puerta con tanto nerviosismo y torpeza que tardó un largo minuto lograr abrirlo—. Sólo tranquilo, ¿sí?

—Jodida puerta del infierno... —exclamó antes de ingresar campante.

Rodeó los muebles y fue directo a la habitación de la castaña.

Era una tarde de reconciliación, claro que sí.

La depositó con suavidad en la cama y se deshizo de la molesta chaqueta que envolvía a Amber, despojándola de cada prenda mientras, lentamente, le daba suaves y húmedos besos por doquier. Acarició sus mejillas y besó su cuello, bajando por sus hombros en un inútil intento por mantenerse en calma.

Fue una tarde de amor cuando lo único que pudo hacer fue amarla espléndido en aquella vieja cama. La besó y, sin dejar de mirar aquellos hermosos ojos marrones que le quitaban la respiración cada noche, disfrutó cada instante en el que fue suya. Disfrutó como si fuese la primera vez mientras se movía tan lento y profundo en ella como podía, la respiración agitada y los pensamientos perdidos en Amber, supo que, aunque tanto lo había evitado cuando empezaron a conocerse, la amaba con todo su ser.

La quería feliz y protegida a su lado, sin nadie que pudiera hacerle daño como tanto tiempo atrás lo habían hecho. Era tan magnífica y preciosa en toda su esencia que le resultaba difícil entender cómo había tardado tanto en aceptarlo.

La amaba tanto...

Horas después allí estaban, sentados en el salón y viendo películas cuando la puerta principal se abrió. Una pareja joven entró entre risas y besos hasta que, sólo al cabo de breves instantes, se vieron todos.

AMBER ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora