Capítulo catorce

4.6K 455 354
                                    

Gracias al año bisiesto, mi cumpleaños caía sábado. Y era la primera vez que no lo festejaría en mi casa. No podría utilizar el quincho que mi papá había construido (o mandado construir) en el jardín, pero no me importaba.

La tarde del viernes, luego de pasar a buscarla por el colegio, fui con Melody a comprar la comida. Compramos gaseosa, cerveza, fernet, una que otra botella al azar, y encargamos sándwiches de miga, empanadas y pizzas.

—Sos un aburrido, nene —dijo mi hermana cuando llegamos al departamento—. No compraste guirnaldas, ni globos, nada... Parece un cementerio esto.

Y se mordió la lengua, porque ahí estaba el sofá... El sofá donde habíamos encontrado muerto al abuelo.

Sí, había pensado en deshacerme de él. Pero sabía que era una tontería. Era soo un sofá y deshacerme de él no nos traería de vuelta al abuelo ni me ayudaría a sobrellevar mejor el luto. Al contrario, me haría sentir culpable. ¿Cuál era la diferencia entre el sofá, la cama, la mecedora? Todo en ese departamento estaba impregnado del recuerdo de Don Maximiliano Del Ponte.

—¿De qué se va disfrazar Tommy? —le pregunté a Melody, mientras ordenábamos las botellas en la heladera—. No me quiso contar.

—Por algo será. Te querrá dar una... sorpresita. —Y sacudió las cejas con picardía por debajo de su flequillo castaño.

Sus palabras solo me impacientaron más.

—¡Dale, tarada, contame!

—No.

Melody se sentó en el sofá y se arrancó la pollera escocesa del uniforme escolar. Debajo tenía un short deportivo.

—Hablando del disfraz, tengo que ir a buscar el mío a la casa de esta chica... —murmuró, sacando el celular del bolsillo de su camisa.

Se lo había encargado a la amiga de una amiga, una tal Valeria que era un prodigio de la costura. Yo, sin dar muchas vueltas, había comprado un disfraz de policía hot por Mercado Libre. Por suerte, me había quedado perfecto. La camisa tal vez un poco ajustada, pero supuse que esa era la idea. Aunque las esposas eran una baratija de plástico.

Melody fue a la habitación a cambiarse. Se estaban cumpliendo dos semanas desde que mi hermana había dejado nuestra casa y dos meses de que yo la había dejado. Mamá ahora llamaba dos veces al día, pero papá mantenía su silencio incólume. A veces mamá decía su padre les manda saludos, pero yo dudaba que fuera cierto.

No te olvides de que hoy es mi cumple, le mandé a Fabricio por WhatsApp.

Me respondió al toque: ¿No era el 31? Hoy es 30...

Sonreí. Siempre tenía que explicar lo mismo. Que había nacido a la una y cuarto de la madrugada del 31 de octubre. Y que desde los 15 años, cuando mis padres empezaron a darme permiso para organizar fiestas nocturnas, los festejaba la noche del 30 y la madrugada del 31.

Copado, ahí estaré. Entonces no te saludo hasta la medianoche, jaja.

Dale, jaja. Traé a tu chica si querés.

Seríamos ocho: Tommy, Melody, Fabricio y tal vez su novia, Turquesa, Juan Manuel, Damián y Fabián, mi ex compañero del secundario. Mayra y Elisa no habían confirmado.

A eso de las tres llegó Tommy para ayudarme a limpiar. Para mi extrañeza, no traía ninguna bolsa o mochila con ningún disfraz. Vestía una musculosa negra y unos jeans cortados por las rodillas.

—¿Almorzaste, bello?

—Sí. Comí en el cole unas milanesas riquísimas que parecían suela de zapatos. ¿Sabes cuál es mi truco?

Mi cielo al revés (terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora