✾ Capítulo V » Corazón Inocente ✾

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  Aún seguía siendo primavera cuando las nubes grises cargadas de lluvia azotaron a la capital

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  Aún seguía siendo primavera cuando las nubes grises cargadas de lluvia azotaron a la capital. El clima se volvió más frío, por lo que los suéteres y los paraguas se hicieron más habituales entre los estudiantes del instituto. Algunos profesores eran más tolerantes antes los retrasos, pero continuaban acribillándonos con exámenes y trabajos.

Berenice y yo éramos de los primeros que llegábamos al salón, por lo que nos tocaba esperar a los demás.

Ese fin de semana, de los dos, ella había digerido más cerveza de la que podía tolerar, aún así ambos recordábamos a la perfección lo que había sucedido en mi apartamento. Y no le molestaba, para mi suerte.

Ese día, mientras esperábamos al resto, decidí centrar parte de mi atención en mis apuntes de matemáticas. Divisé de reojo cómo Berenice aproximaba el pupitre adjunto al mío, se acomodó en él subiendo el cierre de su chaqueta. Se colocó la capucha y se abrazó a sí misma, acurrucándose en su asiento.

—Ya estamos por graduarnos, Tiago. Y aún no aciertas con la flor.

Hice una mueca y la miré. Ella entreabrió los ojos.

—Deberías empezar a reconsiderar el darme pistas, Berenice.

Cerró los ojos haciendo un gesto raro.

—Mi casa ahora parece un zoológico de flores —dijo en un susurro. Se desplomó en su pupitre y se volvió a centrar en mí—, solo faltan los animales.

«Guardas las flores que te doy... ¿Qué...? ¿Animales? ¿Acaso también debo regalarte animales...?»

Luego de unos segundos en silencio mirándonos, estallamos en carcajadas. Estiró los brazos con descuido, se medio peinó los cabellos castaños bajándose la capucha y se levantó.

—La recompensa terminará venciéndose, chico de las flores.

—A todo esto, ¿qué es la recompensa exactamente? —Se colocó delante de mí inclinándose sobre la mesa—, eso podría motivarme.

Frunció el ceño, ensimismada.

Posó una de sus manos sobre mi mejilla, acortó la distancia entre nosotros y mantuvo su mirada fija en mí sin pestañear. Pasaron algunos segundos o quizás minutos y acarició mi cabello.

—Tus ojos son más claros que los míos —Sonreí tomando uno de sus rebeldes mechones—. Me gustan, pero creo que no solo son tus ojos, Santiago —Dejó de juguetear con mi melena y se alejó un poco. Suspiró colocando una mano a cada lado de su cintura—. Si descubres la flor podría terminar enamorándome de ti, Santiago.

«Algo me dice que ya lo estás, Berenice» Pensé cuando me levantaba del asiento.

Quizás fueron sus mejillas sonrojadas o quizás la confianza que tenía en ese pensamiento, lo que me llevó a acercarme a ella para dar un suave toque con mis labios sobre los suyos. Apenas pude sentir la suavidad del beso para alejarme.

A Santiago le gustan las flores | EIDA 1 [Editando]Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt