Cap 7: Feliz

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Para finales de marzo ya podía mover el pie izquierdo con menos dificultad. Me sentía preparado para bailar hasta ballet comparado a cómo estaba en un inicio. La situación resultaba muy graciosa al ser solo esa la parte de toda la pierna que podía mover. Desde la punta de los pies hasta el tobillo; el resto de la pierna era un peso muerto.

—Espero que no estés usando la silla de ruedas, John —me llamó la atención Carmen, mi terapeuta. Una mujer de baja estatura con el pelo ensortijado y unos ojos muy grandes. —Es más fácil, rápido y menos doloroso —le contesté mientras sentía como el agua de la piscina, donde tenía metido ambos pies, iba aumentando su temperatura.

—El camino a curarse suele ser el más doloroso, ¿sabes por qué? —incliné mi cabeza y entrecerré los ojos mientras pensaba.

Por un momento pensé que se refería a todo lo que he venido viviendo por Jenny. Y que tal vez es como decía Rocky: Ya debes dejarla ir y dejar que las heridas sanen. Pero era como si cada noche cogiera un filoso bisturí y remarcara las heridas que me dejó. Trazando cuidadosamente y lleno de odio, mientras el dolor se hace cargo de mi cuerpo. Como si fuese un masoquista. Pero era tonto al pensar que se refería a eso, porque era obvio que Carmen se refería a mi pierna y para eso no encontré una respuesta.

Negué con la cabeza mientras observaba el agua de la piscina que se estaba llenando de burbujas.

—Porque es la única manera que apreciemos la vida una vez curados. Jenny solía decir cosas así, solía citar a personas de vez en cuando. Después de una hora de masajes, que generalmente se basaba en diferentes movimientos de mi pierna en agua muy caliente, Carmen me explicó que el nervio comienza de la punta del pie y va por toda la pierna de largo hasta la columna vertebral. Dijo que ese moviendo del pie es sin duda una excelente señal de que pronto podría volver a ser una persona bípeda. Se despide de mí dándome mis muletas. Evitaba usarlas porque el dolor en las axilas era insoportable.

Cuando salí de la pequeña sala de espera cogí unas de las sillas de ruedas que se encontraban en la esquina de la habitación. Rocky no tardaría en llegar. Había prometido en pasar por mi cuando me embarcó en un taxi hace casi ya tres horas.

El día que tío Esteban le dio un paro cardíaco. Él me había asegurado que siempre acabaríamos siendo felices al final de nuestras vidas Nunca supe si en ese momento él estaba feliz, porque ese día murió. Ese día pasé buen tiempo sentado en una de las frías sillas de plástico de la clínica. Solo. Nadie vino por tío Estaban, llamé a mamá y dijo que oraría para que tío Esteban se recupere. Esperaba que todo salga bien en la operación que le estaban haciendo. Llamé a Rocky pero no contestó, llamé a Jenny y no sé por qué lo hice cuando su celular llevaba meses apagado.

¿Y si al final acabo igual que tío Esteban? ¡Cuánto extrañaba conversar con el tío Estaban! Solía hablar de sus años de servicio en la policía y de la bala que le atravesó la pierna. Si estuviera aquí seguramente se burlaría de mí porque mientras él había sobrevivido a un ataque terrorista yo estaba inválido por una baranda.

El día que me iba a casar me dijo que se sentía muy orgulloso de mí. Le dije que lo quería, que era como si fuera mi padre. El tío Esteban me abrazó de pronto dándome palmadas en la espalda.

—Yo también te quiero hijo —confesó con una voz suave. Mantuve los ojos bien abiertos, no porque el abrazo que me dio me quitara el aire sino porque me sorprendió lo que había dicho. Tío Esteban no era de los que expresaba ese tipo de emociones de manera abierta. Cuando dejamos de abrazarnos y puede recuperar un poco de aire. Se aclaró la garganta un poco para recuperar su tono de voz normal.

—Ahora apúrate que llegarás tarde y a la que se espera es a la novia. Y así fue. La esperé y nunca llegó.

***

Por siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora