—No sólo soy empresario, también sé actuar y mentir muy bien.

Drew asintió riendo, no éramos amigos pero habíamos compartido buenas conversaciones antes, seguramente pudimos haber sido buenos compañeros en cualquier otra situación, pero estaba casi seguro que tendría un buen odio de su parte después de lo que tenía que hacer, ¿quién no?

Estacionó el auto al frente de la casa y quitó los seguros de las puertas antes de bajar por las maletas. Emily continuaba con su descanso en mis piernas, como si no le lastimara el cuello, acaricié su cabello con tal delicadeza que quería que fuera eterno, los finos cabellos color castaño claro no se enredaban en mis dedos, se deslizaban como agua entre rocas.

—Hey, es hora de entrar a la casa.

—Desearía no tener que entrar— murmuró.

—Anda, te cargo.

—Eso sí me interesa—sonrió.

Las costillas de Emily eran todo lo que sentía mientras la sostenía para subir las escaleras a su habitación, y el ligero aroma a flores que emanaba su cabello me hacía todavía más difícil el querer soltarla. Carajo, vaya mierda.

—No puedo creer que de hecho me cargaras hasta mi habitación— me ayudó abriendo la puerta— déjame aquí, quiero tomar un baño para quitarme el olor a vuelo y cansancio.

—Hueles a todo excepto vuelo y cansancio, o eso creo— cuando sus pies tocaron el suelo se apoyó en mi brazo y se acercó a mi rostro, apenas lo suficiente para dejarme de piedra, sus carnosos labios tocaron mi mejilla por casi una eternidad transformada en segundos, sus palmas acariciaron mis mejillas cuando se alejó de mí. —Ems...

—Sea lo que sea que tengas, sé que te duele Ad, y no quiero verte triste, porque, ¿adivina qué? Me gustas cuando eres feliz. — empujó mi hombro izquierdo con delicadeza y me sonrió antes de girarse a la habitación del baño.

—Gracias, castaña— no evité sonreír—, ¿cenamos juntos? Tengo unos papeles que arreglar.

—Checaré mi agenda y se lo haré saber, señor Blair.

Salí de su habitación con las manos en los bolsillos y un montón de pensamientos nuevos, junto con la gran necesidad de beber una botella de coñac. Bajé las escaleras hasta llegar donde Marissa, sus consejos siempre habían sido los que nunca recibí de mi madre, y hoy por hoy, los necesitaba intensamente.

—Marissa, ¿puedo hablar contigo en el jardín? —Dejó el cuchillo sobre la carne y giró a verme—, no sé qué hacer.

— ¿Cuándo ha sabido que hacer? — Tomó su vaso de agua y se dirigió a las puertas de cristal que daban al patio— no espero hacerlo cambiar de opinión, pero haré lo que pueda.

— Esta vez espero con todas mis ansias que me cambies la opinión, no quiero herirla— el fresco aire del jardín me pegó directo al pecho— mi padre me pidió algo, y por primera vez me siento obligado a hacerlo.

—Esto es nuevo, ¿qué te dijo?

—Tengo que dejarla ir, mi único papel aquí es cuidarla hasta el plazo planteado en el contrato de la Casa, no debo involucrar mis sentimientos en negocios, incluso... incluso si de verdad es amor. —suspiré para evitar las lágrimas— Ojalá no tuviera que hacerlo.

—No tienes que hacerlo, pero algo más te ha dicho, ¿cierto?

—La cuido yo lo que queda de tiempo, o se va con él... Pero George ignora el contrato, no sabe de todos los términos, y el momento en que la Casa descubra que no se cumplió, adiós a Emily para siempre; está segura conmigo, pero, tiene razón, no puedo involucrar sentimientos.

—Ese es tu problema— reí irónicamente—, sería una contradicción biológica el no querer a alguien con quien has sentido felicidad, y Emily ha despertado cosas en ti, Adam; cosas que en años no habías sentido.

Apreté la mandíbula.

—No quiero que se vaya, Marissa, pero lo que está pasando no es justo para Emily, ¿qué tal si, lo que ella siente por mí, sólo es una ilusión para no sentirse privada de su libertad?, eso haría injusta la situación para ambos; si tan solo nos hubiéramos conocido en otra situación, otro escenario...

—Si hubiera pasado así, dime, ¿la verías de la misma manera que la ves ahora? Han pasado cosas dentro de ti que solo comprendes tú, y sabes perfectamente, que lo que ha pasado ha tenido que pasar así; sé que eres inteligente, Adam, y sé que la única solución que encuentras, no es por seguir lo que tu padre te ha dicho, te quieres excusar con eso, pero no es así, estás asustado de que una vez terminado el tiempo, ella se vaya, porque todos se han ido, y es la primera vez que te sientes querido, no intentes mentirme, te conozco Adam...

Las lágrimas descendieron por mis mejillas. —Es injusto que tengas razón, soy inteligente, pero también un maldito cabrón cobarde.

—Lo has dicho tú, y sé que aun así, seguirás la palabra de tu padre.

—No quiero que se vaya...

—Y aun así la vas a apartar.

Me gire a verle la cara, sabía que estaba decepcionada de mí, pero aun así me sonrió.

—Es tu decisión, hijo. Ser un malnacido, o ser tú.

—Creo que es lo mismo, Marissa.

—Es tu decisión; iré a preparar la cena, creo que deberías tomarte un descanso.


El vaso medio lleno al igual que la caja de cigarrillos acompañaba la tenue luz de la lámpara en mi escritorio, las cenizas invadían el pulcro cristal del cenicero al igual que el humo mis pulmones, el reloj marcaba las diez, sabía que Emily debía estar esperándome, pero no quería ir y verla, había tomado la decisión ya. La puerta de madera se abrió de poco en poco hasta que la silueta de Emily apareció.

—Ems...

—No digas nada, sé que te sientes mal y lo último que necesitas es que te moleste, pero, mi papá solía hacerme tés, y quizá uno de ayude— abrí la boca para pronunciar lo que fuera—, calla, sólo tómalo, me sentaré en la esquina hasta que la taza esté vacía y me pueda ir a dormir.

Dejó una taza blanca frente a mí, la etiqueta decía Miel; tomó el vaso de coñac junto con la botella y los cigarrillos y lo depositó en una mesita lejana a mí; procedió a tomar asiento y simplemente se quedó ahí.

— ¿Por qué, Emily?

— Ahora quién es el que no se calla, ¿eh?

Tomé la taza entre mis manos y dejé que el calor inundara mis fríos músculos, esperaba que el té también calentara mi corazón. Emily miraba el techo como si hubiera algo que ver, y sabía que lo hacía porque no había algo más que hacer.

— ¿Cuándo cumples años?

—Agosto, el veintisiete, para ser exactos. — Hice un gesto con la mano para que continuará— Serán veintitrés años de estar viva.

— ¿Te arrepientes de algo? — Negó— ¿nada?

—Todo pasa por una razón, nada es una coincidencia. Si todo lo que está pasándome tenía que pasar, bien por mí, pero que asco, ¿no?

—Vaya asco— dejé la taza vacía sobre el escritorio—, ve a dormir, por favor.

— ¿Tú te arrepientes de algo? — tomó la taza y se quedó frente a mí lo suficiente para oler la esencia de su cabello.

Me levanté y le tomé por la cintura. — No habértelo dicho antes.

— ¿De qué...

El sonido sordo de la taza caer al suelo y romperse en pedazos quedó silenciado junto al ruido de las cosas de mi escritorio caer, el cuerpo de Emily, ligero, cálido y delicado entre mis manos estaba intermedio de mi cuerpo y el escritorio, había sido necesario un pequeño tirón de su cuerpo para sentarla sobre la fría madera, y tenerla a mi altura; sólo quería besarla un par de minutos más. Ambos cedimos al cálido beso que nos unía en ese momento.

No quería perderla, pero la decisión estaba tomada.

ADAM - en edición.Where stories live. Discover now