I.

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Louis desembarcó del avión proveniente de América para adentrarse al calor del poblado aeropuerto, ajustó el beanie sobre su cabeza y se frotó las manos enguantadas a pesar de que el lugar contaba con calefacción.

Observó las personalidades de toda clase cargando maletas y mochilas, llamando con el celular entre hombro y oreja, e intentando a su vez que las bolsas de regalos entre sus brazos no se aplastaran, o teniendo un emotivo reencuentro con sus familias.

Miró la reunión de una pareja, las sonrisas formadas por sus labios, los ojos brillando y los brazos sosteniendo al otro como si el tiempo se hubiese detenido, a diferencia de la mayoría, que sueña con lo que viene después, con el futuro y todas sus posibilidades, Louis siempre había deseado poder hacer lo que esa pareja: detener el tiempo.

Ser un niño toda la vida empujado en el columpio por su madre y sin necesidad de preocuparse por nada, ser un adolescente para siempre experimentando su primer euforia alcohólica, y ser un joven enamorado eternamente creyendo que había encontrado a su alma gemela.

Claro que el tiempo es una mierda irónica que en su lugar le había enseñado a despedirse de todo lo que lo hacía feliz. Le había hecho crecer dejando de encajar en los columpios, tener resaca y preocuparse por entrar a la universidad, sufrir estrés, ser una decepción y caminar a aquel restaurante francés sólo para ver a su novio besar a otro.

En el frente del pasillo de la sala 8, una hilera de personas sostienen carteles con apellidos escritos a mano mientras se agitan ansiosos porque la persona portadora del nombre aparezca, Louis no se extrañó de que ningún cartel anunciara Louis W. Tomlinson.

No era que su familia no lo quisiese ahí, sino todo lo contrario, él no quería estar ahí, por ello no había dado la hora de llegada de su vuelo y se dirigía al bar del aeropuerto planeando beber hasta la embriaguez antes que llegar a la cena navideña anual.

Ni siquiera importaba que ese día fuese su cumpleaños, eso, en todo caso, empeoraba las cosas, mezclar una festividad con tu cumpleaños era la peor idea del mundo, ¿cómo sentirse especial si todos los niños lo hacían también?

Se sentó en uno de los banquillos de la barra principal quitándose los guantes y guardándolos sin cuidado en el fondo de los bolsillos de su abrigo.

-Un vermut rojo con hielo.- ordenó con la voz ronca por no haber hablado desde que salió de New York y se frotó las sienes intentando pensar con claridad.

No entendía que hacía ahí, las cenas de Navidad/Cumpleaños nunca terminaban bien para él, todos llegaban mostrando lo perfectas que eran sus vidas, lo mucho que habían logrado en el año y los infinitos planes que ya tenían para el siguiente, y luego estaba él, un aspirante a actor que apenas y había logrado ser extra en un comercial de jeans. Ahora podía sumar a eso que lo único bueno que creía haber conseguido en su vida le había rotó el corazón.

Pero eso no era lo peor, lo peor era que parecía que el pasatiempo favorito de toda su familia era decirle cómo debía vivir su vida, criticar cada cosa que hacía y menospreciar su sueño de convertirse en actor, no ayudaba mucho el que Louis siempre había sido una persona bastante reactiva.

Y ahora, con este nuevo suceso, no dudarían en decirle un par de "nunca has sido bueno en el amor" o "deberías aceptar el trabajo como maestro de arte en la secundaria de las gemelas en lugar de estar perdiendo el tiempo".

Estaba seguro de que si aquel bastardo al que llamo su novio por casi medio año no lo hubiese engañado ahora estaría tomando su mano en el tren camino a su hogar, confiado por primera vez de entrar a ese lugar de locos y presumir que había logrado algo bueno en el año.

Marry Christmas!!! (l.s.)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora