Acechando entre las sombras

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­­­Rachel no podía dejar de pensar en las palabras de Liam, en su desesperación al descubrir la macabra escena que tuvo que haber presenciado. La mujer preparaba su café de las mañanas con especial atención, buscando la abstracción de todo lo que le rodeaba; ni siquiera el sonido del portero la sacó del estado de indiferencia en el que se había sumido.

Se recostó sobre el sofá y dio el primer sorbo al café. Estaba caliente, pero no sopló, se limitó a seguir bebiendo como si nada ocurriera. Rachel miró, de nuevo, la grabadora de Liam Sulivan y se preguntó donde podría estar aquel hombre.

—Estoy persiguiendo sombras —se lamentó en voz alta. Rachel prefería vivir sola, pero en ocasiones, deseaba tener a alguien con quien charlar. Su familia estaba a un mundo de distancia y nunca los telefoneaba.

Se levantó, con intención de seguir escuchando la historia de su misterioso amigo, pero un escalofrío la frenó. Liam había desaparecido, posiblemente había sido asesinado, era algo de lo que la policía debía encargarse; ella ya no era nadie y no lo había sido nunca.

—¡Rachel! —se escuchó tras la puerta principal. Era la voz de su vecino.

La detective se acercó para comprobar por la mirilla; como casi todos los días, Alejandro venía a traerle el pan recién hecho. Rachel, que todavía estaba en camisón, abrió la puerta despacio.

—Vas a dejarme sorda con tanto alboroto —reprochó Rachel, con su acento norteamericano—. No hace falta que me subas el pan todos los días, hoy pensaba ir yo a por él.

Alejandro era un poco más joven que Rachel; tenía el pelo rubio y los ojos azules. Trabajaba en la panadería que había debajo del piso de la detective.

—Siempre dices lo mismo, pero pocas veces te veo pasear delante de mis ojos —Alex, como le gustaba que lo llamaran, llevaba tiempo detrás de Rachel, pero ella no iba a fijar sus ojos en un panadero como él.

Rachel cogió la bolsa del pan de mala gana.

—Espera aquí, ahora te traigo el dinero —dijo Rachel con una mirada fija en el suelo—. Como pases de esta puerta, te quedas sin propina.

Alex sonrió a la broma de Rachel y esperó, gustosamente, a que la norteamericana le diese el dinero.

—Siempre es un placer —se despidió con la misma alegría y energía que derrochaba cada mañana. Para Rachel era increíble que alguien que se levantase tan temprano pudiese parecer tan vivo.

Volvió a mirar la grabadora y, casi sin querer, volvió a pensar en Liam. ¿También sería una persona alegre? ¿Sería madrugador? ¿Pudo dormir la noche que encontró el dedo?... Demasiadas preguntas sin resolver. Quería ir de nuevo al apartamento de Liam Sulivan, necesitaba ir de nuevo allí.

Cogió las llaves del coche y, durante unos segundos, jugó con ellas en sus manos, debatiendo si debía o no hacerlo. Cuando era pequeña soñaba con algo así y ahora, que su único consuelo estaba al final de una botella de alcohol, veía en ese caso su oportunidad de volver a encauzar su vida. Donde Liam se había perdido, ella encontraría la salvación.

Bajó, a toda prisa, por las escaleras hasta el sótano donde tenía aparcado su coche; se sentó en él y pasó sus manos por el volante, sintiendo su tacto y su calor. Cerró los ojos e intentó salir del coche pero la persona que había en el asiento de atrás se lo impidió. La agarró por el pelo y tiró de ella; Rachel temió lo peor e intentó echar mano de cualquier cosa que estuviese a su alcance para defenderse. Sentía como el cable se enroscaba en su cuello y la presionaba contra el reposacabezas del coche.

—No te resistas y no te mataré —Rachel, por supuesto, no estaba dispuesta a ceder ante aquella proposición; había aprendido a defenderse por sí misma y su carácter le instaba a seguir luchando por su vida.

—Suel...sueltame —intentaba decir una y otra vez.

—Solo quiero las cintas, dámelas —la voz de su agresor empezaba a sonar cansada; a él también empezaban a fallarle las fuerzas. El cuello de Rachel ya estaba sangrando cuando la mujer consiguió echar una mano hacia atrás y arañar profundamente el rostro de la persona que intentaba matarla.

De pronto el sonido de un disparo la despojó de todo su espíritu de lucha; la bala había atravesado el asiento y le había dado en el hombro. Hacía mucho tiempo que no sentía la muerte tan cerca de ella. Su agresor salió del coche por la ventana, como pudo. Rachel le habría seguido si no estuviese tan mareada.

Apoyó la cabeza sobre el volante, se había salvado gracias a él. Su volante era frío por las mañanas, pero si alguien había estado allí y lo había tocado, algo de su calor se conservaría en él. Fue una suerte pues ese instante que había ganado le permitió evitar que su agresor la agarrara en mala postura y no habría podido defenderse.

Poco a poco sus ojos comenzaron a cerrarse, el peso de sus parpados era más de lo que la joven Rachel Masters podía soportar; la sangre caía sin que ella pudiese hacer nada. Finalmente cayó presa de la inconsciencia.

Tiempo después dos enfermeros la llevaron hasta la ambulancia, donde recobró el conocimiento.

—¿Estás bien? ¿Cómo te llamas? —le preguntaba uno de los enfermeros, que inspeccionaba sus ojos con una pequeña linterna—. ¿Recuerdas algo?

Rachel podía sentir su propia respiración, desde pequeña había sentido un miedo irracional a los médicos y todo aquello que tuviese que ver con ellos. Miró a un lado y a otro y solo vio aparatos, vendas y medicamentos. No era una escena grata para ella, pero podía dar gracias por estar con vida.

—¿Recuerdas algo? —volvió a insistir el enfermero.

—Intentó violarme —dijo Rachel, casi balbuceando—. Me dijo que me quitase la ropa —mintió. No estaba dispuesta a contar la verdad, puesto que ahora tenía algo personal en ese caso; había algo en esas cintas y no pensaba dejarlas escapar tan fácilmente. Si decía la verdad, la policía de Madrid se haría cargo de toda la investigación.

—Vamos de camino al hospital, no te preocupes, allí sacaremos la bala y te curaremos la herida —añadió el compañero. Estaba claro que hasta ahí llegaría la tarea de los médicos y enfermeros; después vendría la policía y buscaría cualquier indicio. Nadie dispararía un arma en un garaje comunitario sin un buen motivo. Un enfermero no sabría diferenciar entre una mentira desesperada y una confesión real, pero un policía sí.

Necesitaba algo de tiempo para preparar su versión, una versión sólida y que no dejase cabos sueltos; ahora no podía volver a casa de Liam sin que su vida corriese peligro, todo lo que tenía estaba en esas cintas y las protegería a toda costa.

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⏰ Last updated: Jan 16, 2014 ⏰

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Los últimos 10 días de un desaparecidoWhere stories live. Discover now