Capítulo 12

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NARRA MARCOS:

Incluso desde aquí dentro, noto las voces del público; cada cual, animando a su respectivo equipo. Desde aquí, es palpable la emoción en las gradas, por no decir la tensión que se siente en el ambiente del vestuario.

Verdaderamente, nos ha costado mucho esfuerzo y sacrificio llegar hasta aquí; no vamos a rendirnos ahora.

–¡Vamos, Delacroix, mueve ese culo rechoncho! – Grita Tomphson desde la entrada –. ¡Salimos en cinco! Hay que ver, la capitanie, siempre haciéndose de rogar – ríe su gracia y no puedo evitar hacer lo mismo.

–¡Ya voy, ya voy; y se dice capitaine, abruti! – Respondo mientras la tela de la camiseta desciende por mi cuerpo.

–No sé que demonios has dicho franchute, ¡pero tú mas! – Replica, infantil. Vuelvo a reír.

Ato los cordones de mis botas y me coloco en la fila con el resto del equipo, dispuesto a salir.

Caminamos en linea recta, subiendo las escaleras que nos guían hasta el campo, junto con el equipo contra el que vamos a competir. Corrijo: junto con el equipo al que vamos a machacar.

Una tarde soleada nos recibe en el pequeño estadio del instituto junto con cientos de aficionados y alumnos de éste.

Sus gritos de ánimo penetran en sus oídos, dándoles la fuerza que necesitan. Pero a mí no.

Solamente necesito ver a una persona; con ello, será suficiente.

Hago un repaso por las gradas, sin miramientos, intentando localizar a la chica deseada. Tras varias pasadas, la localizo en la grada del centro, en primera fila, igual que siempre. Una sonrisa algo tonta se extiende en mi rostro y, sin poder evitarlo, levanto el brazo y la saludo.

Como era de esperar, la rubia se sonroja, mas me devuelve el saludo, provocando que su amiga la pelirroja la zarandee, picándola. Río.

A pie de campo, le lanzo un beso, lo que hace aumentar el rubor en sus mejillas, dejándome hipnotizado.

–¡Delacroix, ven aquí! – Grita el árbitro desde el centro del campo. Alterno mis pies velozmente hasta llegar al lugar.

–Cómo estamos hoy... – murmura el entrenador a su lado mientras niega con la cabeza. Aun así, sé que está conteniendo una sonrisa.

–Bien, muchachos; ya sabéis las reglas – continúa el árbitro –. No quiero patadas, zancadillas ni puñetazos; empujones los mínimos: quiero juego limpio. ¿Entendido?

El moreno de enfrente y yo asentimos, conformes.

El árbitro lanza la moneda que sorteará el saque. Maldigo interiormente cuando el uniformado anuncia que será para el equipo contrario, mas intento mantener la calma.

Solo acaba de empezar.


* * * * * * *

Me dejo caer en el banco junto a la taquilla, derrotado. La frustración me recorre por dentro y no puedo hacer nada para mitigarla.

–Eh, tranquilo, tío. Todavía nos queda la segunda parte – dice Stephen mientras me palmea el hombro, en un intento de infundirme ánimos –. No todo está perdido, solo nos ganan por uno.

Asiento con la cabeza y, por el rabillo del ojo, aprecio como se distancia unos metros para limpiarse las botas. Qué obsesión.

Contengo una carcajada amarga. En cuarenta y cinco minutos hemos conseguido marcar un gol con mucho esfuerzo, mientras que los otros han marcado dos a penas con los ojos cerrados.

Eternamente [Libro Primero] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora