Capítulo 5

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–¿Dónde vas, cielo? – Pregunta mi madre asomando por la puerta de la cocina al mismo tiempo que me calzo las deportivas.

–Salgo a correr un rato; necesito despejarme – contesto mirando aquellos ojos cálidos.

– Esta bien, pero no vayas muy lejos que el sol se irá pronto – me advierte mientras recoge un mechón suelto de la coleta detrás de mi oreja. – ¿Estás bien? Te noto algo decaída.

–Sí; solo estoy un poco cansada, nada más – digo mientras intento sonreír de forma convincente. Mi madre me mira a los ojos y frunce el ceño, pero no añade nada más. – No tardaré, lo prometo – digo desde la puerta de la calle.

Respiro hondo y decido ponerme los cascos para relajarme; evadirme del mundo por unos momentos. Comienzo a trotar por la acera, alternando mis pies uno tras otro, sabiendo muy bien que dirección debo tomar.

Poco a poco, las casas del pueblo van quedando atrás mientras el paisaje se torna a campo abierto para después dejar paso a la inmensa espesura del bosque.

Sin dejar de correr, tomo el segundo sendero desde mi posición mientras los acordes de "Don't look down" empiezan a hacerse eco en el interior de mi cabeza.

La maleza se va haciendo progresivamente más espesa y las raíces de los árboles aparecen con más frecuencia en medio del camino al mismo tiempo que este se estrecha, confirmándome que estoy llegando a mi destino. Doblo una última vez hacia la izquierda y, tras correr unos metros más, un inmenso claro se abre ante mí.

Acompaso mi respiración agitada e inspiro profundamente el aire limpio de mi alrededor. Alzo mi cabeza hacia el cielo, dejando que los rayos del sol de la tarde golpeen plenamente mi rostro. Sonrío.

Es justo lo que necesitaba: tranquilidad.

Camino unos pasos hacia delante hasta situarme a unos metros de la orilla del enorme lago que se extiende ante mis ojos. Una inmensa masa azul se abre ante mi atenta mirada, devolviendo sobre su superficie el reflejo de los árboles que la rodean; devolviendo el reflejo de la realidad.

Suspiro.

Tengo la mínima esperanza de que este pedazo de paraíso donde reina la tranquilidad me ayude a organizar mis ideas; porque en este preciso momento, soy solamente eso: ideas. En mi cuerpo se acumulan tal número de conceptos y preguntas, que soy incapaz de distinguir donde acaba una y empieza la siguiente.

Mi mirada se pierde en el horizonte mientras me vuelvo a preguntar por centésima vez por qué.

Son las dos palabras exactas capaces de englobar el caos que reina en mi mente: por qué.

No llego a comprender cómo es posible que, unos días antes de empezar el instituto, hubiera empezado a soñar periódicamente con él, alternando aquellos sueños con pesadillas que me hacen despertar en mitad de la madrugada; al igual que se me escapa el cómo, mes y medio después de haber empezado definitivamente el trimestre escolar, él hubiese aparecido en mi vida; en el mundo real.

A todo aquello hay que sumarle el extraño suceso de la noche en la que lo ví por primera vez, en aquel callejón, y que, misteriosamente, horas después, él parecía no acordarse de nada. Como si todo hubiese sido producto de mi imaginación.

Pero, ¿y si lo fue?

Me planteo aquella opción seriamente, pero me retracto unos segundos después. Estoy completamente segura de que todo aquello era real.

Hurgo en mi memoria una vez más hasta llegar al recuerdo de aquella primera noche. La forma torpe que parecía adoptar mientras se tambaleaba por el callejón no era comparable a la agilidad que mostró al huir segundos después de mirarnos ni a la elegancia y la seguridad que mostró Acher en el instituto o en aquella cafetería. Al igual que no lo eran su mueca macabra aquella noche con sus preciosas facciones unas horas después.

Eternamente [Libro Primero] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora