11. La carta

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Cristian.

Mi mente colisionó contra una pared invisible y volví a la realidad, una en la que no existían las historias de los fantasmas. Mi corazón comenzó a golpearme el pecho con una brutalidad insoportable, y mis manos no encontraban el equilibrio para mantenerse quietas.

Cristian.

El brillo en mi brazo se intensificó tanto que mi muñequera comenzó a arder. Un calor subió desde los pies hasta la cabeza y la piel de mi rostro se estiró tanto que el dolor se volvió insoportable. Grité. La niebla a mi alrededor se arremolinó creando formas extrañas que me tomaron de los brazos y me levantaron con una asustadora delicadeza.

—Cristian, ¿qué está sucediendo? —aullé, pero él estaba tan malherido que mal podía sostenerme la mirada.

—No dejes que te dominen —contestó él, cabizbajo—. Puedes intentar ordenarles que se detengan.

Pero no funcionó. Ninguna de mis palabras tenía efecto. En consecuencia, esas presencias invisibles siguieron arrastrándome. Titubeaban cuando mecía mi brazo en el aire, como si algo les estuviese cambiando de planes repetidamente. Mi luz. Esa debía ser la respuesta. Me concentré en esa seguridad hasta sacarla a la superficie y crucé mis brazos por delante de mi cuerpo. A continuación, realicé un movimiento brusco para separarlos, dejando que mis manos cayeran a mis costados. Los monstruos invisibles se desarmaron y se escondieron entre la niebla. Pronto todo el lugar hizo lo mismo. El claro del bosque volvió a aparecer ante mi vista.

Caí de costada al suelo. Estaba agotada.

Mi cara no dolía, el calor se disipó, y el temblor no era tan constante. Volví a ser Felicias otra vez.

Cristian, sin embargo, estaba peor que nunca. Estaba tendido en el suelo, al igual que la muchacha a unos metros detrás de él. En ese momento nunca pensé que pudiese ayudarme, y quería que lo hiciera. Si no hubiese dicho que lo intentara, jamás lo hubiera detenido.

Tenía la cabeza vacía, sin pensamientos que me guiaran a superar el aturdimiento. Aun así, hice mi mayor esfuerzo por ponerme rápido en pie y acercarme. Arrastraba las piernas como si un peso inaudito hiciera presión contra mi cuerpo. Me pareció que tardé una eternidad llegar hasta él. Con una mano sobre su pecho, conseguí que se levantara. Descansó una parte importante de su peso sobre mí, pero no me importó. Lo llevé hasta toparnos con el cuerpo de la otra persona que estaba tendida en el suelo. Con la libertad de mi otro brazo, la alcé. Casi la tenía sobre mí cuando un mal movimiento hizo que perdiera el equilibrio, cayendo con los dos cuerpos al suelo. Me sentí inútil y débil. Lo volví a intentar, pero esta vez más decidida y recordando que había vuelto a la vida, a la vida real, y que vería de nuevo a mi familia en cuanto pudiera entender algunas cosas.

Llegué a la cabaña con las piernas temblorosas. Los dejé sobre la misma cama en la que había estado acostada y busqué un trapo en la otra habitación, que era una pequeña cocina modesta y cubierta de polvo por todos lados. Lo humedecí en un recipiente que había debajo del lavabo y se lo llevé a Cristian, y después, a la muchacha. Los limpié cuanto pude, y me senté enfrente de ellos. Me los quedé observando, viendo cómo respiraban con dificultad, y preguntándome en todo lo que había sucedido. Nunca me había sentido así antes. Nunca me había desconocido de esa forma. Sólo hice todo lo que mis sentimientos más internos me dictaban. Era más poderoso que cualquier otro espectro o fantasma. Si lo pensaba demasiado, resultaba cada vez más aterrador. No quisiera que sucediera de nuevo.

Impotencia era lo que me colmaba ahora que las cosas se encontraban calmas, y no sabía cómo reaccionar, cómo ayudarlos.

Cristian, a quien había anhelado tanto, ahora estaba a unos centímetros de mí, tan agotado como yo. Pero él apenas se movía, y de vez en cuando soltaba algún gruñido bajo. A su lado, la chica parecía estar durmiendo por la forma en que su pecho se elevaba. No entendía muy bien cómo, pero algo hizo que la entendiera. Tanto cansancio debía ser recompensado y dormir parecía ser la solución perfecta. Al menos, con el paso del tiempo, la piel de los dos volvía a su tono natural. Poco a poco el color grisáceo se despintaba de sus caras. Sus cabellos, un poco más oscuros. Como si su esencia más humana volvía a correr por sus venas.

Sentimiento Fantasmal: La leyendaWhere stories live. Discover now