5. La desesperación

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Tres muertes más.

Parecía una broma de mal gusto.

Desde ese entonces, todo estaba consumido en un silencio vergonzoso. La policía se estaba quedando sin recursos y los investigadores no encontraban más que incógnitas en vez de pistas. Hubo avistamientos de personas vestidas con un manto blanco, pero no eran más que rumores extraídos de la desesperación por hallar nueva información. En caso de ser cierto, ¿podrían ser parte de esa secta?

Personalmente me había encargado de visitar a los familiares cercanos a las víctimas, pero siempre se negaban a hablar. Si conseguían soltar algo al respecto, lo hacían en plena luz del día y con autoridades al cargo de la investigación, en un cuarto y bajo la custodia de varios guardias. No me permitían acercarme demasiado. Sin embargo, una vez logré observar la reacción de una de ellas. Había hablado con aquel joven policia que le había disparado al extraño hombre durante la junta. Le rogué para que al menos me dejara espiar por unos segundos la ronda de preguntas que estaban a punto de hacerle a la muchacha. Le pareció mejor esa idea que la de explicarme los extraños detalles que conocía sobre el reciente caso.

Era la esposa del hombre que habían encontrado tendido sin vida en el baño.

Los oficiales que estaban interrogando a la única testigo se encontraban demasiados absortos en su labor, por lo que cuando ingresamos al pequeño cuarto ninguno se tomó la molestia de ver quiénes habían entrado. El joven policía, que se había presentado como el oficial Elan, hizo una señal para que no avanzara más allá del umbral de la puerta. Los demás guardias, ubicados en cada uno de los lados de la habitación, no quitaban la vista de lo que ocurría en el centro.

El poco silencio y el pequeño espacio tornaban la situación demasiada tensa y asfixiante. Al ver el rostro de aquella mujer, entendí porqué los interrogadores —los dos oficiales que estaban parados frente a la modesta mesa— buscaban a cada rato alguna excusa para poder hablar. Los ojos de la mujer viajaban frenéticamente al rostro de uno de ellos, y después hacia el otro, clavándoles la mirada como si ellos hubiesen tenido algo que ver en la muerte de su marido. Su rostro ceñudo le daba un aspecto amenazador y parecía incomodar a los policías que intentaban hacer su trabajo. Le hacían varias preguntas, una detrás de otra, pero las respuestas eran secas y carecían de detalle. Parecían no conseguir lo que necesitaban saber. En cierto punto, la mujer pareció haberse perdido dentro de su mente y se hubo sumergido en un estado de trance; sólo tenía actos reflejos ante los movimientos que había dentro de la habitación, pero no estaba del todo consciente de ello. Se había quedado en un silencio sepulcral que pareció durar una eternidad.

Al final, y con un gran esfuerzo por intentar llamar su atención con varios gestos y palabras, la mujer intentó moverse de su asiento. Estaba volviendo en sí, y cuando lo logró por completo, se quedó mirando nerviosa hacia los presentes. A continuación, explicó cómo experimentó aquellos largos segundos de desvanecimiento.

Dijo haberse sentido cubierta por un manto oscuro y alejada de la habitación. Hubo estado caminando por horas a través de lugares que ella nunca había visto y que mutaban de tamaño. Lo único que la ayudaba a superar esas fases fueron ciertas indicaciones que provenían por afuera de donde ella se encontraba. Vio repetidas imágenes de su marido, como tratándose de un sueño, pero mucho más real y nítido. Describió la figura de este como un entramado de piezas desacomodadas en una suerte de formar la fisonomía humana de lo que recordaba de él. No era su cuerpo, pero sí una imitación absurda de ello. Su cara era lo que más se asemejaba a su yo verdadero. Los ojos, había mencionado la mujer moviendo las manos temblorosamente mientras hacía gestos para señalarse las cabidades oculares, esos ojos eran los suyos. Su difunto marido le hablaba de que los sentimientos eran poderosos, y que eran la clave para transportarse más allá de lo que considerábamos la realidad. Es necesario, dijo una vez, lo hice por nosotros, mi amor. De ahí en más, intentó explicar que tenía el deber de hacerle creer a sus seres queridos que todo esto cobraría sentido algún día, y que no estaba arrepentido con el resultado de su vida. A continuación, uno de los oficiales le pidió que le explicara cuál era el contexto en donde se encontraba ella durante el trance. Ella se enfocó en un punto de la mesa y lo meditó un momento. El silencio, por más efímero que fuese, era insoportable y parecía extender el ambiente más allá de los muros grises y tristes que nos rodeaban, tal como si nos estuviera transportando hacia el lugar que ella intentaba describir. Nombró detalles de un espacio que sabía frecuentar cuando era más jóven, pero con la sutil diferencia que parecía ser una mueca de un recuerdo o una imagen lejana apenas visible; un montaje grotesco de aquel espacio verde que ella expresó tener mucho cariño desde cuando se habían conocido años atrás. Era casi contradictorio por el simple hecho de que aquel sitio en su cabeza—tal como ella lo había llamadoadoptaba la forma de los lugares que más placer le había dado durante su largo noviazgo. Aquel espacio imaginario parecía aprender esas conexiones emocionales, como si hubiese leído sus sentimientos e intentaba de alguna forma materializarlos, tanto al esposo como el paisaje irreal que buscaba mantenerse lo más estable posible.

Sentimiento Fantasmal: La leyendaWhere stories live. Discover now