6. La tragedia

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Por un breve momento tuve la impresión de que me había involucrado más de la cuenta. Había estado jugando con mucho más de lo que podía soportar. Era eso o quedarme sentada en la comodidad de mi hogar haciéndome cargo de mi hijo y sólo estar pendiente de asuntos menores relacionado con el trabajo de mi marido. Sin embargo, un inexplicable anhelo de poder me hubo llevado a pasar por alto el hecho de ser una simple ama de casa y, en vez de eso, me dediqué a rebuscar las respuestas que vagaban entre la gente del pueblo, preguntando ante los casos y, a veces, siendo testigo de los relatos de las personas cercanas a las víctimas. Si no hubiese tenido la astucia de, digamos, acudir a una técnica menor de seducción inconsciente con el oficial Elan, no tendría que estar en este aprieto. Y en los que vendrían después de lo ocurrido. Porque gracias a ello he tenido la oportunidad de participar más de lo que tenía permitido. Debo de confesarlo: días atrás lo que más me parecía interesante hacer era estar indagando sobre los sentimientos que el oficial me correspondía. Cada día que pasaba se volvía más evidente, al menos para mí, y nadie parecía notarlo. Nadie. ¿Cómo, entonces, era capaz de darme cuenta de ello si él no demostraba ningún acto de afecto o interés amoroso? Pues, simple: con la ayuda de la extraña habilidad que había adquirido años atrás después de lo ocurrido con mi padre en el bosque. Con el paso del tiempo me parecía cada vez más sencillo percibir los hilos que se arremolinaban a su alrededor. Eran líneas de colores que flotaban en el aire y que me acariciaban con una delicadeza inigualable. A veces, sin siquiera darme cuenta, me la pasaba jugando con ellas, tanto por su color como por su textura. Simplemente las tocabas y se ondulaban, daban vueltas lentamente o brillaban con más fuerza. Seguro que si alguien me hubiese visto hacerlo pensarían que estaba loca. Y quizás por ello se me había formado la idea de hacer lo mismo cuando las sombras me habían invadido. Entonces, gracias a eso, entendí que tarde o temprano habrían de tener alguna utilidad. Porque, ¿para qué habrían de existir los sentimientos cuando los puedes percibir de una forma inusual?

Me parecía insensato haber estado pensando en eso, incluso haberlo hecho cuando aquella mano monstruosa me estaba quitando el aire de los pulmones. Pero había todavía más: mis sentidos estaban muriéndose de a poco. Iba más allá de un dolor físico: era una agonía inexplicable que se multiplicaba por cada centímetro de mi cuerpo. Toda esa carga y ese sufrimiento se concentraba en, lo que me parecía, el peor lugar de todos: mi pecho. La angustia y la tristeza no me podrían haber parecido tan mortal como aquella vez. Por más resistencia que oponía ante mi atacante, ésta no resolvía el sufrimiento que estaba llevándose mi voluntad de seguir luchando. Puede que haya estado en juego mucho más que mi vida sino la esencia de mi ser que, entre la predominante fuerza que acababa conmigo, buscaba la manera de no ser aplacado, relegado, olvidado.

Como si yo nunca hubiese existido... jamás.

La enorme estela de energía oscura que tragaba involuntariamente mi cuerpo junto con la presión de aquella terrorífica mano fueron interrumpidas. Un brillo repentino se asomaba por detrás de la cabeza de piedra del monstruo que quería matarme. La figura sólida que tenía enfrente de mí se estaba desintegrando, pedazo por pedazo, y sus partes caían como piezas de rompecabezas hasta que me liberó de su tormento. Caí sin remedio al suelo devastada y esperando que el aire me devolviese poco a poco mis sentidos, pero no era suficiente. Necesitaba más que oxígeno, y no sabía qué era exactamente. Antes de comenzar a arrastrarme observé la cabeza del hombre consumido por ese espectro, el mismo que me atacó. De su boca brotaba un líquido espeso y oscuro que casi logra mancharme la cara. Tenía los ojos idos, los suyos, y no esas manchas borrosas que conformaban sus cavidades oculares, lo que hizo acordarme de su parte humana y todo lo que ello conllevaba. También, aun cuando no la conocía, a la mujer que lo acompañaba, la que fue arrastrada fuera de la carpa antes de que comenzara el festín de los fantasmas. ¿Era su novio, su esposo, o algún familiar acaso? Era difícil creer que antes haya sido una persona común y corriente parte del pueblo en el que crecí. Posiblemente lo haya visto un par de veces. Después de todo, se trataba de alguien que vivía a pocos metros de la estancia. Pero ahora era un montón de cenizas y partes desmenuzadas. La capa pútrida de su piel estaba hinchada y se abrían grietas que brillaban con un tono violáceo, como un veneno que estaba matando al virus existente dentro de ese cuerpo destruido. De alguna forma eso explicaba cómo iba adquiriendo la forma original de sus rasgos humanos. Con todos los detalles dándome vueltas por la mente y aun sintiéndome torpe para reaccionar con precisión, conseguí moverme hacia adelante. Sentí el bullicio, a unos metros, pero no sabía exactamente porqué estaba siendo atraída por el movimiento. Todavía no podía ver con total claridad, pero distinguía las formas que estaban enfrente. La mancha borrosa y oscura que estaba más próxima a mí debía de ser aquél poderoso espectro que había estado dominando al hombre que acaba de ser aniquilado. Un poco más allá, aunque en menor tamaño, había una fila de personas. Eran más fáciles de distinguir porque se veían mejor con el atuendo que llevaban. El color blanco que los cubrían casi completamente fue el detalle que más pude recordar junto con la fuente de luz que provenía de uno de ellos. Ese mismo se asomó más a la criatura humanoide. La luz tenía el mismo tono violeta que había visto segundos antes y que era, posiblemente, el que me había salvado. Aún sin detenerme por completo, entendí mi necesidad de querer acercarme. Quería ayudar e intervenir. Sabía que esto era más que un asunto personal.

Sentimiento Fantasmal: La leyendaWhere stories live. Discover now