Cap 1: Vida y muerte

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Lima se ve tan tranquila desde lo alto del edificio, un animal durmiendo bajo el cielo oscuro de una noche sin estrellas. Hay bulla que viene de uno de los pisos de abajo. Tengo miedo de que se despierte y lleno de furia se arrastre hacia mí y me arranque la cabeza dejándome agonizando entre mi propia miseria.

— Shhhh — susurro a la nada, dando pasos torpes en el borde del edificio.

Bajo la mirada y me quedo hipnotizado por el faro que alumbra la calle. Está oscilando descontroladamente. Me muevo entre la luz y la oscuridad. No sé cuánto tiempo llevo sin parpadear pero mis ojos empiezan a lagrimear. Quiero creer que eso. Me obligo a creer que es eso. Que las lágrimas que empiezan a resbalar por mis mejillas no tienen nada que ver por lo que pasó hace cuatro años en este mismo día.

El viento es fuerte y le da vida a mis cabellos que se mueven sin sincronía alguna. Tal vez y solo tal vez, si estiro mis brazos y trato de vaciar mi mente, relajar mis músculos, me haría uno con el viento y todo este dolor que invade mi cuerpo lleno de nostalgia y desamor, desaparecería.

Siento un ardor en la palma derecha de mi mano. Había olvidado que aún llevaba conmigo la cerveza helada que Rocky me dio hace un rato. Antes de desaparecer de la fiesta de no sé quién, celebrando no sé qué y a la cual fui invitado no sé por qué. La llevo sosteniendo ya buen rato, y va robando mi temperatura. Me preocupa que congele mi mano por completo y ésta se desprenda de mi cuerpo.

Recuerdo que subí hasta aquí porque la gente pasaba a una velocidad muy lenta ante mis ojos, tan lenta que dejaban una estela de movimiento mientras avanzaban, como si sus almas se desprendieran poco a poco de sus cuerpos. Las personas estaban borrosas. No sé si eso sea naturalmente posible o simplemente era consecuencia de las pastillas que tomé en el baño, en el inútil intento de acabar con el suplicio, de dejar de estar hundido en este hoy de depresión constante.

Vacío de un golpe lo que resta de la cerveza, y mi cuerpo tiembla ligeramente por la sensación que provoca el amargo líquido al bajar por mi garganta. Siento que mi cerebro se congela e instantáneamente agito mi cabeza para que la sensación se vaya.

Desde aquí arriba las carros estacionados en la calle parecen de juguete. ¿Qué pasaría con mi cuerpo si me dejase caer en al vacío? Levanto la botella y la balanceo sobre la vertiginosa nada. Recuerdo que allá abajo el ruido se sentía diferente. Era un ruido relajante, como una música mística con un gran eco.

Como una voz que me hablaba en un idioma encriptado. Aquí, desde la azotea, ese ruido se ha vuelto tenue, como el ligero zumbido de un insecto que me acecha, y quiero que se calle, porque es insoportable. Quiero que se calle porque va a despertar al animal y me va arrancar la cabeza. Estoy seguro de eso.

¿Pero por qué no quiero que suceda? Pienso por un segundo. Debería despertarlo, entregarme y dejar que sus colmillos cercenen mi cuello. Tal vez así sus recuerdos dejarán de atormentarme, y olvidar como hace cuatro años desapareció y arruinó mi vida.

— ¡¡¡Ahhhhh!!! — grito con todas mis fuerzas hasta que me quedo sin aire. ¿En qué mierda me he convertido?. Soy una versión triste y amargada de mí. He vivido cuatro años en estado de abstinencia, sin su amor.

¡Oh su amor! Protagonista de los momentos más felices de mi vida y culpable del estado en el que me encuentro. El deplorable estado en el que me encuentro. Y si la encontrara y pudiera verla una vez más, la abrazaría con todas mis fuerzas así supiera que aprovecharía la oportunidad de clavarme un cuchillo por la espalda.

En la agitación de mis pensamientos lanzo la botella con la esperanza de hacer la bulla necesaria para despertar a la bestia durmiente. La botella se mueve en el aire pidiendo piedad pero no es lo suficientemente rápida y se hace añicos, desatando una competencia de alarmas.

Todos los autos de la calle comienzan a gritar, acusándome. No sé de dónde saco las fuerzas suficientes para seguir de pie, para seguir respirando o para seguir pensando como lo estoy haciendo ahora.

— ¡VAMOS DESPIERTA! — empiezo a aullar —. ¡Despierta, despierta, despierta!

Siento que la música se hace más fuerte y que todos mis intentos para despertar al monstruo están funcionando. ¿Qué pasa si muero ahora? ¿No la veré nunca más? ¿Cierto? No tendré la oportunidad de reclamarle por lo que hizo con nuestro futuro, con nuestra vida juntos ni con mi cordura. Entonce siento mucho miedo y empiezo a huir. Como el cobarde que soy.

Mientras corro por la azotea llego a la conclusión de que mi vida es un pedazo mierda. Tal vez eso sea lo que más tiene sentido en todo lo que he venido diciendo. Soy un pedazo de mierda.

Entro al edificio y empiezo a bajar por las escaleras, mi respiración no mejora, mi pecho sube y baja descontroladamente. Quiero sacarla de mi mente, quiero tantas cosas que no me fijo donde piso. Mi peso es arrastrado por la gravedad y se golpea contra los escalones. Voy cayendo como una bola de nieve, me estoy golpeando todo y estoy seguro que no sobreviviré. Acabaré como la botella, destruido sobre el asfalto.

Pienso que tal vez este es el momento indicado para poder ver toda mi vida en un segundo, pero no pasa nada y asumo es porque desde hace meses que vengo forzándome a no pensar en ella. Ni en sus labios, ni en sus ojos, ni en sus pechos, ni en sus piernas, ni en su cabello, ni en su olor... tal vez para mí no hay ese último placer que te da la muerte antes de llevarte.

No quiero recordar mi vida, no quiero pensar en ella. Porque pensar en ella es más doloroso que la muerte misma. 

Por siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora