Cap. 4

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Capítulo 4

— Elige lo que quieras — susurro en su oído, ella parece tensarse ¿Es acaso en serio?

Logra mi lado generoso niñita.

Ella me observa como si no creyese lo que yo acabo de decir. Bate sus largas pestañas con un deje de interrogación dirigido a mí.

No fuerces mi paciencia, es lo único que te digo Blair — dije mentalmente.

— ¿Qué demonios esperas? ¿Qué suene el timbre?— regaño. Si, me he de ver como un loco ya. 

— ¿Por qué haces esto por mi si ni siquiera sabes quién soy yo?

— Tómalo más bien como un favor, ya luego  lo cobraré.

— No tengo hambre.

— No mientas.

— No miento y tampoco he de estar recibiendo favores de un extraño.

Le miro fijamente y ella inmediatamente se ruboriza al mismo tiempo que agacha la mirada. Que tonta.

— Ya cierra el pico y elige algo.

No entiendo por qué rayos le estoy rogando de que elija algo. Antes por mi debería estar bien el que lo rechace, no gastaría dinero para quitar el hambre de una tipa que acabo de conocer apenas.

Finalmente elige un pedazo de tarta de chocolate. Obviamente no puedo disimular mi ceño fruncido al ver "eso" y al parecer ella no lo nota.

Que sea chocolate, pero no en tarta...ew.

 Olvidándome de ese pequeño detalle, saqué dinero y cancele esa atrocidad... digo, tarta de chocolate.

Un maldito insulto al chocolate...

— No sé ni que decir... — empieza a decir ella.

— Tal vez si fuera un "Seré tu esclava Rousseau y te obedeceré en todo lo que mandes" eso sí que estaría muy bien — Blair enarca una ceja — O un maldito gracias también lo recibo, aunque eso no me dé ni mierda.

— Gracias... — sabía que diría a la segunda opción, y si, mi mente retorcida guardaba la esperanza de que fuera la primer opción. 

Salgo de la cafetería y dejo a Blair por su cuenta apenas y suena el timbre.

La próxima clase es filosofía. Esa es la única materia que me trama en serio, la mismísima filosofía donde se descarta la religión y sus mentiras.

Llego y veo como en un tiempo récord el salón de clases se llena  dejando igualmente la banca de atrás vacía. Camino hasta ella, coloco mis cosas encima y tomo asiento de forma tranquila.

Con algo de aburrimiento veo al hombre mayor que está sentado detrás de un escritorio marrón, teniéndose la cara con sus dos manos. Seguramente en espera del resto de estudiantes que faltan por entrar.

Por la ventana que hay a un costado, dejo  perder mi vista en el cielo gris que hay a estas horas. Algunas golondrinas se levantan en lo alto, danzando seguramente con el viento. Afilo más mi vista y puedo casi llegar a ver sus panzas blancas.

Ahora que lo pienso...

¿Qué es de mí?

¿La venganza estará bien?

Algo en mi interior dice que está bien despertarme todos los días con la misma idea en la cabeza.

¡Él se lo merece! Y de alguna manera necesito saciar esa sed que llevo dentro.

Rousseau: La sombra de un caídoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora