Capítulo 46 La Melancolía de los Ángeles

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—¡Tía Eurus! —exclamó animoso el pequeño y los tres siguieron igual de sorprendidos y confusos.

—¿Tía?

—¡Oh, es una larga historia! Pero no se preocupen, Eric es un pequeñín demasiado juguetón, le encanta tener nuevos amigos para divertirse. ¿Verdad Eric?

El pequeño afirmó con un gran y rítmico movimiento de cabeza. Los tres adultos observaron a la pantalla y luego al niño.

—Nosotros te vimos en Northampton —continuó Sherlock.

—¡Ahí vivo, genio! —exclamó sarcástico.

—Sherlock —llamó John mientras se acercaba a él—. Es un niño.

—Un niño increíblemente inteligente —dijo sin dejar de mirarlo—. Tiene una mente fría y calculadora.

—Me halaga señor Holmes.

—Tú condujiste a Isabelle para que hiciera esto, ¿verdad?

—Casi, pero no. Bell tuvo la idea, de terminar el caso de su "mamá" —mencionó mientras los paréntesis los formaba con sus dedos—. Me aproveche de ello y la traje aquí.

—Por muy listo que seas, Sebastian —continuó John con un tono paternal severo—, tu no pudiste traer a los niños hasta acá, no solo.

Eric rodó sus ojos y suspiró molesto.

—En primera Doctor Watson, soy Eric, no Sebastian. Y en segunda, sí, está en lo correcto. Pero eso no importa ahora, lo que importa es, si quieren que todos salgan bien de este lugar, deben seguir el juego de la tía Eurus.

A través de la pantalla Eurus ensanchó su sonrisa, admirada del valor del pequeño.

—En veces Eric es algo brusco, pero no sé lo tomen personal.

—¿A qué juego se refiere con juego, Eurus? —demandó Mycroft.

—Es fácil hermano, ustedes seguirán nuestras órdenes, si quieren que los niños salgan sin ningún rasguño.

—Eurus, por favor, no involucres a los niños en esto. Ellos no tienen nada que ver —clamó Sherlock con un nudo en la garganta—. Tampoco John. Solo nosotros, los hermanos.

Una feroz sonrisa surgió más ninguna palabra fue pronunciada por ella, Eric rio por lo bajó, logrando que Mycroft y John fueran envueltos por el miedo y la confusión por el acto del niño.

—Lo siento señor Holmes —habló Eric—. Esas son las reglas de juego, y si logran vencer a la tía Eurus, todos quedaran libres.

—Así es.

—¡Eurus, te ordenó que te detengas! —gritó Mycroft, con voz profunda y rasposa. John y Sherlock le observaron incrédulos.

—¿Detenerme? —cuestionó—. ¿Por qué debería detenerme? Que aburrido eres.

—¡Para ya! —Insistió, mirando a los ojos de su hermana en aquella pantalla—. Todo esto... —se detuvo, apretó sus labios y su rostro lucía angustiado— Todo lo que estás haciendo es por mi causa —confesó, una vez regreso la vista a ella—. Todo es mi culpa. El tío Rudy y yo te encerramos en este lugar, yo fingí la muerte de Enola, yo aproveché el hecho que Sherlock te había olvidado... ¡Yo hice todo para que fueras un fantasma!

Los ojos de Mycroft se vieron envueltos en una manta cristalina, eran lágrimas, las cuales torpemente recorrieron sus mejillas. Sherlock quedó impactado al ver esa reacción en su hermano, en toda su vida, jamás el detective había visto una lágrima brotar de los ojos de su hermano; ni una sola, el llanto no formaba parte de los actos y manías de Mycroft Holmes. Era imposible. Pero las emociones estaban ahí, ante el hombre más frío que la propia antártica.

La Niña que llegó al 221B de Baker Street. 【E D I T A N D O】Where stories live. Discover now