II.

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✣ ✣✣

Si le pidieran a Kim JunMyeon definir con una sola palabra como solían ser sus días, no tendría mucho problema en encontrar el adjetivo apropiado: monótonos.

Habían sido así desde que tenía uso de razón. Desde pequeño había vivido apegado a una rutina, en aquel entonces no importaba si aquello le molestaba, pues no tenía derecho a quejarse, y ahora que era todo un adulto había dejado de importarle, se había acostumbrado a su deprimente y rutinaria vida.

Gris era lo único que veía cada vez que abría los ojos. Y quizá existían un montón de colores más brillando frente a sus ojos, pero Kim nunca había podido reconocer uno distinto al gris, no hasta aquella noche en la que le había perdonado la vida a aquel afligido muchacho.

Aquello le había estado atormentando por días, semanas. El café brillante de aquellos ojos resplandecía con terquedad cada vez que los suyos se cerraban.

Había comenzado a odiar las noches que tanto le habían servido para imaginar una utópica vida. Y había comenzado a odiarlas porque cualquier pensamiento nocturno siempre le llevaba al mismo recuerdo: ojos centelleando, lágrimas cayendo, suplicas y palabras de gratitud.

Aquel desconocido que le había hecho traicionar su carácter no parecía querer abandonarle.

Después de aquella noche había salido al jardín con mayor frecuencia, siempre con un paquete de cigarrillos en un bolsillo, y la esperanza de ver al muchacho bien escondida en otro.

No estaba seguro de lo que haría si llegaba a tenerlo cerca de nuevo. La respuesta más lógica y esperada era dispararle, cumplir con la promesa que le había hecho aquella noche, no dejarlo correr con la misma suerte. Pero ya había titubeado una vez, y estaba casi seguro, por más increíble que pareciera, que podría hacerlo de nuevo.

¿Qué está pasando contigo Kim?

Era lo que se preguntaba cada vez que miraba su reflejo en el espejo, cada vez que se quedaba solo. Tenía que hacer algo, no podía permitir que el recuerdo de un niño de ojos bonitos le atormentara así.

Esa mañana se había levantado con el pie izquierdo, estaba de un humor de mierda y lo último que necesitaba era escuchar las carcajadas de Park a unos cuantos metros de distancia. Últimamente le había escuchado reír demasiado, y aquello le ponía los pelos de punta.

Siempre había tenido cierto resentimiento hacia Park. Le había odiado desde el primer día en que lo conoció, sonreía demasiado, alzaba la voz en ocasiones sumamente inoportunas y muy a menudo se olvidaba de la cordialidad que debía tener para con sus superiores.

Kim nunca había terminado de entender cómo es que Park formaba parte del Ejército, le había visto llorar en más de una ocasión durante su entrenamiento. Park no era más que un niño, con demasiados sueños y un corazón excesivamente grande para el Ejército Popular.

Su risa no era la única que resonaba en el pasillo conjunto a su lugar de trabajo, podía escuchar claramente al Teniente Byun acompañándole, y si Park representaba un dolor de cabeza para el Coronel estando solo, cuando estaba acompañado de Byun era verdaderamente una pesadilla.

En los últimos días los había visto demasiado cerca, sabía que no le podía prohibir a Park entablar alguna amistad con otro de sus compañeros, después de todo la lealtad era algo que predicaba y que representaba una pieza clave en su vida, pero desde que habían comenzado a frecuentarse tanto la calidad de su trabajo había decaído enormemente.


El Teniente Byun era el encargado de hacerles llegar paquetes de tabaco, licor y cualquier otro lujo a los superiores dentro de la Casa Presidencial. Tenía un horario fijo, cada vez que llegaban los paquetes era su responsabilidad hacérselos llegar a sus respectivos dueños a primera hora de la mañana.

Days of War, Nights of Love | SeHoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora