9. La decisión real

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El príncipe subió las escaleras silbando. Incluso llamó alegremente antes de entrar en las reales estancias. En cuanto entró, el malhumorado rey despidió con brusquedad al servicio y se incorporó ligeramente en su lecho.

—Me has desobedecido, Filipo.

—En absoluto, padre.

—Has... flirteado con esa pelandusca...

—Deirdre, se llama Deirdre.

—Me has humillado ante mi corte...

—Pues a mí me parecieron muy risueños.

—Una furcia sin casa ni estirpe...

—De hecho, pertenece a la realeza.

—¿Realeza?

—Los Del Bosque

—Jamás oí hablar de tal casa. Extranjera, como no, por eso era tan negra.

—Morena.

—Así que una furcia extrajera de no se sabe que familia le ha robado la cabeza al imbécil de mi hijo...

—Es curioso, porque yo me siento de maravilla.

—Como todos los imbéciles.

—Vamos, vamos, padre. El vino os ha sentado fatal...

—No oses hablarme como a un viejo chocho ¡Yo soy tu rey!

—Que mal aspecto tienes, padre. Deberías cuidarte más, o no mejoraras.

—¡No oses ignorarme!¡ No vas a casarte con una pelandusca mientras yo viva!

—Tranquilo, padre. Deja que te mulla la almohada...


Tres horas después el servicio nocturno encontró al rey muerto en su lecho. Una criada, hecha un mar de lágrimas, corrió a anunciar la noticia a su alteza, quien aún no se había acostado.

El príncipe recibió la noticia con serenidad. Despidió a la doncella con dulzura y salió al balcón, a disfrutar de la brisa nocturna.

Luego abrió su puerta de una patada, llamó a voces al gran chambelán y antes de diez minutos decenas de jinetes salían de palacio para arrastrar a los cabezas de la nobleza junto a su nuevo rey, resacosos y adormilados, muy poco preparados para la que se les venía encima.

Al día siguiente dos bandos se hicieron públicos en cada plaza y recodo de la ciudad. El primero decía "El rey ha muerto" y el segundo "La princesa misteriosa será la nueva reina"

El bando llegó también a la mansión, y en el momento en que llegó, el señor Gato bailó un rápido zapateado, dio las ordenes pertinentes y se marchó a la carrera. La dama del bosque, aún incrédula empezó a poner en marcha lo acordado, mientras Deirdre ahogaba un grito de emoción en una almohada, ante la mirada de fastidio de Lena.

Llegó el mediodía y pasó, y nadie se presentó en el palacio. Sentado en el trono, el futuro rey esperaba tranquilamente, bromeando con los nerviosos nobles, disfrutando de ver el sudor en su empolvados rostros. Finalmente, uno de aquellos aterrados desgraciados hizo oír su voz.

—Quizá deberíamos salir nosotros a buscarla, majestad.

—Ah, al fin una sugerencia útil. ¿Alguna idea sobre como localizarla, señor Rotvenne?

—En fin, yo...

—Sí, eso me parecía.

La oportuna interrupción de un criado salvo a Rotvenne de una crisis nerviosa. Hacia dos días, el mismo se estaba riendo de aquella broma de príncipe que tenían, tembloroso, tartamudo y torpe. Y entonces el viejo había palmado y la edad de oro de la nobleza revoltosa había terminado antes de empezar. Los habían arrastrado a palacio, les habían sacado el juramento de lealtad de sus beodas gargantas y luego los habían dispuesto en corro en el gran salón, como ovejas bajo la mirada de un lobo complaciente.

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