5. La segunda noche

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Ana llegó hasta el viejo sauce casi bailando de pura felicidad, riendo como una niña. Se abrazó al árbol y besó la suave corteza.

—Oh, madre ¡Soy tan feliz! Ayer acudí al baile como me dijiste, y todo era como en mis sueños, los colores, la música, los nobles. Oh madre, ojala nunca hubiese acabado.

—Me alegro de que disfrutaras, querida

—¿Podré ir hoy también al baile?

—Pero por supuesto, querida.

—¡Eso es maravilloso! Sabes madre, conocí a un príncipe. No era hermoso como los de verdad, pero a lo mejor tiene algún hermano...

—Vaya ¿Un príncipe, dices? Ese si sería un marido digno de ti, hija mía.

—Oh, no se madre. ¡Era tan feo!

—Pero si te casaras con él, serias princesa, mi niña

—Princesa...

La dríade vio como los ojos de la muchacha hacían chiribitas de pura ilusión. Si la conocía de algo, y la conocía, no volvería al mundo hasta unos cinco minutos después. Esperó pacientemente a que la muchacha descendiese desde el mundo de la ensoñación y en cuanto volvió a ver el brillo de la consciencia en su mirada, reanudó la conversación donde la habían dejado.

—Sí, princesa, y podrás ir a bailes y hablar con nobles cada día, comer dulces y todo el mundo te amará...

—Sí... Princesa.

—"Mirad, ahí va la princesa Ana. Y que hermosa en su vestido de lino egipcio..."

—Si...Princesa.

—"¿Mama, podre ser tan bonita como ella algún día?" "Por supuesto que no, cariño. La princesa Ana es la chica más bella del mundo"

—¿Como dices?

—No chica...mujer...

—Ah, sí, claro. "La mujer más hermosa del mundo"

—Bueno, supongo que si el príncipe no tiene un hermano... Todo sea por el bien del reino

—Esa es mi niña. Hala, ve a prepararte para el gran momento.

—Sí, ¡Sí! ¡Adiós, madre!

—Hale, adiós... oh, oh, oh, oh ,oh, espera un momento.

—¿Qué sucede?

—No lo alargues más allá de medianoche ¿Eh? A los príncipes no les gustan las que hacen eso.

—Oh, haré caso de tu sabiduría, amada madre.

—Eso, eso, tu haz caso.

—¡Adiós amada madre!

—Adiós, adiós...

—¡Adiós señor árbol!

—Sí, sí, el señor sauce también te dice adiós

—¡Adiós señor pajarito!

El cuervo posado en las ramas bajas del sauce miró a la niña con lo que podría pasar por fastidio. La naturaleza no le había dotado para ello, pero a punto estuvo de poner los ojos en blanco y suspirar.

En cuanto Ana se perdió en el camino que llevaba a su casa, la dríade salió del árbol y se llevó las manos a las sienes, agotada. Levantó la vista hacia el cuervo, que la estaba observando atentamente.

—Dile a madre que está en marcha

El cuervo soltó un graznido burlón, como poniendo en duda el mensaje a transmitir, y levantó el vuelo antes de que la mujer de los arboles pudiese echarle el guante.

CenicientaWhere stories live. Discover now