Capítulo XI: Las tres manecillas del reloj.

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Fue un extraño impulso, pero ya tenía una semana de que me había ido, por lo menos tenía que llamar a ver cómo estaban las cosas por allá. Sin embargo, en mi interior necesitaba saber de Brian. Salí y caminé por las calles de New York.

Compré una tarjeta, llamé desde un teléfono público y cuando escuché el primer repique, mis manos empezaron a sudar y palidecí, pero cuando escuché su voz mis palabras se esfumaron y me comenzaba a faltar la respiración.

— ¡Aló! Caroline ¿Eres tú verdad? – dijo seguro, tratando de que hablara.

— ¡Sí! – afirmé-. Soy yo.

— ¿Por qué te has marchado? ¿fue por mí? Necesitamos hablar – preguntó desesperado.

— No pienso regresar – contesté-. Soy lo suficientemente adulta para tomar mis decisiones.

— Lo que dije aquella vez...

— No me interesa – interrumpí, alzando el tono de voz.

— Escucha. Todo lo que dije fue mentira, si siento algo por ti.

— Es tarde.

— ¿Dónde estás? ¿Puedo ir por ti? – Preguntó insistente.

— No. No tienes el derecho. Sólo llamé para ver si estaban bien.

— Sí – dijo en tono seco.

— Vale. Llamaré después - dije antes de que me interrumpiera-. Besos para mamá y papá.

— ¡Espera! – me retuvo su voz antes de colgar-. ¿Qué zarcillos utilizaste el día de la boda?

— ¿Qué hay con eso? – pregunté desconfiada.

— Sólo responde. Ya he hablado con Afgan.

— ¡Ah! – exclamé-. ¡Con razón! Utilicé las perlas de mamá, pero las coloqué en su peinadora cuando llegué a casa – me silencié por unos segundos-. ... Al llegar de la fiesta.

— ¿Al día siguiente no las usaste?

— No. Tengo que dejarte, me dejarás sin crédito. Cuídate.

— Espera...

Era demasiado tarde, había colgado. Si dejaba que siguiera hablando me hubiese hecho dudar en volver. La tristeza no había disipado del todo, volví a recaer y sentir la misma sensación que antes. Cuando llegó la noche, miré el cielo desde la ventana enrejada, Chriss, sin embargo, me había notado algo extraña, pero tenía la sensación de que sabía las razones.

Duramos casi hasta la madrugada viendo dos películas. Una de ellas trataba sobre un amor imposible, pero realmente cuestioné la trama. La palabra imposible en el amor no era tan certera del todo, lo que varía es la química que va surgiendo acorde a los detalles.

A veces, cuando cubrimos nuestros ojos y alguien nos besa, sentimos la misma sensación. Cuando descubrimos nuestros ojos y vemos quién es, en ese momento, sentimos si fue asqueroso o fue el mejor del mundo. Nos dejamos llevar mucho por quién y no por cómo nos hizo sentir.

— Te ha gustado la película – preguntó sacándola del DVD-. Prefiero las de suspenso – encogió los hombros.

— Estuvo bien – repuse-. Aunque esperé más.

Llevé la bandeja de palomitas de maíz a la cocina, y volví a la sala para despedirme.

— Iré a descansar – lo abracé-. Creo que deberías hacer lo mismo

— ¡Está bien!– se aproximó.

Me besó de sorpresa. Su aliento comenzaba a sofocarse.

— No deberíamos hacer esto – dije, tenía miedo.

— ¡Estarás segura conmigo! – me miró fijamente y siguió besándome.

Sus labios eran completamente distintos a los de Brian, de cierta forma, él empezaba a causar sensaciones en mí. El beso nos hizo derrumbar en el sofá, nos fuimos despojando la ropa, pero cuando estaba a punto de quitar mi ropa interior, lo frené.

— No estoy preparada para esto – reflexioné y sentí remordimiento-. Sé que no lo hiciste con esa intención, pero me hace sentir como una puta.

— ¡Discúlpame! No quise hacerte sentir eso.

— No te disculpes – repliqué-. Sé que no, es simplemente lo que siento de mí.

Abroché mi sostén de nuevo. Luego de colocarme la blusa, besé su mejilla y me marché a mi habitación. Me apoyé sobre la puerta dudando si sólo lo quería de amigo o como algo más; eran pensamientos contradictorios. Me deslicé sobre ella hasta caer en el suelo, ahí me quedé por breves minutos para meditar sobre lo sucedido.

— ¡Caroline! ¡Por favor discúlpame! - lo escuché tras la puerta.

— Estaré bien. Sólo necesito descansar - mentí.

Minutos después escuché sus pasos alejándose.

Luego de levantarme del suelo, me desvestí y dejé la ropa en la esquina de mi cama. Me coloqué una de mis pijamas preferida, porque era la más suave: una fina seda rosada.

Fui al baño y me quedé observando mi reflejo por un rato. Lavé mis dientes y rostro, y al salir tomé un libro de mi armario. Leer me distraída, aunque con los pensamientos revueltos, sólo seguía las líneas sin comprender el texto. No fue agradable creer que lo había traicionado, aunque tampoco podía obviar lo que me había hecho sentir Chriss con su caballerosidad.

A pesar de que seguía amando a Brian, no podía obviar el hecho de que éramos hermanos. No sé cuántas veces repetía eso mi mente, pero era inevitable. Chriss me hacía sentir diferente, protegida y teníamos una mágica conexión.

Ahora sentía que estaba entre una encrucijada, ¿Qué hago con este sentimiento hacia dos? Claro, siempre Brian estaba predominando. No entendía si el destino quería juntarme con Chriss o estaba poniendo a prueba mi amor hacia Brian. No podía coincidir con lo que quería y sentía, nunca había sido más complejo.

Tratando de escapar de un sentimiento me sumergí en otro. Residía en un profundo abismo confuso por tratar de refugiarme y escapar de mi realidad. Cada manecilla del reloj puesto en la mesa de noche tenían un nombre, y todos girábamos en el mismo círculo vicioso. En ellas veía nuestros rostros: Chriss, Brian y yo. Todos girando hacia un mismo fin, buscando un poco de amor.

Al día siguiente preparé el desayuno, mucho antes de que Chriss se levantara para marcharse a la universidad. Por un momento me había quedado pensativa, sabía que estaba retribuyendo mi estadía, pero en otro sentido, era como si estuviera relacionada amorosamente a él.

Desde servirle el café, preparar el desayuno, llevar su ropa a la tintorería. Aunque él odiaba y se ofendía si intentaba pagar, no se quejaba si hacía la labor que ameritaba la casa.

En las tardes trabajaba en una cafetería, quedaba justo a la vuelta de la esquina del apartamento. Las propinas por atender a los clientes, a veces, eran más de lo que ganaba trabajando por el día. Obviamente no podía quejarme, no quería ser despedida sin encontrar algún trabajo.

Lo único bueno es que el trabajo me tenía la mente ocupada y ya no pensaba tanto en la llamada, sobre todo en la voz de Brian, por ende, estaba un poco más tranquila.

Tuve la suerte de conseguir ese empleo casi a la semana de haber llegado. Ver el cartel solicitando mesera había sido una oportunidad buena para empezar en una ciudad tan amplia, donde los trabajos se agotaban por la cantidad de personas que querían la oportunidad, esta vez me había tocado a mí recibir un poco de suerte.



Revealing Dreams - SacrilegioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora