7. Sangre

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Realmente si tenia sentimientos encontrados por él pero decirle si, era aumentar su ego y odiaba eso. Lo vi unos cuantos segundos a los ojos, parpadee por una última vez para el beso que se aproximaba, miré sus labios, cerré mis ojos para besarlo con muchas ganas, pasión; él estaba loco de deseo. Abrimos lo ojos, sonreímos al unísono, más enamorados de lo que pensábamos, sujetó mi mano.

Al terminar el beso. Henry se puso divertido, su sonrisa estaba de oreja a oreja, junto con sus hermosos hoyuelos; sus labios muy cerca de los míos, a solo unos centímetros. Estaba siendo más complicado ver sus labios rosados; su hermosa sonrisa tan cerca de mí, era irresistible. Traté de negarme pero él cada vez se acercaba más, cerré los ojos; mis deseos me vencieron. Rodee mis brazos por su cuello, sus brazos rodearon mi cintura, pegándome mucho más, sintiendo su pecho temblar al igual que sus rodillas; nuestras mejillas estaban ruborizadas, más las mias; sus ojos achinados, con ese pequeño lunar cerca de su boca, lo hacía jodidamente sexy.

No quería besarlo porque eso me confundía, no podía traicionar a mi mamá, pero mis impulsos eran más fuertes. Resistirme a esos labios era imposible, cuando me besaban hacían olvidarme de todas las cosas, solo pensaba en sus labios, carnosos y dulces con sabor a menta recorriendo mis labios, suspirando llenos de pasión.

—¡Te necesito Tess! —expresó Henry con angustia y apego.

Sentia la misma angustia pero la presión de mamá me confundía. Lo miré algo conmovida por su mirada triste, correspondí al abrazo y cerré mi puerta en su cara. Diana se preocupó al verme en mi estado emocional. Le expliqué lo que sentía, no aguantaba más; nada de lo que quería estaba resultando, todavía no entendía mucho cuál era mi objetivo, tampoco entendía ¿por qué yo?, ¿por qué no había otras u otros como yo? Todo esto tenía que preguntárselo a María, comencé a marearme cayendo en el piso desmayada.

La cabeza dolía mucho, veía todo negro, los ojos eran difíciles de abrir, la luz que entraba por la ventana segaba mi vista, traté de mirar hacia otro lado, abrí un poco más los ojos, estaba tirada en el piso sin fuerzas para levantarme. Recordaba estar hablando con Diana y comenzar a marearme, traté de llamar a Diana pero al parecer no estaba, hasta que la vi justo al lado mío con un vaso de agua por tirármelo, hasta verme despierta, parecía más aliviada.

—¿Estás bien? —preguntó Diana—, ¿queres hablar del tema?

—No gracias, no estoy de ánimos —escurriendo el pelo.

Estaba toda adolorida, mi cabeza daba vueltas, tenía la misma ropa que la noche anterior. El mareo cada vez se iba disminuyendo aunque el dolor no se iba con nada.

—¡Tessa! —golpeando la puerta de mi habitación con todas sus fuerzas—. Buenos días.

—¿Qué pasa Henry? —abriendo mi puerta—. Estaba durmiendo.

—Tenemos que comer, ¿dormías? —viéndome mojada algo irónico y pícaro.

Era por mi alimentación, la verdad tenía mucha hambre, tomé sangre, copa tras copa; pedí más y más, hasta estar satisfechos, cada uno se fue por un lado de la cocina, sin decir ni una palabra, nuestras miradas delataban todo.

Mi obligación era hablar con mamá para responder alguna de mis preguntas, no tenía compañía, me dirigí hacia lo de mi madre. María se encontraba sentada con sus amigas, se disculpó, se acercó para hablar más en confianza, pregunté dónde se encontraba mi papá. Ella repondió que cuando lo había conocido, él era un joven apuesto, de ojos claros, morocho; no era tan malo como describían a los ángeles de la oscuridad. Él no era puro pero era mejor que ningún otro, atraía mucho con su valentía, su honor, su encanto, esa paz interior que tenía. Ninguno de los dos estaban de acuerdo con la guerra que se había armado.

La Guerra de Ángeles ©✔Where stories live. Discover now