† Sermo leprosi †

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Siempre me ha sorprendido mi capacidad para odiar a las personas. Puede que suene algo contraproducente, conociendo lo estereotipada que es la vida con respecto a los introvertidos como yo, aunque la verdad me da completamente igual.
La vida muchas veces se encarga de hacernos ver su realidad más despiadada sólo por su capricho o tal vez porque nos trajo aquí con el único propósito de ver cómo nos descomponemos y empezamos a odiarla hasta que decidimos romper lazos con esa maldita perra y morir.
Mi posición frente al suicidio siempre fue duramente criticada por mis padres y mis muy pocos amigos —de ahí el que me tildasen de enfermo—, yo pienso que las personas que deciden quitarse la vida tienen mayor mérito que las que prefieren vivir su cobardía con el deseo de terminar con lo que tanto les duele, buscando una solución que nunca llegará o aferrándose a una esperanza que lo único que hace es prolongar un poco la espera a su triste final.
Su inconsciencia, su ignorancia —su puta ignorancia—, su miedo, su maldita percepción "positiva" de la vida y de lo que los rodea los ciega, limita su visión a lo que creen real y no les deja ver el mundo crudo y vil, en toda su belleza.
El mal es un arte abstracto —que para algunos cae en lo grotesco—, no es más que una descripción visceral de la realidad. Vomitada de verdad y vertida de vilis y odio amargo de quienes han sido alcanzados por el cuchillo de punta envenenada de la fatalidad y la injusticia. Todo lo antes descrito puede ser arte y musa de quien busca en lo oscuro la verdad y sabe que en lo claro sólo quedará cegado de lo que cree real.
Escribir estas líneas se siente como soñar. Soñar que nada de lo que he escrito con esa desnudez y frialdad que sólo puede ser comparada con la de un cadáver, sea real. Soñar que aun hay esperanza y que esto nunca pasó. Soñar que no hay que temer al rostro pálido y seco de la muerte y mucho menos temer a la crueldad pútrida de la agonía. Esas dos zorras que disfrutan mezclando sus sangres en el momento justo entre el último aliento del desdichado y el llanto desconsolado de sus seres queridos, mientras las dos bastardas siguen riendo atrozmente mientras bailan al ritmo de un piano antiguo y golpean el corazón frío e inerte del occiso.
Tal vez necesite un descanso, aunque ya siento que las fuerzas me faltan y empiezo a divagar. Ya comienzo a sentir frío y escribir con este olor nauseabundo y tantos golpes y heridas es algo difícil.
Me disculparás por las manchas de sangre y la suciedad de mi manuscrito, se podría decir que los despojos de la sociedad no se la pasan tan bien. Es más, cuando me quede sin sangre, nadie reparará en mi ausencia.
Esto es la despedida, ahí vienen mis dos parejas para esta noche y el piano empieza a sonar. Si crees en algún Dios pídele por ti, porque a mi él ya me ha abandonado.

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