Capitulo 14

30 4 0
                                    




Los meses del embarazo de Mónica fueron una tortura para los dos, no estábamos preparados para convivir con una persona a la cual no conocíamos, pero ella nunca se arrepintió de nuestro matrimonio, cuando pensé que tal vez podríamos anularlo, ella insistía que sería hacerle un daño a nuestro hijo. Los dos nos criamos en familias unidas, nuestros padres nunca estuvieron separados, no conocíamos otra realidad, nos esforzamos mucho por agradarnos y adaptarnos a la convivencia, nunca se me pasó por la mente que vivir con padres separados no es lo peor que a un niño le podría pasar, lo peor sería ser espectador de una ficción, vivir en un hogar en el cual la ausencia de amor es evidente aunque se intente disfrazar la realidad.

Pero recuerdo que también tuvimos días buenos, cada vez que era turno de una ecografía mi corazón se aceleraba de felicidad y la ansiedad me invadía, sentía las mismas sensaciones que cuando estaba en la universidad y esperaba a que me llamara el profesor para evaluarme.
Mientras esperaba nuestro turno le rogaba a Dios que el bebé estuviera bien, que todo continúe con normalidad. Cada vez que el ecógrafo decía que estaba todo en orden lograba volver a respirar con normalidad, ese bebé era la razón de todas mis decisiones y anhelos.
Cuando supimos que tendríamos una niña decidimos llamarla Sofía, por primera vez logramos estar de acuerdo en algo.
Nunca había visto a mí madre 5an entusiasmada, compraba de manera compulsiva todo lo que encontraba para bebés, mi padre por otro lado notaba que mi relación con Mónica no era del todo romántica, creo que internamente desaprobaba nuestra relación, pero hubiese sido peor tener que aceptar a un nieto bastardo.
Mónica insistía en que en su estado tenía que hacer el máximo reposo posible, así que contratamos a una señora para que nos ayudara con los quehaceres del hogar, como nuestra casa tenia habitación de huéspedes María empezó por quedarse a dormir dos veces a la semana cuando terminaba tarde, con el tiempo nos pidió que la contratemos cama adentro.
María era una mujer de unos cuarenta y siete años, soltera y sin hijos, hermana de la señora que trabajaba en la casa de mis padres. Lo que más me agradaba de ella era su discreción y respecto, cuando Mónica y yo teníamos nuestras discusiones habituales María trataba de estar lo más lejos posible de nosotros para desentenderse del asunto.

Discutíamos prácticamente todos los días. Yo estaba trabajando doble turno en una de las empresas de mi padre y ella se quejaba de que no estuviera nunca en la casa, pero esa casa parecía una jaula de oro, teníamos absolutamente todas las comodidades, no nos hacía falta nada, nada excepto el amor.
Mi padre aceptó que dejara de estudiar a pesar de que me faltara tan poco para terminar la carrera, recuerdo pasar una hora entera argumentando y explicándole mis motivos, ya tenía los conocimientos necesarios para hacerme cargo de una empresa y el titulo no es requerido cuando tu jefe es tu padre, además, no podía ser un hombre de familia sin un trabajo, mi orgullo no estaba dispuesto a aceptar que nuestros padres nos mantuvieran a los tres.

Aunque Mónica insistiera en que tenía que pasar más tiempo con ella, cuando yo intentaba acercarme siempre tenía algo de lo cual quejarse. Creo que nunca pudo superar el hecho de que yo no dejara de componer, cada vez que me veía sentado frente al piano buscaba la manera de interrumpir pidiéndome cualquier favor tonto. Tal vez si yo le hubiera dado más de mi tiempo ella nunca habría tenido quejas, después de todo... Si uno se queja es porque hay algo que necesita ser escuchado, no es culpa de ella mí incapacidad de sentir amor y es una pena todo el daño que nos ocasionamos por no haber sabido detenernos a tiempo.

Cuando ella visitaba a sus amigas yo lograba relajarme y tocar tranquilo. Un día María me pidió que dejara que su sobrina nos visitara, una niña de diez años que estaba interesada en la música pero no tenía dinero suficiente como para comprarse ningún instrumento, me dijo que sería muy feliz si pudiera tocar mi piano por lo menos un rato. Cuando Mónica entró a la sala y vio a la niña sentada a mi lado mientras yo le enseñaba un par de notas desató una crisis de nervios, echó a la niña de mala manera diciendo que nadie podía entrar a su casa sin su consentimiento. La niña se fue llorando de la mano de María, cuya tristeza y decepción podía notarse a la legua. La escena fue tan dolorosa que en lugar de discutir dejé de dirigirle la palabra durante una semana entera hasta que su insistencia pudo más que mi indignación.

Yo sabía que el día del nacimiento de Sofía seria el día en que todas las heridas que nos causamos Mónica y yo encontrarían su sentido. Sé que nunca fue feliz conmigo, no lo es incluso hasta el día de hoy.

Ese día llovió torrencialmente, las horas en la sala de parto fueron las más lentas de mi vida entera, ver a Mónica sufrir me dolía más de lo que hubiese imaginado, a ella le tocó nacer mujer, le tocó vivir todas las transformaciones de su cuerpo, todos los síntomas y dolores que finalmente dieron a luz a una hermosa niña de tres kilos y medio, es por eso que a pesar de nuestras diferencias y conflictos, ese día me prometí a mí mismo hacer todo lo posible por conformarla y demostrarle mi gratitud por darme el regalo más grande.

El secreto de HelenaWhere stories live. Discover now