Capítulo 24

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Frías manos agarraron mi garganta, arrastrándome a través de la nieve helada. Enterré mis pies en la nieve y arañé su mano. Su pie se enganchó en mis costillas, y sentí algo romperse. Bóreas liberó mi garganta y tiró de mi cabello, levantándome. Su mirada lasciva se clavó en mí mientras luchaba, y sonrió.
No. No puede estar sucediendo. Mi alarido sin palabras sonó en todo el claro. El grito desató algo dentro de mí, y sentí el poder que había estado reteniendo en la bahía explotar a través de mi cuerpo. ¿Qué importaba si me quemaba? Melissa estaba muerta, y cualquier cosa sería mejor de lo que Bóreas había planeado para mí.
Un destello brillante llenó el claro, y por una fracción de segundo, cada detalle en el claro quedó enmarcado a contraluz. Bóreas aulló y me soltó. Mis pies tocaron el suelo y la nieve se derritió bajo ellos, dando paso a la hierba recién nacida.
Miré a Bóreas y entrecerré los ojos. Las vides se enrollaban en él, creciendo dentro de su cuerpo que seguía luchando, sosteniéndolo en el aire.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Tánatos detrás de mí—. Hades va a...
—No puedes llevártela. —Mi voz sonó tan salvaje que no la reconocí. Le miré a los ojos y vi sus pupilas agrandarse. Me eché hacia atrás, sorprendida. ¡Se suponía que yo no podía encantar a los dioses!
—Mi señora —jadeó—. No tengo ningún deseo de ofenderla, pero un alma se perdió aquí hoy y un alma debe recogerse.
—¿Cualquier alma?
Él vaciló, y me hice a un lado. Tánatos dio un fuerte respiro cuando vio a Bóreas. Las vides se enrollaban alrededor de su cuerpo, exprimiendo y apretando su agarre. Bóreas hizo sonidos de asfixia cuando las vides salieron de su boca, haciéndose camino desde su garganta.
Miré a los ojos de Bóreas y vi sus pupilas dilatarse. Cuando estaba segura de que lo había encantado, le exigí:
—Habla.
Las vides salieron disparadas de su boca y se enredaron alrededor de su
cuello. Gotas congeladas de sangre empapaban la hierba bajo sus pies.
—Lo siento —susurró, en trance—, por haberte enfadado. Haré cualquier cosa para compensarte.
—¿Por qué yo?
—Eres hermosa, fuerte y...
—¿Por qué has venido por mí? —exigí.
—Te he escogido entre miles de personas. Todas los demás palidecen en comparación a ti... —Entrecerré los ojos hacia él, y él tragó saliva—. Mi señor me pidió que te recuperara.
—¿Quién es tu señor?
—Ha estado mucho tiempo escondiéndose, fortaleciéndose. Cuando descubrió que aún tenía una hija en el reino de los mortales, él me dio instrucciones...
Mi cabeza giró hacia adelante por la sorpresa.
—¿Qué?
—Zeus vive —jadeó cuando las enredaderas se apretaron a su alrededor, en respuesta a mi sorpresa—. Te diré cualquier cosa que desees. Haré lo que sea.
No quería nada de él. Quería a Melissa de vuelta. Empezaron a salir lágrimas de mis ojos y hablé sin pensar.
—Ojalá estuvieras muerto.
Bóreas se desintegró en la nieve y el hielo.
Parpadeé. Se suponía que los dioses tampoco morían. ¿Qué estaba pasando?
No importa, tienes un alma ahora. Tal vez todavía puedas salvar a Melissa.
—Ahí está tu alma —le dije a Tánatos, como si tuviera opción. No estaba segura de si era posible, pero valía la pena intentarlo—. Melissa se queda.
—Sí, mi señora —dijo con una reverencia. Se me quedó mirando, y me moví incómoda. Tánatos era un amigo. Manipularle estaba mal.
—Ve por Cassandra. Está en la entrada al Inframundo. Vuelvan a la seguridad del palacio. Solo entonces puedes decirle a Hades donde estoy.
Desapareció, y solté un suspiro de alivio.
Melissa se removió. Me arrodillé a su lado y puse mi mano sobre el carámbano, viéndolo derretirse. Su carne empezó a regenerarse. Mi cabeza era un hervidero, la carne en mis manos hormigueaba incómodamente. Solté una oleada final de poder, rompiendo la pared de hielo.
El mundo giraba a mi alrededor. Vagamente oí pasos crujir sobre la nieve. La voz de mi madre.
Unos brazos fuertes me envolvieron y Hades susurró en mi oído antes de que cayera en un dichoso letargo.

Persephone. Hija de ZeusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora