Capítulo 23

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Emergí de la tierra con un ceño fruncido de confusión. Debería estar en Atenas, ¡no en el Ártico! Nieve y hielo cubrían el suelo. Una salpicadura de rojo contra el congelado páramo me llamó la atención. Me deslicé por la superficie nevada. Doblé mis rodillas, tocando el suelo con mi mano para frenar hasta detenerme cuando me acerqué a un árbol gigante cubierto de nieve con carámbanos pendiendo de sus poderosas ramas. Una alfombra de amapolas rodeaba su base, de algún modo no se veían afectadas por la nieve que se elevaba a su alrededor.
Contuve el aliento y escudriñé el paisaje con nuevos ojos. No era posible. ¡Nunca vi más que unos pocos centímetros de nieve en Atenas en toda mi vida! Debería haber un lago en la distancia, y un camino. No me molesté en buscar mi auto; mamá seguro lo habría recogido poco después del intento de secuestro. Las gallardías y las granadas habrían desaparecido hace tiempo, pero ¡seguro que un parque completo no podía ser borrado por la nieve!
Cerré mis ojos, visualizando Five Points. Hades no había estado seguro si podía tele transportarme en el reino de los vivos, pero la teoría era buena. La tierra era mi dominio, compartido con mi madre. Debería ser capaz de moverme tan libremente aquí como podía hacerlo en el Inframundo. Con una nauseabunda sacudida, la tierra se agitó a mi alrededor y me encontré parada en el estacionamiento de Earth Fare, al otro lado de la tienda de flores de mi madre.
Five Points estaba desierto. Cada tienda estaba fuertemente cerrada contra la invasión de hielo. Hice mi camino a través de la calle hasta que llegué a la ventana de nuestra tienda. Vacía. Todo estaba vacío. Nadie caminaba por la calle y no había autos esperando en la intersección.
Con mis dedos torpes por el frío, metí la mano en la bolsa que había preparado en el Inframundo y saqué las llaves de la tienda. No estaba más cálido adentro. Encendí la calefacción y me senté en el taburete de madera junto a la caja registradora. No queriendo lidiar con la lenta computadora de la tienda, saqué mi teléfono, cargando la página web del Banner-Herald. Historia tras historia llenaban la página. Por primera vez en la historia escrita la nieve cubría el suelo en todo el mundo. Lo meteorólogos estaban desesperados por respuestas.
Aquí y allá podía ver toques del trabajo de mi madre para mantener al mundo a flote: Plantas inexplicablemente indemnes a la helada; electricidad que se había mantenido durante toda la ventisca; mujeres, sacerdotisas de mi madre, yendo en ayuda de los automovilistas varados. Mientras había estado haciendo mis demandas impetuosas, el mundo entero se había estado congelando.
La mención del nuevo culto de Orfeo cerró la fisura en mis pensamientos. Orfeo había sido cuidadoso de no mencionar a Bóreas, para no otorgarle poder con la fe. El nombre de mi madre era usado frecuentemente como el de alguien que podría ayudar durante este tiempo de peligro. Las misteriosamente amables mujeres fueron identificadas como pertenecientes a algo llamado los Misterios Eleusinos o el culto a Deméter. Al pie del culto había una sincera historia de una mujer tratando desesperadamente volver a reunirse con su hija perdida.
Esta ventisca no pudo haber durado desde mi secuestro. Orfeo y su esposa habían estado de excursión antes de que muriera. Mis dedos pasaron a través de la pantalla, buscando por la primera de las historias. Empezaron días después de que Orfeo haya empezado a hacer titulares.
Tomé una inspiración profunda. No era tan malo como había pensado, pero era mucho peor de lo que me dijeron. Todas las novedades del mundo viviente que recibí, vinieron de Cassandra. Me reí en voz alta; Cassandra, el alma más confiable en el Inframundo, podía mentir. Mis manos se sacudieron de rabia.
Detente, piensa, me obligué a mí misma con una respiración profunda. Podía adivinar su razonamiento. No querían que hiciera algo estúpido. Imperdonable, tal vez, pero tenía un pez más grande que freír. ¿Qué significaba esto para mí?
Bóreas era más fuerte de lo que había pensado. El invierno y sus elementos serían la primera cosa en la mente de todo el mundo en este momento. Él estaría juntando fuerza de eso.
¿Por qué él estaba haciendo esto? Tenía que ser más grande que yo. Sin importar cuán fuerte Bóreas se había convertido, aún no podía sostener una vela cerca de Hades o mi mamá. Si esto era una cosa de orgullo, o venganza contra mi madre, ¿por qué no había intentado algo así antes?
Eché un vistazo al reloj. Diez treinta. Bóreas debería estar en el parque al mediodía para el intercambio. Hades podría descubrir que no estaba en cualquier momento, y este sería uno de los primeros lugares donde me buscaría. Era tiempo de pasar a la segunda parte de mi plan. Pero primero, ropas cálidas. Había subestimado la mordedura del frío.
Debatí guardar mis poderes, pero mi cabeza ya dolía. Necesitaba quemar más poder si esperaba ser capaz de mantenerme de pie en el claro. Cerré mis ojos y me tele transporté a Masada Leather. Busqué rápidamente a través de los estantes y encontré una gruesa chaqueta de cuero. Me la puse. No pude encontrar nada más cálido que los pantalones vaqueros que había convocado en el Inframundo, así que busqué hasta encontrar un par de botas de invierno que no tuvieran un taco loco y me saqué mis tenis. Lancé las etiquetas de precios en el mostrador con la cantidad suficiente de dinero, y luego me tele transporté al invernadero de la universidad para esperar la próxima hora. No podía ir al claro temprano; había una gran posibilidad de ser vista por mi madre, o incluso por Hades una vez que encuentre a Cassandra, y necesitaba practicar.
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Al mediodía aparecí bajo mi árbol en el claro. Me aseguré de saber exactamente dónde estaba la entrada al Inframundo y respiré un poco más tranquila con el conocimiento de que podía regresar a la seguridad donde Bóreas no podía seguirme. A mi izquierda, vi a mi madre, callada y cruzando el claro a buen paso. Se veía furiosa. Mis pies crujieron en la nieve y miró hacia arriba, sus ojos se abrieron cuando me vio.
—Perséfone...
Hielo se levantó alrededor del claro, formando una gruesa pared entre nosotras. Bóreas se materializó en el centro del claro, sosteniendo a una Melissa en apuros. Sus ojos se encontraron con los míos.
—¡No! —gritó.
Fulminé con la mirada a Bóreas, al fin siendo capaz de poner una cara a mis miedos. Era alto y de hombros anchos. Vestía una toga blanca, que combinaba perfectamente con su piel blanca como la nieve. Un blanco bigote y barba trabajaban juntos para esconder sus labios, dejando como único color en su cara sus ojos azul hielo.
Me dio una fría sonrisa y amplió sus ojos. —Esto es una sorpresa.
Su voz envió escalofríos a mi espalda, pero me forcé a mantenerme erguida mientras el viento batía mi cabello.
—Termina con el teatro —espeté—. No estás impresionando a nadie.
Rió.
—Como desees. —El viento cesó. La luz solar volvió al claro, pero la pared de hielo se mantuvo. Fruncí el ceño. Él no debería ser capaz de mantener a mi madre fuera.
—Estoy liberando a tu amiga —anunció Bóreas con una sonrisa extraña.
Empujó a Melissa hacia mí, y ella corrió los pasos faltantes hasta que me alcanzó. Envió sus brazos alrededor de mí en un rápido abrazo antes de volver su atención nuevamente a Bóreas.
—¿Estás bien? —le pregunté.
—¡Estás loca! —espetó—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Juré que no lastimaría a tu amiga hasta que la liberara para ti. ¿Dirías que cumplí mi palabra?
Miré a Melissa.
—¿Te lastimó? ¿De algún modo?
—Mi muñeca está un poco dolorida por donde me estuvo tironeando —se quejó—, pero no, no me lastimó.
Respiré profundamente y miré a Bóreas.
—Has mantenido tu palabra, y estoy lista para mantener la mía. —Bien.
Sin pestañar, envió un carámbano a toda velocidad hacia nosotras. Empujé a Melissa lejos de mí y en un destello de poder, las ramas del árbol se dispararon a nuestro alrededor en una carcasa protectora.
—Basta de esto —dijo Bóreas fríamente—. Solo tengo que entregarte viva. Él no aclaró específicamente en qué condición.
¿Él?
Los pasos de Bóreas crujían en la nieve.
—Has sido una espina en mi costado por mucho tiempo, tú y la perra de tu madre.
—¡Corre! —le grité a Melissa—. ¡Es a mí a quien quiere! —¡No te dejaré!
—¡Tienes que hacerlo!
El árbol se destrozó y caí al suelo, mis manos cubriendo mi cabeza. Levanté un escudo, rodando lejos de las dagas de hielo. Vides se dispararon alrededor de los tobillos de Bóreas.
—¡Perséfone! —chilló Melissa. Busqué ciegamente su mano. El segundo que su piel entró en contacto, me tele transporté, evocando la imagen de Five Points.
El aire salió de mí cuando golpeé contra una sólida pared de hielo. Caí al piso, Melissa cayendo después de mí. Jadeé de dolor, no pudiendo meter aire a mis pulmones.
—¡Perséfone! —Melissa sacudió mi hombro—. Perséfone, tienes que levantarte. ¡Muévete! Perséfone... —hipó.
Ignorando el dolor cegador, me giré para encararla. Era un gran esfuerzo hacer incluso ese simple movimiento. Se encorvó sobre mí, su cara congelada de la conmoción. Un carámbano rojo emergió entre los dos botones del medio de su blusa y fruncí el ceño ante esa imagen incongruente.
—¿Melissa? —jadeé. Ella colapsó sobre mí, su sangre vívida contra la nieve blanca.

Persephone. Hija de ZeusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora