Capítulo Ocho. Fuego

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¿Cómo podría haber sido tan estúpido? Sabía que no debía presionarla y había saltado sobre ella como un salvaje. La había tratado como una esclava, sin darle oportunidad de aceptarlo o negarse. Había hecho justo lo que más temía, hacerla sentir como si no tuviera más opción que entregarse como una esclava... una vez más.

No estaba dispuesto a permitirlo. Prefería que fuera libre, aunque eso significara no verla nunca más, que ver como la luz que había crecido en sus ojos en los últimos dos meses, se apagara bajo el peso de la esclavitud. Era mejor saberla feliz, lejos de él, que miserable a su lado.

―Arnaud, espera.

El rey se detuvo y se giró Kara, que estaba en la entrada de su oficina.

―Por favor regresa, tenemos que hablar.

―No es necesario Kara, no estás obligada a nada. Ya te lo dije, ahora eres una mujer libre.

―Entonces, como una mujer libre, quiero hablar contigo. Por favor Arnaud, no te vayas.

El rey pareció notar hasta ahora, como lo había llamado.

―Me llamaste por mi nombre.

―Dos veces. ―Sonrió Kara― Ven, por favor.

Ella extendió su mano, dejándola en el aire para que Arnaud la tomara. Cuando lo hizo, lo guio de regreso a la oficina. Una vez adentro Kara cerró la puerta y miró a Arnaud a los ojos.

― ¿De verdad me dejaras ir?

―Si Kara, mañana mismo puedes salir de Hiark. Tendrás todo lo que necesites, para que vivas donde decidas como la princesa que eres.

―Pero tú me deseas, ¿no es cierto?

Con una sonrisa triste, el rey la miró.

―No solo es deseo Kara, te amo.

Kara no supo que decir, no había esperado que le dijera eso. Había pensado que solo deseaba su cuerpo y ella estaba dispuesta a dárselo, pero saber que la quería más allá de la pasión era algo que no se había atrevido a soñar siquiera. Aunque temía que estuviera confundiendo el deseo y el afán de protección que sentía por ella, con amor, pero aun así estaba dispuesta a entregarse a él. Al final tal vez podría lograr que la amara de verdad.

No pudo contenerse por más tiempo, se acercó a él y lo beso con la misma intensidad que él lo había hecho antes. Se puso en puntas de pies y de nuevo rodeó su cuello con sus brazos. Quería tenerlo tan cerca como fuera posible, pero también quería evitar que se escapara de sus brazos.

Pero Arnaud no intentó alejarse. La abrazó firmemente, asegurándose que sus cuerpos estuvieran tan juntos como fuera posible. Sus respiraciones agitadas llenaban la habitación.

―Kara, ¿Qué estás haciendo? ―dijo el rey, apenas apartando sus labios de los que ella.

―Lo que quiero. Dijiste que era una mujer libre y como tal quiero ser tuya.

El rey la tomó de los hombros y la alejó un poco de él, pero sin dejar de tocarla.

―Kara, no tienes que hacer esto, no quiero que sientas que me debes algo.

―No lo hago por eso. Ningún otro hombre, me ha provocado, lo que tú me provocas. Mi cuerpo arde por estar cerca al tuyo y no siento ninguna obligación o miedo. Por favor.

―No tienes que suplicar por qué te haga mía, Kara. No sabes cuánto he querido hacerlo.

Él rey levantó a Kara, quien a su vez rodeó su cintura con las piernas. Arnaud, caminó hasta la puerta que llevaba a su habitación. Con cada paso que daba, provocaba que el tentador cuerpo de Kara rozara el suyo, sus suaves pechos se apretaban contra él y el cálido vértice entre sus piernas chocaba con su dura polla, provocando que ambos gimieran de placer ante el íntimo contacto.

Esclava Del PlacerOù les histoires vivent. Découvrez maintenant