Capítulo LVIII

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—¿Dónde estás? ¡No te escondas en esta oscuridad y sal a pelear! —ordenó Plutón a gritos mientras se giraba en búsqueda de la aparición de Lancelot. Sin embargo, lo único que aún se veía en aquel lugar eran los ojos blancos y la enorme sonrisa que dibujaba aquella boca.

—Te vuelves a equivocar, Plutón —contestó la voz distorsionada de Lancelot que emergía de la boca. Plutón se giró y miró la boca mientras gruñía enseñando sus colmillos y fruncía el ceño—. Yo soy la oscuridad.

Plutón perdió la poca paciencia que tenía al oír aquellas palabras, decidiendo atacar la enorme boca con sus garras. Las garras atravesaron la boca y, para sorpresa del demonio, el ataque que había realizado se le devolvió en forma de sombra, recibiendo el daño en uno de sus hombros. Soltó un leve gruñido por el dolor y alzó la vista, para darse cuenta de que los ojos y la boca seguían frente a él, pese a que momentos antes los había atravesado. El demonio explotó en ira y comenzó a atacar con todas sus fuerzas, sin guardarse nada, pero todos sus ataques se le devolvían en forma de sombras.

Los Caballeros de la Realeza, por su parte, observaban atónitos la enorme esfera negra que flotaba sobre ellos en ese momento y que, según sus propias deducciones, era el lugar donde se encontraban Plutón y Lancelot. Sin embargo, Allen no les daba tiempo para ponerse a pensar en el estado de su compañero. Allen agitaba su espada y lanzaba ataques de llamas negras a diestra y siniestra, mientras Nívea, Draco y Khroro lo esquivaban y trataban de contraatacar. Nívea levantó un trozo de tierra y lo arrojó contra Allen; Draco disparó varias balas desde su cañón, mientras que Khroro lanzó un rayo de electricidad desde la punta de su lanza. Allen, impasible, agitó tres veces su espada lanzando un ataque que los caballeros no habían visto antes. Tres calaveras de fuego chocaron contra los ataques de los Caballeros de la Realeza, desintegrándolos, mientras una cuarta calavera de fuego se dirigía hacia los tres. Nívea levantó un bloque de tierra y lo colocó frente a ellos como escudo, sin embargo la calavera de fuego incineró aquel trozo de tierra y siguió avanzando hacia ellos. Los miraron paralizados como el ataque de Allen se acercaba, a punto de quemarlos vivos.

—¡Alto!

Khroro, Nívea y Draco se sobresaltaron al oír ese grito y, sorprendidos, vieron como la calavera de fuego se detenía, para momentos después esfumarse. Entonces los caballeros vieron lo que estaba ocurriendo. Allen estaba de rodillas en el suelo, con la espada cadavérica incrustada en el suelo y apoyándose de ella. Jadeaba fuertemente mientras uno de sus dos ojos retornaba a la normalidad. Entonces los guerreros lo comprendieron: Allen luchaba con todas sus fuerzas contra la oscuridad que lo manipulaba. El ojo derecho del muchacho seguía vacío, sin vida, sin embargo, el izquierdo se movía buscando a sus compañeros mientras apretaba la empuñadura de su espada, de la cual se sostenía. Draco, Nívea y Khroro se paralizaron, sin saber si ayudar o no al chico. Antes de que pudiesen decidir una opción, Allen lanzó un grito desgarrador y su ojo izquierdo volvió a quedarse vacío. El chico se puso en pie y agitó con más fuerza su espada, lanzando cortes de llamas negras contra los caballeros. Khroro se puso frente a ellos y comenzó a hacer girar su lanza frente a sí, disolviendo los ataques de su compañero. Allen desapareció y apareció instantáneamente ante el rubio caballero, lanzando un corte desde abajo; Khroro se quedó sin reacción debido a la velocidad de Allen y pensó que el ataque le daría, sin embargo, el brazo del chico se detuvo a medio camino. Allen soltó la espada y cayó de rodillas al suelo, y Khroro pudo notar como ahora ambos ojos del chico habían vuelto a la normalidad. Alzó la vista y cruzaron miradas con Khroro.

—Khroro... mátame... —le suplicó Allen, hablando con dificultad. Khroro se paralizó ante el pedido.

—¡No hables estupideces! —le gritó, pero Allen lo miró con mayor determinación, haciendo que el rubio retrocediese un paso.

—¡Tienes que matarme! ¡Es la única manera antes de que mate a alguno de ustedes! —gritó a su vez el azabache, mientras apoyaba la palma de sus manos en la tierra para sostenerse. El sudor caía en gran cantidad por sus mejillas y la respiración le costaba cada vez más—. ¡Hazlo ahora que tengo controlada la oscuridad en mi interior!

Khroro seguía de pie, inmóvil e incrédulo. Miraba a Allen con lastima en sus ojos, deseando no encontrarse en aquella situación. Tragó saliva y apretó su mandíbula, mientras tomaba su lanza dorada. Nívea quiso interceder, pero Draco le cortó el paso colocando un brazo delante de la mujer. Ella lo miró consternada, pero el pelirrojo se limitó a agachar la mirada y a negar con la cabeza. No sabían nada de Lancelot ni de Plutón, pero Allen aún seguía manipulado y, si luchaba por ayudarles, debían tomar la única opción que tenían. Khroro lo había entendido y había alzado su lanza mientras la envolvía en electricidad blanca. Sin embargo, Allen había vuelto a caer por completo en la oscuridad. Se levantó velozmente mientras agitaba su espada a corta distancia del rubio caballero, obligándolo a retroceder. Tomaron distancia uno del otro y volvieron a embestir con todas sus fuerzas. Khroro estaba decidido a cumplir con el deseo de Allen. Chocaron lanza y espada y volvieron a retroceder. En ese momento, Allen hincó una rodilla en la tierra y miró a Khroro con sus ojos normales, pero llenos de súplica. «Perdón, amigo...» una lágrima cayó por la mejilla de Khroro mientras saltaba sobre Allen, sujetando con fuerza su lanza y apuntando directo al corazón del chico. En ese instante, cuando Khroro estaba por enterrar su lanza en el pecho de Allen, Lancelot apareció de golpe entre ambos, tomando la lanza de Khroro con una mano para detenerlo. Al verlo, Khroro logró detenerse justo a tiempo, separándose mientras miraba al recién llegado.

—Un segundo tarde y hubieses cometido un grave error —Le dijo Lancelot, mirándolo de reojo mientras le sonreía de lado.

Los Caballeros de la RealezaWhere stories live. Discover now