Volvió a abrir la página y, esta vez, apareció la imagen de un hombre joven y atlético, nadando en el mar. No perdió ni dos segundos con él e introdujo sus propios datos de acceso. En seguida la pantalla le dio la bienvenida. Nervioso, cogió un cable USB del escritorio, abrió la bolsita de plástico, tomándose la precaución de enfundarse previamente unos guantes de látex, y enchufó la pulsera al ordenador. Éste tardó unos momentos en reconocerla, pero al cabo de unos minutos, en la web saltó un aviso que le invitaba a actualizar su perfil con los nuevos datos de la pulsera.

—¡Bingo! —gritó de emoción. Estaba solo en el despacho. Su compañero se había ido al Anatómico Forense para seguir los progresos de la autopsia.

Carlos pulsó el OK y, al momento, la pantalla mostró un cuadro resumen con los datos registrados.

—Funciona —volvió a expresar en alto.

Se fijó directamente en el mapa del último trazado realizado, ignorando los gráficos de velocidades, altitudes y demás información irrelevante en ese momento. Ansioso, lo desplegó. Se trataba de una zona en La Pedriza, en la sierra de Madrid. Carlos se extrañó. El mapa mostraba un único punto. No se trataba de ningún recorrido. O había un error de sincronización o claramente era una señal. Aquello era una buena pista que seguir. Satisfecho, cerró la aplicación. Volvió a guardar la pulsera en su bolsa, se quitó los guantes y cogió las llaves del coche. Antes de hablar con Marcos tenía que saber qué había en aquel lugar.

***

La carretera M-601 estaba atestada de coches. Afortunadamente, la mayoría en dirección opuesta a la que él llevaba. Todo el mundo volvía a sus casas, después de un duro día de trabajo. Menos Carlos, que todavía tenía mucho por hacer. Al final, se le había hecho más tarde de lo previsto. En aquellos días, anochecía muy pronto y no era muy recomendable adentrarse en la montaña en esas condiciones, pero no le quedaba más remedio si quería averiguar algo antes de que sus compañeros se enteraran. Le daba muy mala espina el asunto de la pulsera. Por más que lo pensaba, menos sentido le veía. ¿Por qué los números correlativos?

Carlos aceleró su Opel Astra, pasando holgadamente la velocidad permitida. Si le multaban, ya tendría tiempo después de dar explicaciones.

Llegó a Manzanares el Real justo cuando el Sol empezaba a ocultarse tras las montañas. Tomó la desviación hacia La Pedriza y se encontró de bruces con la barrera de la garita de seguridad. Estaba cerrada. Tuvo que mostrarle la placa al agente forestal que estaba de servicio e informarle que se trataba de un asunto policial. El hombre no puso demasiados impedimentos, ansioso por acabar su turno. Se limitó a advertirle con desgana sobre los peligros de adentrarse en la montaña a esas horas.

Carlos ignoró, amablemente, los consejos del guarda. Asintió con la cabeza y siguió su camino. Aparcó en Canto Cochino, se enfundó en un abrigo grueso, cogió su mochila y empezó a caminar por "La Autopista", el camino más famoso de La Pedriza. Afortunadamente, lo conocía bien. Había subido unas cuantas veces allí, aunque, evidentemente, siempre de día. El crepúsculo estaba cerniéndose demasiado rápido y las raíces del suelo y las piedras empezaron a tomar un aspecto fantasmagórico. Carlos pensó que no había sido tan buena idea haber subido solo después de todo. Pero no se quería echar atrás. El punto que marcaba el GPS estaba relativamente cerca. Por la distancia, dedujo que se trataba del chozo Kindelán, uno de los refugios con más historia de toda la Sierra del Guadarrama. Sólo había estado allí una vez y sabía que no era fácil dar con su ubicación. Aun así, no se desanimó. Tenía el GPS, una mochila cargada de provisiones y pilas suficientes en la linterna.

Una hora más tarde, con el frío extendiendo sus tentáculos por dentro de su abrigo, por fin encontró el dichoso refugio. Había tenido que hacer una pequeña trepada en unos riscos y, tras unos matorrales que con el anochecer se semejaban a una cascada negra, apareció.

No es ellaWhere stories live. Discover now