Capítulo 17

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XVII

El piso franco elegido para ocultarse no era especialmente grande ni acogedor, pero disponía de dos plantas; espacio más que suficiente para poder disfrutar de un poco de intimidad.

Tras la complicada y larga huída de la cárcel, Roth les llevó a través del entramado de corredores subterráneos que conformaban las líneas ferroviarias de la ciudad hasta alcanzar uno de los barrios más alejados del corazón de la ciudad. Una vez allí, todo fue rápido.

El conocido barrio de “los Grajos” era un lugar marginal en el que la tranquilidad era un término desconocido. Las calles eran auténticos contenedores de basura donde las drogas y la delincuencia habían creado un peligroso ejército de jóvenes violentos que únicamente conocían el idioma del dinero fácil. Mercenarios, camellos, ladrones, asesinos, violadores, prostitutas… aquellas estrechas y oscuras calles ocultaban grandes secretos, y entre ellos, el más desconocido era aquel mejor pagado.

Tiempo atrás, “Los Grajos” había sido uno de los barrios residenciales de más alta alcurnia. Habitado por miembros de la nobleza planetaria, el barrio había ido evolucionando a pasos agigantados. Inicialmente se construyeron enormes caserones, castillos y torres; poco después, tiendas de lujo, bancos y grandes almacenes. Gracias a ello, paulatinamente el barrio se fue convirtiendo en el objetivo de pillos y ladrones. La paz se convirtió en delincuencia, y el lujo en robo, y pronto los nobles empezaron a abandonarlo, dejando atrás sus opulentas mansiones y negocios abandonados. Las tiendas y los bancos cerraron, y todo el universo que se había creado a su alrededor gracias a la riqueza generada, desapareció. Las naves industriales se vaciaron, las perfumerías y joyerías se transformaron en bares, y el barrio cambió hasta convertirse en lo que actualmente era: un nido de ratas.

El edificio elegido por Roth no era ni el mejor ni el más lejano. De hecho, era un edificio cualquiera al que el paso del tiempo había reducido a poco más que un montón de escombros abandonados. Las malas lenguas hablaban de él como un antiguo edificio lleno de pintores bohemios, pero lo cierto era que, por aquel entonces, aparte de cimientos, no quedaba más que todo aquello por lo que se estuviese dispuesto a pagar.

Roth negoció con el dueño de la “peculiar” residencia. Hablaron y discutieron acaloradamente, y tras casi media hora de mucho divagar y un intercambio de billetes, Roth y los suyos fueron guiados hasta un ático dúplex donde, además de electricidad, había los suficientes muebles como para poder sobrevivir unos días. John pagó también por algo de comida y bebida, pero los resultados obtenidos fueron tan negativos que decidió salir a comprar en compañía de Ravenblut. Mientras tanto, Kriegger disfrutó al fin de unos cuantos minutos de intimidad junto a Sena. La joven aún tardaría unas cuantas horas en despertar, pero poder permanecer a su lado mientras dormía era un placer tan exquisito que Kriegger no pudo resistirse.

Una hora después, cuando John y Morten regresaron, Kriegger se reunió con ellos en un maltrecho salón de sillones desvencijados y placas lumínicas arrancadas. Dejaron las ventanas tapiadas, arrastraron varias piezas de mobiliario a la puerta, y ya acomodados alrededor de una pequeña mesa de metal a la que le habían arrancado las conexiones para las terminales portátiles, sacaron el contenido de las bolsas: arroz, carne, sopa en polvo, leche dulce, cerveza, agua y medicamentos.

Sujeto 5.555Where stories live. Discover now