The Fever Code: Prologo

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Newt.

Nevó el día que mataron a los padres del niño.

Un accidente, dijeron más tarde, pero él estaba allí cuando sucedió y supo que no fue un accidente.

La nieve llegó antes que ellos, casi como un presagio blanco y frío, cayendo del cielo gris.

Podía recordar lo confuso que fue. El calor sofocante había tratado brutalmente su ciudad durante meses que se extendieron en años, una línea infinita de días llenos de sudor, dolor y hambre. Él y su familia sobrevivieron. Mañanas esperanzadoras se convirtieron en tardes de hurgar para buscar alimentos, de peleas y ruidos aterradores. Luego, noches de entumecimiento por los largos días de calor. Se sentaba con su familia y veía el caer del atardecer del cielo y el mundo desaparecer lentamente ante sus ojos, preguntándose si volvería a aparecer con el amanecer.

A veces los locos venían, indiferente al día o de la noche. Pero su familia no hablaba de ellos. No su madre, no su padre; Ciertamente no él. Se sentía como si admitir su existencia en voz alta podría invocarlos, como un hechizo convocando a los demonios. Sólo Lizzy, dos años más joven pero dos veces más valiente que él, tenía las agallas para hablar de los locos, como si fuera la única lo suficientemente inteligente como para ver la superstición como una tontería.

Y no era más que una niña pequeña.

El muchacho sabía que tenía que ser el único con el valor de consolar a su hermana pequeña. No te preocupes, Lizzy. El sótano está bien cerrado; las luces están apagadas. Las malas personas ni siquiera saben que estamos aquí. Pero siempre se encontró sin palabras. La había abrazo con fuerza, apretándola como su propio oso de peluche para su comodidad. Y cada vez, ella le había dado palmaditas en la espalda. La amaba tanto que su corazón dolía. La había apretado con más fuerza, en silencio, jurando que nunca dejaría que los locos la hirieran, con ganas de sentir los golpes de sus palmadas entre los omóplatos.

A menudo, se quedaban dormidos de esa manera, acurrucados en el rincón del sótano, en la parte superior del colchón viejo que su padre había arrastrado por las escaleras.

Su madre siempre  ponía una manta sobre ellos, a pesar del calor– su pequeño acto de rebeldía contra las Llamaradas que habían arruinado todo.

Esa mañana, se despertaron con un espectáculo maravilloso.

“¡Niños!”

Era la voz de su madre. Había estado soñando, algo acerca de un partido de fútbol, la pelota giraba a través de la hierba verde del campo de juego, en dirección a una meta abierta en un estadio vacío.

“¡Niños! ¡Despierten! ¡Vengan a ver! “

Al abrir los ojos, vio a su madre mirando por una pequeña ventana, la única en la habitación en el sótano. Ella había quitado la placa que su padre había clavado allí la noche anterior, como hacía cada noche al atardecer. Una luz suave y gris brillaba sobre el rostro de su madre, dejando al descubierto los ojos llenos de asombro brillante. Y una sonrisa como si él no la hubiera visto en un tiempo muy largo así que se le iluminó aún más.

“¿Qué está pasando?”, Murmuró, poniéndose de pie. Lizzy se frotó los ojos, bostezó, y luego lo siguió hasta donde mamá miraba a la luz del día.

Podía recordar varias cosas acerca de ese momento. Su padre todavía roncaba como una bestia a la vez que el niño se asomaba, entrecerrando los ojos mientras se adaptaban a la luz. La calle estaba vacía de locos, y las nubes cubrían el cielo, una rareza en estos días. Se quedó helado cuando vio los copos blancos. Cayeron de la grisura, arremolinándose y bailando, desafiando la gravedad y revoloteaban antes de flotar hacia abajo de nuevo.

Momentos Newtmas Where stories live. Discover now