Después de unos 40 minutos, Alex aparcó en una calle bastante normal y alejada, rodeada de pisos y negocios viejos. Al ser ya de noche, no se veía a nadie. Lástima. Empezamos a andar, yendo los pálidos por delante del trío de la Mamba Negra. Obviamente no podíamos arrancar a correr y huir; Eric y Jack no podían. Teníamos que seguirles el rollo a esos locos mientras nos apuntaban con una pistola. Finalmente, llegamos. Era la entrada a un gran cementerio. A Eric se le quedó la mirada en blanco.

- Es... el Cementerio de Poblenou...

- ¿Después de todos estos meses de torturas y palizas sigues teniendo lucidez? - preguntó Angélica con una sorpresa teatral. - Así es, el Cementerio de Poblenou. Me hubiera gustado más que todo hubiera acabado donde empezó, el Cementerio Highgate, pero me temo que no es realista. Me conformo con el cementerio del que siempre nos hablabas, Eric.

El rostro de Jack mostró melancolía. No había dicho nada en todo el espectáculo que Angélica nos había preparado. Se le veía con un gran sentimiento de culpabilidad por todo. Yo no sabía qué sentir ni qué dejar de sentir en ese momento. Lo que más me preocupaba eran nuestras vidas. Uriel encabezó el grupo y nos guió rodeando todo el muro del recinto, andando despacio y con su mirada ojerosa. Se detuvo en un lugar bastante alejado y señaló. Los ojos de la mamba habían encontrado un punto flaco. Todos nos colamos con algo de esfuerzo, pues no estábamos muy en forma, tanto física como mentalmente.

Paseamos entre los grandes pasillos de nichos hasta llegar a una gran zona de mausoleos. Los muertos más distinguidos del cementerio. Pasamos por un estrecho pasillo hasta llegar a una zona repleta de cosas; eso me sorprendió. Habían unas verjas apoyadas en las paredes con papeles, manos y pies de plástico, fotos de gente normal, entre más cosas. Uno de los nichos rebosaba a papeles. Nos detuvimos delante. En la foto del difunto de dicho nicho se veía un chico muy joven de una época pasada. Apenas debía pasar la veintena.

 Apenas debía pasar la veintena

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- Es el Santet. - empezó a explicar Dídac - Murió a la corta edad de los 22 años. Durante su vida fue muy querido entre sus vecinos gracias a su empatía, su bondad y su desatada labor por ayudar a sus conocidos. Se dice que tenía sueños premonitorios y ciertas capacidades paranormales como adivinar la hora de la muerte de la gente tan sólo al mirar a los ojos o la capacidad de curar con sus propias manos. Entre ellas predijo que su padre, ciego, recuperaría la vista el día en que el mismo Santet muriera y así fue.

- Eso son solo estúpidas explicaciones de gente que necesita algo a lo que aferrarse cuando ya no les queda nada. - soltó Alex.

- Cierra la boca. - le calló Angélica de mala manera.

- La historia real se convirtió en leyenda... - prosiguió Dídac - y la figura del Santet acabó convirtiéndose en un culto de veneración con la firme fe de que era capaz de conceder favores incluso más allá de la vida. En pleno siglo XXI todavía mucha gente sigue recordando la leyenda del Santet y acercándose a su tumba para pedirle favores. Y si se hace realidad, es de recibo volver a visitarlo para darle las gracias.

Retrum 3: Labios de Ébano [En corrección]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora