Capítulo 32: El principio del fin

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Subir montañas encrespadas requiere
pequeños pasos al comienzo.

William Shakespeare

† † †

El vapor emanaba de mi piel por el agua caliente de la bañera. Mis lágrimas se confundían con las gotas de la cálida agua del recipiente dónde se encontraba mi cuerpo desnudo, débil, pálido, agotado. Me sentía tan impotente, tan miserable, que ya no sabía ni lo que pensar de nada. Hundí mi cabeza del todo en el agua haciendo flotar mis oscuros cabellos. Abrí los ojos y vi una borrosa luz. Una luz de la que no estaba segura si fiarme y tener esperanzas o considerarla una ilusión, un espejismo. Una luz que parecía que iba a desvanecerse en cualquier momento.

† † †

La casa de Angélica se mostraba más siniestra de lo normal. Se oía el movimiento de los hojas en los árboles, bailando al son del frío viento. Verónica Alex y yo mirábamos la casa con una extraña sensación en nuestro interior. Creíamos que Jack nos había estado mintiendo todo este tiempo, eso nos dolía. ¿Pero que nos hubiera ocultado información de Eric, viendo cuanto estábamos de preocupados? Era imperdonable. Nos miramos entre los tres y finalmente entramos en la casa por la puerta de la cocina trasera, como la última vez. Al entrar, un horrible escalofrío recorrió nuestros huesos. Se oía tocar un piano.

Nos volvimos a mirar, dándonos a entender que teníamos que seguir adelante. En silencio y despacio, fuimos siguiendo la siniestra y melancólica melodía. Las pedazos de pared y madera crujían bajo nuestros pies, no lo podíamos evitar. Finalmente, llegamos a la sala de estar, en la que Dídac tocaba el piano con la mirada baja y Uriel miraba por la ventana con una mirada seria. Aún sabiendo que ya estábamos allí, Dídac siguió tocando. Uriel levantó la vista y nos miró.

- Falta uno de los vuestros.

- Nosotros somos más que suficientes. - le replicó Alex - Dónde está Eric.

- Y Angélica. - añadí, algo temerosa.

Dídac esbozó una sonrisa mientras finalizó la pieza con maestría. Se hizo el silencio. Se incorporó y se puso al lado de Uriel, formando así un dúo bastante inusual.

- Calma, amigos míos. - empezó a hablar Dídac, manteniendo la sonrisa - Les veréis. Podéis subir al piso de arriba.

Dicho eso, nos dedicó una siniestra sonrisa que hacía que sospecháramos de sus palabras, pero no teníamos alternativa. Teníamos que encontrar a Eric y a Angélica, estuvieran como estuvieran. Alex y Verónica empezaron a subir. Por un instante, miré a Dídac y a Uriel, los cuales estaban quietos y nos miraban atentos. Dejé de mirarles y subí las escaleras al fin juntamente con Alex y Verónica. Al llegar al piso de arriba, vimos la puerta de la habitación de Angélica entreabierta con luz saliendo de su interior. Suspiramos un instante y tuvimos que jugar a su juego. Alex abrió la puerta y allí estaba.

Eric estaba sentado al lado del escritorio, atado con cuerdas a la silla. Tenía el rostro ensangrentado y lleno de hematomas, sus ojos oscuros brillaban. Parecía haber estado bajo tortura durante mucho tiempo. Cuando nos vió, se sorprendió, le costaba articular palabra alguna. Una lágrima terminó cediendo recorriendo su mejilla. Todos nos acercamos a él.

Retrum 3: Labios de Ébano [En corrección]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora