Claudio se dejó caer en el sofá de tres plazas, ocupando cómodamente dos de ellas.

—He de felicitarte una vez más, cabronazo —expresó—. Lo de la semana pasada fue la polla. Ésta —dijo mientras se tocaba la nariz— también te lo agradece. Ja, ja, ja. ¡La última nieve es la hostia!

Me limité a quedarme de pie, a la entrada del salón, apoyado en la barra de la cocina, sin expresar gratitud por el comentario.

— Umm , veo que no dices nada —continuó impasible Claudio. ¡Me conmueve tu humildad! Ja, ja, ja —se rió de nuevo—. ¿Te importa que me ponga un tirito mientras esperamos? ¿Tú quieres uno? —me ofreció— Te juro que vas a flipar.

Mi semblante cambió. A punto estuve de resbalar de la barra de la cocina y caerme al suelo. ¿Qué es lo que había dicho? ¿Esperar?

—¿Qué has dicho? —pregunté, alzando la voz y acercándome a Claudio.

—Que vas a flipar —contestó Claudio.

—No, joder. ¿Esperar el qué? ¿A quién?

Claudio no contestó inmediatamente. Se había encomendado a la difícil tarea de preparar dos rayas perfectas de coca. Siempre llevaba consigo una bolsita de unos cuantos gramos a mano. Su medicina, como él la llamaba.

—¡Claudio! ¿Que a quién has llamado? —Empezaba a ponerme nervioso. Claudio siempre conseguía sacarme de mis casillas con sus actuaciones a golpe de impulso.

—Tranquilo, hombre —respondió por fin mi invitado sorpresa, satisfecho por el estupendo trabajo de delineante—. No tienes nada de qué preocuparte. Anda, relájate y tómate la medicina, que el tito Clau lo tiene todo previsto. Después de lo que hiciste la semana pasada, vamos a ser famosos.

***

A Memphis no le gustaba pasar desapercibido. Disfrutaba cada vez que alguien se le quedaba mirando. Le daba la oportunidad de pavonearse, de bajarse un poco unas gafas de sol que no se quitaba ni para ducharse y hacer un gesto con la cabeza, como diciendo: "¡Qué! ¿Te gusta lo que ves?". Todos, irremediablemente, ante esos ojos inyectados en odio y esa piel más negra que el azabache, apartaban la mirada incómodos mientras que él, triunfante, esbozaba una sonrisa de satisfacción. Se creía el amo del mundo. Por eso, cuando le abrí la puerta de mi casa, en la que había quedado con Claudio, ni siquiera se molestó en saludarme. Pasó por mi lado, como un fantasma incorpóreo y entró hasta el fondo.

—¡Memphis! ¿Qué pasa, capullo? —saludó efusivamente Claudio nada más verle. Se levantó del sofá de sopetón, tambaleándose de nuevo. Al final se había metido las dos rayas él solito. Sólo había quedado un rastro blanquecino bajo su nariz, sobre un bigote incipiente, fruto de llevar unos cuantos días sin afeitar.

—Claudio... —respondió anodinamente Memphis— El invitado sorpresa paseó la vista por mi casa. No le costó demasiado—. Tío, mira que yo vivo en un cuchitril, pero esto está de foto, fiuuuu , ¿has pensado en inscribir esta pocilga en El Mueble? —me preguntó sarcásticamente—. Seguro que la ponen en portada, chaval. Virgen Santa, ¡qué desorden!

No respondí. Me limité a sostenerle la mirada, malhumorado. Ya no era uno, sino dos los capullos que habían entrado sin invitación en mi casa.

Claudio, a pesar del colocón que llevaba encima, se dio cuenta de la tensión que flotaba en el ambiente y se apresuró a relajar la situación.

—Memphis, cabroncete. Déjate de hostias y permíteme que te presente a nuestro anfitrión —dijo, al tiempo que nos invitó con el brazo a acercarnos mutuamente—. Éste es...

—Nashville —me apresuré a contestar. No me apetecía una presentación formal a un impresentable como aquel. Además, no sabía quién era y prefería utilizar un nombre ficticio.

Claudio, de la sorpresa, a punto estuvo de echarse a reír, aunque se contuvo. Por su cara, supuse que no le cuadra a cuento de qué vendría aquello.

Memphis se dio cuenta de la cara de Claudio y, divertido, se bajó un poco las gafas de sol, mirándome directamente a los ojos.

—¿Así que Nashville? ¿Eh? Curioso nombre...

—Supongo que igual de curioso que Memphis...

—¡Es que soy el rey, muchacho! —contestó Memphis, al tiempo que se dio la vuelta, se agarró los testículos con la mano derecha y, alzando la otra al aire, profirió un sonoro: ¡yiiiauuu!

Desgraciadamente, aquella grotesca escenificación parecía más una coreografía estudiada que casual. Me dio lástima. Aquel tipo no tenía pinta de Elvis, por más que fuera evidente que quisiera parecerse a él. Llevaba una chupa de cuero, pantalones ajustados y el pelo con algo de tupé, aunque no demasiado, pues carecía de la melena necesaria para imitar el peinado del Rey.

—¡Qué grande eres, Memphis! —intervino Claudio. Tenía una sonrisa de oreja a oreja. Parecía que aquellas tonterías le gustaban. Eso o la coca empezaba a hacerle serios efectos.

Cualquiera que fuera el caso, consiguió que aquellos dos se pusieran a bailar torpemente en mi salón, al compás de una música imaginaria. Estaba empezando a calentarme de verdad. Había dejado a medias mi rutina de domingo y lo que menos me apetecía era ver cómo un par de payasos bailaban en mi casa. Afortunadamente, acabaron rápido. De nuevo, Claudio fue el primero en intervenir.

—Perdona, tío —contestó al fin—. Nos hemos venido arriba. Cada vez que veo a este hijo puta me entra la emoción. —Claudio volvió a fingir unos pasos más de baile— Venga, vamos a sentarnos y te explico. Bueno, te explica Memphis mejor, que yo no sé de qué va el asunto. Sólo sé que tiene un trabajito para nosotros que promete ser la hostia.

FIN Capítulo II.

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