Capítulo 7

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Las cortinas de plástico transparente se mecía por el aire acondicionado dentro de la esterilizada sala de cuidados intensivos donde Dylan estaba, producto de un shock causado por una situación de estrés agudo que se extendió por días, donde su ritmo cardíaco incluso era débil pero rápido, donde su piel ya no era blanca sino pálida y amarillosa, donde sus ojos permanecían abiertos de día como dos platos brillosos en una sola dirección: la pared; pero de noche cerrados por las dosis fuertes de somníferos que le administraban vía intravenosa. Inmóvil, dos tubos entraban por sus fosas nasales y un medidor cardíaco en su dedo. No comía. No hablaba. Era un estado vegetativo, era un coma, los médicos no estaban seguros. Cualquiera que sea la situación tuvo que ser algo que la haya aterrado a este grado. Aunque un simple susto no causa eso.

El mundo exterior seguía corriendo, no se detenía porque el alma predilecta del animarum esté hospitalizada. El instituto daba sus clases con normalidad, su tío Milo viajaba, dos horas y media a diario desde su trabajo para estar con ella porque esa cuenta no se pagaría sola, y no era barata en lo absoluto. Su hermano salía de clases y le llevaba las tareas como si ella pudiese decir palabra. Así, Aaron permanecía afuera de la sala, mirando por esos cristales reforzados hasta el día en que la pasaron a un cuarto privado donde pasaba más sedada que despierta.

Una noche, donde la lluvia afuera seguía su rumbo de incontrolable tempestad, y Dylan estaba despierta, consciente después de muchos días en un lugar profundo en su mente, miraba las luces de los autos estáticos frente a una luz roja quizás extrañando salir, quizás culpándose del gasto exorbitante que su estancia representaba, quizás pensaba en esa noche... esa fatídica noche. Sin expresión alguna más que con sus ojos cristalinos notaba como pensaba en ese día, a quienes había visto, de si eso era real o no... Había escuchado a los médicos que sus fue un shock, más una hipotermia, pero nada acerca de su salud mental: ella estaba en perfecto estado, aunque investigarán si hay indicios de esquizofrenia por petición de su tío quien al traerla al hospital dijo que ella no paraba de repetir a murmullos que los hombres venían por ella, que él venía por ella, que la iban a matar, que debía huir.

No pasó mucho tiempo hasta que la logia se involucraba en su estado, juraba haber visto a Marshall por aquí pero no estaba segura. De lo que sí, es que alguien más estaba aquí, desde el día en que todo esto pasó. Se sentía como un peso en los hombros que bajaba hasta sus caderas, una electrizante corriente que hacía que de vez en cuando se le erizara la piel.

Aunque la sensación era distinta, como si se tratara de dos personas, o dos cosas distintas que venían de vez en cuando, una más seguido que la otra... Una de ellas tan solo se sentía como cuando alguien te mira con disimulo, no le causaba pavor, solo una incomodidad... La otra es cuando no te dejan de mirar.

Ahora mismo sentía la segunda.

Estaba aquí, entrando, lo veía.

La puerta se abre, pero Dylan seguía observando por la ventana consciente de su presencia, no necesitaba mirarlo directamente puesto que su mente le mostraba quien era. Ante cualquiera sería un enfermero más que llevaba una mesita con sábanas, cobijas y almohadas que pasa piso por piso entregándolas; Dylan sin siquiera mirar de reojo sabía que no era así.

El enfermero cerró la puerta y se quitó a medias el cubre bocas dejándoselo en la barbilla para luego acercarse al borde de la cama.

Por primera vez en mucho tiempo ella voltea como si su mente y ella misma estuviesen de nuevo presente en esa habitación, aunque sosteniéndole una mirada larga y distante, sin una expresión. La cual fue correspondida con un rostro también sin expresión.

—Hola... —susurra casi con pena.

Ella no responde.

—No te asustes. —Dylan sigue sin inmutarse— venía a ver como estabas.

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