Capítulo 10: Que mi consejero...

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Ese fue otro día en el que escapé de la fiesta para ir a dormir de inmediato en casa; aunque quizás lo correcto sería decir que la evadí, porque ni siquiera pisé el bar al que fueron después de que acabase el evento.

Sólo uno de los nuevos y yo perdimos nuestros combates, a nadie le extrañó que no quisiéramos celebrar con el resto; supusieron que la humillación fue demasiada. De cierto modo agradecía no haber sido el único perdedor; además de recuperar un poco mi ego, sirvió perfecto para disimular mis verdaderas razones para faltar. También podían presumir que no deseaba marearme más de lo que ya estaba. Mientras nadie sospechase lo real, no me importaban las teorías.

Esa vez caí rendido mucho más fácilmente. Como todos estaban ocupados festejando sus victorias, no hubo quien me irrumpiera el silencio. Estaba tan extenuado de cuerpo y mente que no me costó mucho apagarme hasta el día siguiente. Eso sí, desperté muy temprano porque me acosté horas antes de lo habitual; de ahí que me extrañase ya tener mensajes en mi teléfono.

"Celebrar no es lo mismo sin sus bromas, Jul". Ah, me lo envió de madrugada, de seguro cuando regresaba a donde fuera que se estuviese hospedando.

"Iré a tu casa después de desayunar, no vayas a salir". Casi me ahogué con el jugo que estaba tomando al leer ese texto. ¿Para qué querría visitarme Kyle? "Si vas a sermonearme sobre cómo debería boxear ahora que eres un experto, créeme que es innecesario", respondí aunque sabía que no me haría caso, si era que había acertado el motivo de su decisión. En serio, ¿qué quería? Lo ahorcaría si era para darme ánimos por haber perdido, eso era lo de menos para mí en ese instante.

Y ahí fue cuando volví a la realidad que me rodeaba. Recordé a detalle los acontecimientos del día que solía ser uno de mis favoritos del año, ahora el más aborrecido. Por lo general, cuando la materia sentimental me molestaba, me desahogaba con Dave y él me aconsejaba o se quedaba callado; que me escuchara era lo único que bastaba. Ahora que estaba completamente solo en esto, no tenía idea de cómo lidiar con las horribles sensaciones que me saturaban.

Sacudí la cabeza, no era hora de pensar en aquello. El día recién empezaba para mí, no había gracia en desgraciármelo tan pronto. El momento de ser un miserable por culpa de la propia mente era durante los existencialismos de la ducha —lamentablemente tenía que darme una por no haberme bañado después de la pelea, no me iba a arriesgar a resbalarme del mareo— o cuando pretendes dormir; no antes de siquiera llenar tu estómago.

Volví a pensar en qué era lo que quería Kyle de mí como para obligarme a quedarme en casa. ¿Qué era tan importante que tenía que decírmelo en persona y no por teléfono? De veras, lo noquearía —sí, a alguien con entrenamiento profesional— si me venía con una charla motivacional.

Por primera vez agradecí tener tanta hambre, pues la intranquilidad de mi estómago me hizo apurar en el baño y me prohibió desviar mis pensamientos a la zona de miseria sentimental. Tuve que aplaudirme, no sé cómo hice para olvidarme de mi mala fortuna hasta la hora en la que sonó el timbre junto al grito:

—¡Espero que le hayas hecho caso a mi mensaje!

—¿Qué más se supone que voy a hacer en la mañana de un sábado? —contesté al abrirle la puerta y dejarle pasar.

—¿No salías a entrenar los sábados por la mañana? No sé, ¿a trotar por ahí?

—No lo hago si el día anterior tuve una pelea.

—Ah. —Se sentó en medio del sofá. Kyle es de esos que acaparan todo el espacio por su propia comodidad—. Tu cabeza no estaba tan mal ayer, ¿cierto?

Si pudiera decirleWhere stories live. Discover now