Capítulo 3. "Baja tus deseos"

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Lo aparte de mí y relamió sus labios.

Se apoyó en su pierna izquierda, sus manos las puso en su cintura.

Me miro engreído y alcé una ceja.

— ¿Qué crees que hacías? —Me crucé de brazos.

—Saborearte un poco. —Alzó sus hombros restando importancia.

—Corre a la cantina, ahí hay demasiadas y muy fáciles.

— ¿Celos? —Sonrió arrogante. Paso su mano desde la comisura de su labio hasta el otro. ¿Celos? ¿De qué? ¿Del unicornio por qué vomita arcoíris?

—No te daré gusto de eso. —Ríe.

—Oh, verás que sí.

Niego divertida con la cabeza y me encierro en mi habitación.

— ¡Aj! —Se queja. — ¿De nuevo te enojaste? Cariño... andas en tu periodo, ¿verdad?

— ¡Me cambiaré mal pensado! —Busqué algo que ponerme en el armario. Me sorprendió que se quedará callado un momento.

— ¡Pudiste haberlo hecho conmigo enfrente! —Abrí mis ojos como bolas de boliche y por el espejo del armario logré mirar mis mejillas rojas.

— ¡Ya te dije donde fueras para tener un rato de placer! — ¿Yo grité eso?

Su carcajada resonó por todo el departamento, haciendo que mi piel se estremeciera, que sintiera nervios de tenerlo afuera —literalmente— de este lugar.

Estaba en mi territorio; con esa carcajada dio por finalizada la plática gratificante que había tenido.

Tenía los nervios de punta. Llevábamos máximo una hora en el supermercado y sólo daba vueltas como loca para que él me mirara con atención, sosteniendo el simple carrito de compras y se mueva perezosamente mientras aprovecha a ver a las demás chicas que prácticamente le observan el trasero. ¿Él se queja? No.

El lado bueno es que cuando me acerco, gruñen y lo dejan ahí.

—Has ahuyentado a más de ocho chicas. ¿Tienes repelente o qué? —Rodé los ojos y miré por las repisas. No me decidía si el papel de baño debería ser suave o extra suave.

—Sólo... es que cuando ven a un hombre con una chica... pierden esperanzas. Lo cual no entiendo. —Acomodé mis lentes mientras seguía decidiendo. — Porque yo no estoy... ¿cómo le dices? —Chasqueé los dedos. — Proporcionada. —Rio.

—Ay cariño, si vieras cuantos idiotas te han volteado a ver.

— ¿Y por qué no se acercan? —Di vuelta a uno de los papeles de baño para leer.

—Porque los he ahuyentado.

— ¿Cómo? Ni te has acercado a mí.

—Cariño... eres muy inocente. —Lo miré con una ceja alzada. — Estás hermosa con tus lentes de abuelita. —Tense mi mandíbula y entrecerré los ojos, molesta. Me lanzó un beso y guiño un ojo. Rodé los ojos y volví mi mirada a los papeles.

Chico ProhibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora