XII

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Narrador Omnisciente

Cauteloso entró a la habitación, volvió a su forma original.

Vio a Lila dormir plácidamente y un pensamiento llegó hasta su cabeza esa noche. La situación no era tan simple como él pensaba, no podía estar divirtiéndose toda la vida, alternando entre identidades.

El hecho de que su princesa tuviera descendencia no le molestaba en absoluto, al contrario de lo que pensaba en un principio, es más, le encantaba la idea de encariñarse con el muchacho que curiosamente tenía gran parecido con su persona.

Aún así, el miedo de que aquel pequeño jamás pudiera llamarlo padre se escondía en su interior.

¿Acaso Marinette seguiría rechazándolo como Adrien?

Por otro lado estaba su esposa; Lila, con la cual compartía 4 años de monótono matrimonio.

Más de una vez, a sus oídos, diversos chismes habían llegado.

Pero como buen caballero, sin remordimientos de por medio, decidió creerle a su doncella, quien indiscutiblemente negaba toda la abominable palabrería que, según ella, se escapaba de la boca de sus enemigos.

Aún así dudaba de su fidelidad y más de una vez se había reprochado a si mismo por aguantar aquellas estupideces.

Ese día en particular, él mismo era el villano del libro, pues de alguna forma estaba engañando a su esposa.

Aunque tenía claro que no podía seguir por mucho tiempo.

Debía acabar las cosas con Lila o terminaría por hacerle daño y si ella se sentía herida por su culpa, en su vida se desataría un infierno. Una vez que aquello estuviera resuelto, el plan para conquistar a Marinette sería puesto en marcha.

Volvió a mirar a la castaña.

¿Cuando se había terminado el amor? ¿O es que acaso jamás hubo?

Entonces recordó...

¿En qué momento se le ocurrió desposar a Lila Rossi?

¡Demonios! Era una amiga increíble, lo había otorgado su amistad como nadie luego de que Marinette se marchó, dejándolo solo en una especie de depresión. Pero Lila lo hizo olvidar momentáneamente que existía alguien más.

Pero, ¿Acaso era tan difícil seguir como novios? ¿Necesitaban casarse realmente?

Según él Señor Agreste sí.

Una relación informal daba una mala cara de la empresa, sobre todo, del futuro heredero. Asumiendo que la principal presión venía desde su padre.

La vio atravesar el gran portal de la iglesia, completa de blanco y el pavor lo inundó. —. Es ahora o nunca Adrien, puedes escapar — Susurró Nino, su padrino, quien se encontraba a pocos centímetros.

Volteo hacia su amigo, estaba sudando frío, luego al público y decidido, dio un paso hacia el frente, dispuesto a expresar sus disculpas, pero en cuanto miro a la prometida, los ojos de su padre, quien la acompañaba, y los suyos, se encontraron, Gabriel conocía perfectamente las intenciones de su hijo. Cubrió su rostro y negó. Expresando el descontento hacia la tontería que el rubio estaba por cometer.

Entonces desistió, volvió a su posición inicial y aceptó cruelmente el destino que había caído sobre él.

Los años pasaron sin mayor emoción que el día a día.

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