Epílogo

20 2 2
                                    

Esta es la historia de una mujer, que simplemente, había sobrellevado su vida escribiendo.

Así como lo puede leer, nada de dragones, amores prohibidos, o locuras de adolescentes; no señor, el amor de Leia, nuestra persona en cuestión, era el de demostrar su pensamiento y dárselo a conocer a las personas con respeto y honestidad.

De joven había aprendido que la mejor manera de expresarlo era escribiendo, así que siguió haciéndolo. Después de graduarse como bachiller se convirtió en licenciada en Lengua Castellana, y escribió varios libros que se convirtieron en obras de culto por toda Latinoamérica.

Tanta fama había logrado que ahora era consejera de la presidenta de la república y amiga de infancia, Danielle Domínguez; juntas hacían discursos y fomentaban la paz, la igualdad y la honestidad en su país.

Un día Danielle le pidió que escribiera un discurso para fomentar la tolerancia y la paz hacia los reinsertados de la guerra; el proceso de paz con las FARC había finalizado y Danielle sabía que Leia era la única capaz de hacerle entender al pueblo colombiano que el diálogo era el único camino hacia la paz.

Leia escribió el discurso, y al día siguiente, estaba lista para presentarse por televisión y que todo un país deseoso de paz la viera. Llevaba su mejor vestido y la voz que tanto había utilizado para ayudar a otros.

- Señora Fernández, estamos en vivo en tres, dos, uno...

La luz de la cámara que estaba al frente de ella se encendió, y sin más, comenzó a leer a viva voz y con mucho entusiasmo su discurso:

Yo me le mido a perdonar:

Me le mido a perdonar a las FARC, porque soy consciente que ellos no fueron los culpables de toda la guerra.

Me le mido a perdonar a los gobiernos anteriores, porque todos debemos ser conscientes que no buscaron la manera correcta de acabar con la guerra.

También perdono a mis compatriotas, porque muchos no han podido entender que muchos de estos desmovilizados solo buscan tener aquella paz de la que tanto se habla.

Los perdono a todos porque, si algo aprendí en mis años de estudiante, es que en una guerra ninguna de las dos partes involucradas tiene la culpa total de los hechos.

No importa quien haya dado el primer disparo, importan las razones, por qué llegaron a creer que las armas eran la única manera de resolver un conflicto.

Pero lo más importante ahora es que hay un diálogo, y estamos entendiendo que la violencia JAMÁS es la salida.

Y sí, no soy una licenciada en derecho como para hablar de leyes y de lo que le conviene o no a toda una nación, pero lo único que deseo es que cuando llegue el momento de que mis hijos y su generación lleven las riendas del país, no tengan que lamentarse por una Colombia llena de balas y promesas rotas.

Pido encarecidamente a las personas encargadas de nuestra patria que la paz no se vuelva un sinónimo de impunidad para los culpables (en ambas partes del conflicto) de delitos que hayan violado los derechos humanos, los cuales han acompañado a varias generaciones y han manchado la historia de nuestra Colombia con sangre y lágrimas.

Y a la sociedad le hago un llamado urgente: Perdonemos.

Perdonemos a las personas que nos han hecho daño, perdonemos a las FARC, al gobierno y a las fuerzas armadas.; perdonemos a nuestros padres, a nuestros hijos, a cualquier ser humano que nos haya traicionado, a todos.

Nosotros somos los verdaderos autores del cambio, apoyemos a los reinsertados que llegarán a nuestra sociedad: no con una mirada de odio y rencor, si no con la alegría que nos caracteriza como colombianos.

Apoyemos a nuestros campesinos y a las demás víctimas del conflicto que ya ha llegado a su fin: no con palabras, si no con actos que demuestren las ganas que tenemos todos de un país nuevo.

Porque solo desde nuestros corazones podremos crear una paz estable y duradera.

Buenas noches y gracias por su atención.

Cuando la luz se apagó, Leia soltó un grito y se sentó al lado de Danielle.

- ¿Cómo lo hice?

- Excelente, te debo una.

- Me debes millones, mi presidenta. – respondió Leia con una sonrisa burlona.

Lo que ninguna de las dos sabía, es que en la ciudad donde nacieron había un hombre de unos 65 años mirando el televisor al lado de una mujer que aparentaba su misma edad: Tomas y Elizabeth Arnau miraban con orgullo el discurso de Leia Fernández, la joven insegura que ahora había dicho unas sabias palabras, muy propias de ella.

- Tenías razón Tomas, esa niña tenía mucho para dar.

- Sí, pero si no hubiese sido por tu idea jamás lo hubiera descubierto.

- Ahora no tiene miedo de pensar.

- Es que ella jamás tuvo miedo de pensar, tenía miedo de ser quien verdaderamente es.

Y los dos estuvieron de acuerdo en eso.


Cartas al PensamientoTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon