Capítulo 1

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Esta es la historia de una chica que simplemente, había dejado de escribir.

Así como lo puede leer, nada de dragones, amores prohibidos, o locuras de adolescentes; no señor. 

El problema de Leia, nuestra persona en cuestión, es que simplemente había dejado de pensar. O bueno, no de pensar, si no que había dejado de demostrar su pensamiento.

La única forma de comunicación que Leia manejó durante la totalidad de su infancia fue la escritura, pues en el habla era algo sosa y, aunque siempre había sentido un apego por la música, no quería expresarlo por el miedo al qué dirán.

Jamás había resaltado por nada, no era especial en comparación a sus compañeras, es más, sus mejores amigas siempre eran más inteligentes que ella, más aplicadas, tenían ideas innovadoras; pero Leia solo las miraba, jamás comentaba nada.

Porque siempre que lo hacía, todo salía mal.

En el colegio las cosas eran iguales, la chica quería resaltar en Lengua, en Historia, Filosofía, en las ciencias humanas como tal, pero por culpa de la estúpida pereza jamás lograba cumplir su objetivo.

Pero cuando creía que ya todo estaba perdido, que siempre viviría en las sombras, un proyecto de clase de español le llamó demasiado la atención: Una mini novela.

Leia quería ser el mejor trabajo, así que pensó en temas que usar: "el machismo (no puedo, es demasiado complicado, y siempre que me meto en ese tema me dicen que lo que digo está mal, me tratan de feminazi y un pocotón de cosas más.) o simplemente crear una historia de amor (demasiado cliché, ¿qué pensarán mi grupo de amigas cuando lo lean? Además, es súper aburrido)."

Y así pasaron los días, los meses, hasta que llegó la fecha de entrega. Tenía cientos de borradores, pero ninguno la convencía, que si repetía palabra aquí, que si no tenía cohesión por allá, que la trama era muy difícil; así que, sin previo aviso, decidió ser sincera con su maestro, y con todo el dolor de su alma, le escribió toda la impotencia, la rabia, el dolor que sentía en unas sencillas palabras:

Lo siento, simplemente no quiero pensar.

No quiero utilizar el cerebro que "Dios" me dio para que lo utilizara.

Y si es que existe, ¿por qué me atormenta tanto?

Mi cerebro me da tantos dilemas filosóficos que, de tanto pensarlos, me causan un dolor de cabeza solo comparable con la migraña que me genera recordar las navidades pasadas.

Todos y cada uno de los dilemas que me propongo, indescifrables.

Todos y cada uno de los argumentos que doy, erróneos.

Todos y cada uno de mis intentos por crear algún texto han terminado en desastres.

No sé si usted entenderá (y lo más probable es que no, y no lo culpo) pero ya me cansé de tener las respuestas erróneas, de ser la chiquilla inmadura que no logra crear un propio pensamiento a base de las ideas predichas por algún otro pensador porque se encuentran "políticamente incorrectas".

¿Se acuerda de la frase que nos dejó en la evaluación del día de ayer?

«Llamo a la gente "rica" cuando son capaces de satisfacer las necesidades de su imaginación.»

Pues, tristemente, debo admitir que soy la persona más pobre que jamás ha pisado su clase, mi imaginación anteriormente se encontraba llena de información, cosas fantásticas sucedían en ella, pero ahora ya nada pasa.

Siempre fui la segunda en todo, en aquellos tiempos lejanos donde verdaderamente me importaba la materia, leer, expandir mi conocimiento y dar nuevos horizontes a la educación que había recibido en casa; pero fue esa misma educación la que me dio preguntas existenciales, sobre la moral, lo bueno y lo malo.

Había traspasado mi frontera.

Y cuando me di cuenta, ya era demasiado tarde.

Así que si lo que usted esperaba era una gran y bonita historia, una mini novela de quince páginas o mínimo un texto de opinión más o menos serio, déjeme decirle que acaba de darse cuenta que conmigo ya no vale la pena seguir luchando.

Soy un caso perdido.

Leia

Tenía miedo, eso no lo podía negar, pero se armó de valentía, y como pudo, perfeccionó la carta y se la mandó por correo.

tomasarnau-002@hotmail.com

El profesor de ella, un hombre mayor, sabio y algo anticuado, era de ese tipo de maestros a los cuales te da miedo hasta hablarles a los ojos. Con sus 25 años de experiencia en la educación de jóvenes había visto de todo, desde indisciplinados muchachos que se la pasaban haciendo desorden en el salón hasta los más inteligentes y aplicados estudiantes.

Aquella noche había dejado abierto su computador para poder revisar todos los correos que le llegaban de sus estudiantes de noveno e ir leyendo sus proyectos. Comenzó con Danielle Domínguez, el primer e-mail que había recibido en el día, y se sorprendió de ver un escrito tan lleno de realismo y naturalidad; luego le tocó leer el horror de Juan Carlos Jiménez, que en vez de hacer la mini novela que se le pedía, hizo una especie de cuento lleno de faltas ortográficas y mala redacción. Y siguió revisando atrocidades y nuevos descubrimientos, hasta que, a eso de las 11 de la noche, recibió un correo proveniente de la estudiante Leia Fernández. El hombre esperaba un escrito soso y lleno de buen potencial sin utilizar, pero en vez de eso se encontró con un escrito de página y media, donde la joven expresaba su mayor miedo: Pensar.

O bueno, eso decía la pequeña, para él era un simple caso de miedo a la madurez, y olvidando que era un trabajo de escuela, respondió al escrito:

Querida estudiante:

Entiendo su preocupación ante este problema por el cual todas las personas hemos pasado, la madurez y la toma de decisiones es algo aterrador para cualquier persona, incluso para una persona mayor como yo.

Siempre creí que usted era una joven con un gran potencial para las artes y las ciencias humanas, como usted misma me explicó en el escrito, pero jamás me pude imaginar que aquellas dudas la seguían por todas partes y que atormentaban su existencia.

Desearía saber cuál es su problema, pero como no es algo de mi incumbencia, entiendo su punto de vista y acepto su aptitud frente al trabajo, pero esta no es una excusa para no presentarlo, por ende, deberá entender mi convicción presente en que usted ya debe saber la nota de este proyecto.

Con mis mayores y sinceros respetos:

Tomás Arnau

Licenciado en lengua castellana.

Era una situación extraña, por la cual el profesor jamás había pasado, pero aquella oportunidad era un buen momento para vivirla.

Envió el mensaje a la estudiante, pero era demasiado tarde, la niña sólo lo leyó al día siguiente, un sábado soleado.

Cuando despertó y vio que había recibido un e-mail de su profesor tuvo miedo, creía que era una citación para sus padres por el contenido del escrito, o que era un simple llamado de atención por la irresponsabilidad de la joven, pero quería salir de la duda, así que abrió el correo y lo leyó de cabo a rabo.

Al terminar, no podía salir de su asombro; sí, tenía una malísima nota, pero eso era lo de menos: Había logrado impresionar al profesor de español, un hombre con mucha experiencia. Tal vez para muchos era algo insignificante, pero para ella era la opinión de una persona con la erudición suficiente para opinar sabiamente.


Cartas al PensamientoWhere stories live. Discover now