N•11 Encuentro Feroz

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El miedo circulaba por mis venas, cada zarpazo, cada mordisco que profanaban a su opositor era letal, presenciaba con horror la sanguinaria escena, la brutalidad de sus ataques; la sangre emanaba de sus hocicos y de sus heridas revolviéndome el estómago. El lobo más grande de un color blanco perla con ligeros tonos grisáceos, parecía que ganaría la batalla contra el lobo albino que se encontraba muy mal herido.

La preocupación de Egmont se ciñó en su semblante lanzándose sobre el lobo de mayor tamaño con valentía, intentó inmovilizar al animal, si bien, su intención era tranquilizarlo, pues, lo logró. Observé en él cierto cariño al acariciar el pelaje del lobo y susurrar con dolor algunas palabras en su oreja que me fue imposible oír; fue como si el lobo comprendiera y aceptara al chico.

El lobo dejó de forcejear y gruñir para dar marcha atrás, soltándose con ímpetu del agarré de Egmont para salir cojeando en dirección contraria de la confrontación. Egmont permaneció un largo tiempo observando como el animal desaparecía de su vista.

Mientras él se encontraba absortó en sus pensamientos me aproximé con sigilo hacia el animal malherido, el cual, respiraba con pesadez, no reparé que mis piernas se movieron por si solas y ya me encontraba a medio metro de distancia del agonizante lobo que permanecía tendido en el pavimento con la lengua afuera, mantenía los ojos cerrados y el hocico color carmesí producto de la sangre de su contendiente o tal vez fuera de él, no lo sé.

Lo examiné en profundidad y logré visualizar una herida corto punzante en su muslo derecho, otra alrededor del cuello y del espinazo. Si no advirtiera que su pecho se comprimía y expandía con rapidez lo daría por muerto, ya que, la abundante sangre resaltaba con ímpetu en su blanco pelaje.

La necesidad de tocar a aquel magnífico lobo albino me abrumó y no me contuve con mano temblorosa me acuclillé y toqué el suave pelaje del animal. Es obvio que no imaginé las consecuencias que conllevaría mis acciones; al acercarme a un animal herido corría el riesgo de ser atacada.

La mayoría de los animales reacciona a la defensiva ante los humanos sobre todo cuando están heridos y este no fue la excepción, al instante en que hundí mi mano en su suave lomo levantó su cabeza y me mostró los dientes con intensiones de morderme, antes que sintiera sus filosos dientes clavarse en mi brazo, nuestros ojos se encontraron, mis ojos color ámbar con los ojos color verdosos del lobo; sin duda alguna era el mafioso, sus ojos eran idénticos, sería demasiada la coincidencia si intentaba convérseme de lo contrario.

Mi cerebro se encontraba a punto de estallar al procesar mucha información en tan poco tiempo, que cuando, Egmont emitió un gemido de dolor reaccioné sobresaltada.

Ese chico había interpuesto su brazo entre el ataque resultando con una profunda mordedura en su brazo izquierdo, enseguida la sangre comenzó a brotar en abundancia lográndose apreciar en la tela de la camisa.

Aterrada salí corriendo del lugar sin siquiera suponer que Egmont necesitaría atención médica. Toda curiosidad por descubrir el misterio que ocultaba esos dos chicos se esfumó por completo.

No soy miedosa pero en este instante el miedo era parte de mí y no estaba dispuesto a abandonarme, es más, se intensifico. Mis piernas corrían enloquecidas por las frías calles de Quedlinburg rehaciendo el camino de vuelta, la casa de Derek, con la esperanza que mi temor se desvaneciera.

Mis músculos se habían calentado por la carrera que realizaba, mi condición física no era impecable y mi cuerpo estaba sintiendo las consecuencias por dejar de entrenar un par de meses, con la respiración entrecortada me aproximé a mi destino, sin embargo, no todos deseaban lo mismo.

Antes de que fuera capaz de ver lo que se interpuso en mi camino, sentí el fuerte golpe de mi cuerpo impactar con el cemento arrebatándome el poco aire que albergaba en mis secos pulmones. El impacto provocó que mi cuerpo rodara un par de metros hasta detenerse por sí solo.

Deseé haber perdido el conocimiento porque en ese instante me dolía cada músculo imposibilitándome el poder moverme, mis punzantes rodillas me advirtieron del daño sufrido por el impacto, sentía la piel en carne viva, al igual que mis brazos.

El golpe en mi mejilla ya no era nada comparado con las nuevas heridas que padezco en este momento. Intenté levantarme y vociferé un angustiaste alarido de dolor. Creo que me he roto la muñeca; al hacer presión sentí un agudo hormigueo recorrer mi brazo, con la visión borrosa aprecié la sangre que cubría mi dolorida herida, no estaba segura de donde provenía la sangre que cubría mi dedos, sólo sentía dolor.

Me punzaba la cabeza y me sentía aturdida, seguramente me había golpeado la cabeza en la caída, ya que, sentía un líquido caliente recorrer mi frente hasta mi mentón.

De pronto sentí una presión en mi tobillo y lo siguiente fue que me jalaban de mí, me arrastraban por el rígido concreto dañando aún más mi adolorido cuerpo.

A la distancia fui capaz de apreciar una manada de lobos agrupados en una callejuela. Qué bien, voy a ser devorada por lobos feroces, porque no se ven muy felices.

Esa noche aprendí algo que nunca olvidaré, si tu instinto o sexto sentido te dice que corras lo más rápido que puedas, hazle caso o te arrepentirás.

El Aullido Del Lobo Solitario [PUBLICADO EN FÍSICO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora