N•10 Brutal Maldición

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Soy la chica más idiota que existe en la faz de la tierra, es que ¿Quién se dirige a su propia condena sabiendo que se encuentra en desventaja? Pues, yo. En vez de huir, correr por mi vida, me aproximé con paso ligero hacia los dos chicos sospechosos que se encontraban de pie en la callejuela.

No sé por qué tuve la sensación que esos dos rufianes podían oler mi miedo, para rematar me tropecé con mi propia pierna y casi termino con la cara estampada en el cemento.

Le gradecí a mi buen equilibrio y continué caminando como si no hubiese ocurrido nada. Si bien, no se rieron en mi cara, Egmont intento ocultar una risita con su mano apartando su rostro de mi vista, mientras el otro no quitaba su mirada de mí.

Su corto cabello castaño chocolate dejaba ha descubierto sus alucinantes ojos verdosos que me intimidaban.

Detuve mis pasos frente a él y estire mi mano.

–Cabello mío, devuélvelo –espeté con brusquedad desafiándolo con la mirada.

No planeaba realizar un nuevo corte a mi larga cabellera castaña al menos en la peluquería podrían colocarlo como extensiones. Me quedé de piedra cuando el chico comenzó a olfatear mi cuello, se me erizo la piel, retrocedí asqueada ante tal acción de su parte. La ira inundo mi pecho y sin vacilar le di un derechazo que esquivó con facilidad, lo que no me esperaba era que me devolviera el golpe.

A pesar de mi personalidad serena, de rostro inexpresivo, soy una chica bastante ruda, por decirlo así. Me peleaba, en su gran mayoría, con chicas y uno que otro chico que se atrevía a burlarse de mi "hablamiento". No sé si esa palabra existe. Suelo crear palabras inexistentes de forma espontáneas, es inevitable.

Por lo que, recibir un fuerte golpe en mi mandíbula no fue del todo dramático, me dolió como mil demonios, sentí que me reventaría los dientes, debo recalcar que se contuvo, aunque, fue lo suficientemente fuerte para arrojarme al suelo.

Caí de espalda por el impacto y la sorpresa del golpe; no me moví del suelo por dos razones, tardaría un tiempo en recuperarme del impacto y la segunda fue porque escuchaba sus voces distorsionadas alejarse de mí.

–Vámonos antes que despierte –ordenó mi atacador.

–Eres un desgraciado. La golpeas y la dejas aquí tirada a su suerte –murmuró Egmont con preocupación en su voz.

–Ella se lo busco. Ruega que no allá escuchado nada de nuestra disputa. No me agrada esta chica, es la segunda vez que se entromet... –escuchó su voz distante hasta que se creó un débil murmullo y el silencio llego a mis oídos.

Procesar las palabras me fue difícil cuando la cabeza me daba vueltas, no debí abrir los ojos tan pronto; al principio escuchaba sus voces amortiguadas y sus pasos alejarse, por lo que, decidí sentarme para recobrar la orientación.

Aturdida me quedé mirando las puntas de mis pies, al menos no veía doble, algo es algo. Pestañeé varias veces y comprobé con mi lengua si conservaba todas mis piezas dentales, saboreé el sabor metálico de la sangre. Esto no me agradaba para nada. Me iba a meter en problemas, no, ya estaba en problemas. El golpe de seguro me dejara un cardenal que será imposible de ocultar. Rocé con la puntas de mis yemas mi mejilla izquierda.

–¡Auch! Por la grandísima mierda ¡Esto duele! –maldije entre dientes.

No me considero una chica que dice groserías pero este era una de esas ocasiones especiales en las que una vez a las quinientas se me salé una mala palabra.

Lo bueno de todo esto es que aun conservo todos mis molares y... además... además... además... eso es lo único bueno. Si en algún momento llegué a pensar que fue divertido escaparme de casa con Eberhard, me retracto profundamente.

La humillación sufrida, al ingresar a una fiesta cargada en el hombro de mi hermano donde en su gran mayoría son estudiantes del mismo instituto al que voy, fue una cosa, puedo vivir con ello pero que la lista de desgracias se eleve en menos de diez minutos, ya lo considero una maldición. Mientras realizaba mi lista mental, escuché un ligero gruñido de algún animal que ignoré por completo.

Mis infortunios iban en aumento, un mal corte de cabello, un golpe en mi rostro, el frío de la noche, el gruñido cercano de un animal salvaje... de inmediato me puse de pie de un sobresalto, aun mareada por el golpe casi termino en el suelo, otra vez.

Sin embargo, el miedo despertó en mí y la adrenalina me envolvió. En vez de correr hacia el lado contrario de los repetitivos gruñidos, mis piernas me traicionaron y corrieron hacia la inexplicable pelea de los animales salvajes que se llevaba a cabo.

Dos grandes lobos cercenaban, con sus filosos dientes, a su contrincante. Era una lucha a muerte.

El Aullido Del Lobo Solitario [PUBLICADO EN FÍSICO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora