Kriegger abrió la puerta. Más allá del umbral, la oscuridad de la sala dejaba entrever una figura delgada y baja incorporada en una camilla de grandes dimensiones. A su lado había varias máquinas y pantallas de control activas, pero en vez de estar conectadas a la paciente, mantenían sus cables dorados tirados en el suelo, totalmente inmóviles y con las puntas doradas llenas de sangre.

Lucius presionó el botón de arranque el sistema lumínico. A pesar de poder entreverla en la penumbra, deseaba poder mirarla a la cara. Lamentablemente, al encender la luz la visión que obtuvo no era la que esperaba. Repartidas por las paredes, suelos y techos, encontró decenas de ojos rojos que le miraban fijamente. Ojos de sangre... ojos de fuego.

Sena se cubrió la cara con el brazo instintivamente, como si la luz le molestase. Acto seguido, el sistema se apagó, sumiéndoles de nuevo en las sombras.

—¿Pero qué...?

—No encienda la luz, señor Kriegger —suplicó la paciente—. Me provoca dolores de cabeza.

El instinto le hizo volver la vista hacia las paredes en busca de las pintadas, pero allí ya no había nada. En la sala solo estaba la paciente, que le observaba oculta tras su propio brazo con los ojos enrojecidos, rodeados por profundas ojeras violetas.

"¿Alucinaciones, Luc? Necesitas descansar."

—¿Problemas oculares? —preguntó mientras se acercaba con paso tranquilo, tratando de ignorar lo ocurrido.

—Podría ser.

La joven bajó el brazo con el que se cubría el rostro. Desde la distancia, Kriegger solo pudo ver sus ojos violetas refulgiendo en la oscuridad. Resultaba una visión escalofriante.

—Mi nombre es Lucius Kriegger.

—Lo sé. Es un placer, señor Kriegger. Yo soy Sena Valdis, aunque eso es algo que usted ya sabe.

Lo sabía, desde luego.

La carga de jocosidad implícita en aquella presentación logró arrancarle una sonrisa. La conversación prometía, y mucho.

—La Doctora me comentó que te negabas a hablar con ella.

—En realidad ella es la única culpable: no sabe escuchar. Pero por favor, póngase cómodo, me levantaría a recibirle con los honores que se merece, pero creo que mis piernas aún no pueden soportar mi peso.

Kriegger tomó asiento en una incómoda silla blanca que el propio Ravenblut había traído de la sala de entrenamiento horas atrás. Dado que la mujer no le ofrecía demasiada confianza, decidió mantenerse a una distancia prudencial, con las pistolas preparadas y al alcance de la mano.

Vista de cerca, Sena tenía bastante mal aspecto. Era una mujer bella, con unos rasgos delicados y dulces que la convertían en una joven muy atractiva, pero a la que la que los tres años de inconsciencia habían devorado y maltratado. Tenía el rostro consumido, con los pómulos muy marcados por la desnutrición y los ojos tan enrojecidos alrededor del iris violáceo que parecía haber sido víctima de una batalla.

—¿Qué ha pasado aquí? —Quiso saber Lucius, sin apartar la vista del sujeto—. ¿Qué son esos ojos?

—Tonterías sin mayor importancia —respondió, pero no movió los labios.

Kriegger palideció al darse cuenta de que no estaba hablando. Ni movía los labios ni emitía sonido alguno, pero de algún modo, la voz llegaba hasta su mente.

De todas las cosas extrañas que había visto a lo largo de su vida, aquella era una de las más inesperadas, pero no la más sorprendente. Nunca los había visto con sus propios ojos, pero Kriegger sabía de la existencia de otros hombres con aquella extraña capacidad.

Sujeto 5.555Where stories live. Discover now