13. CULPABLE.

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Los guardias de la entrada del calabozo me miraron fijamente con burla en los labios mientras repasan mi pinta miserable. Debía verme horrible pero no me importaba, no me importaba nada, solo mantenerme muy lejos de aquellos imbéciles que solo sabían pensar en matarse entre ellos.

—¿Os apartáis u os aparto?

Uno de ellos se echó a reír mientras el otro sólo levantó una ceja y me miró dubitativo.

—¿Pero te has visto? Estás que das pena, poco puedes hacer con nosotros niñita.

El que se estaba riendo dio un paso hacia mi, pero el otro le cogió por la solapa de la camiseta y lo arrastró otra vez hacia atrás, con la otra mano desocupada abrió la pesada puerta de hierro forjado y me dejó pasar. Le fulminé con la mirada al risueño y pasé sin preocuparme de que se fuera a chivar al gran General. Por mi el General y toda su gente se podía ir al mismísimo infierno.
Seguí el largo corredor hasta donde estaban las celdas y me paré delante de la del hombre de blanco.
Estaba sentado en el suelo con la cabeza entre sus rodillas.
Seguramente me veía tan mal cuanto él, y todo por culpa de la obsesión de Zeke por humillarme. Pero no pensaba ser más producto de su juego para quedar bien entre los suyos. Se acabó, ni que me tenga que pudrirme allí dentro.
Miro a mi alrededor y veo que la celda de al lado no lleva candado. Me voy hacia ella y levanto el cierre para empujar la puerta. Ésta hace un fuerte grujido que espabila al hombre de blanco que rápidamente levanta la vista y al verme sonríe, pero la sonrisa le dura poco.
—¿Pero que te han hecho?— preguntó levantándose rápidamente y mirándome conmocionado.
—Nada, las leyes aquí son pura basura, solo quieren destruirse los unos a los otros... - murmuro adentrándome al calabozo y me echo sobre el mullido colchón. -Maldito Zeke. Maldita resistencia. Malditos gemelos. Malditos todos.

—Así que ahora los odias.

—Nunca dije que no lo hiciera.

—Te veías muy a gusto cuando me trajeron, sobre todo al lado del macho cabrío que te miraba como si fueras de su posesión. —sonrió con burla y apoyó los antebrazos entre los barrotes de la celda.

—¿Quieres callarte? Tengo una migraña terrible y lo último que quiero es tenerte hablando del imbécil de Zeke. —le di la espalda acomodándome sobre el incómodo colchón.

—Como quieras.

Ninguno de los dos se dignó a abrir la boca durante varios minutos, los cuales casi me quedo dormida. La verdad era que no tenía migrañas pero no me apetecía seguir recordando a Zeke ni nada que tuviera relación con este lugar. Aún no podía entender cuál era mi función aquí y eso me tenía confusa y de mal humor. ¿No podía solo despertarme y volver al laboratorio? Prometo no aburrirme más con las codificaciones, solo quería irme lejos de aquellas personas tan tóxicas.
Me senté sobre el colchón y miré a la celda de al lado, el hombre de blanco se encontraba sentado mirando fijamente al techo.

—¿Cómo hago para volver?¿Cómo hago para despertarme y estar otra vez en la sala de control?— me arrastré haciéndome daño en las rodillas debido al terrible mal estado del suelo de la celda y me agarré de los barrotes.
Él bajo la vista hacia mí y suspiró.

—No puedes.

Apreté con más fuerza lo barrotes hasta empezar a sentir dolor en las palmas de mis manos.

—¿Por qué no?

Mi tono guardaba cierta desesperación en si.

—Por que las cosas no son tan simple, esta es tu misión y no te sacarán de aquí hasta completarla.

Él se levantó y se acercó a mi, puso sus manos sobre las mías, eso me hizo sentir segura e insegura a la vez, pero no aparté las manos.

—¿Por qué de pronto eres amable conmigo? En las simulaciones no hacían nada más que ignorarme y ahora tomas mis manos y me... ¿Consuelas?

Suspiró negando con la cabeza antes de inclinarse más cerca para dejar vagar sus manos por mis brazos hasta mi cuello, donde apretó ligeramente sobre el costado derecho de éste con su pulgar haciendo que soltara un sonido estrangulado.

—No te confundas, la serpiente no siempre fue serpiente.

Su agarre comenzó a hacer más presión pero sin llegar a lastimarme. Abrió su boca para decir algo cuando una explosión hizo mis oídos pitar y cerré fuertemente los ojos tratando de evitar cualquier daño. Algo húmedo me había salpicado la cara, pero me daba miedo abrir los ojos y averiguar qué era.

Esperé al dolor o la ausencia de algo pero nada llegó. Abrí lentamente los ojos para encontrar frente a mí la imagen más horrible. No podía moverme, no quería girarme para ver el rostro del ultrajador de aquella paz que comenzaba a sentir porque dentro de mí estaba la respuesta.

Los ojos del hombre de blanco se encontraban abiertos, como en shock. Su boca también y un hilo de sangre caía de su comisura izquierda. Podía ver un agujero del tamaño de un dedal en su sien derecha y sangre empezaba a emanarse de ella. Sus manos seguían agarradas a mi cuello.

—Oh por Dios... —las palabras no fluían. Me sentía enmudecida y esas tres palabras eran todo lo que la conexión entre mi cerebro y boca permitían. No podía desprenderme.

Seguramente lo que fueron segundos, para mí fueron horas viendo los ojos del hombre volverse fríos y distantes de la vida mortal. Lejana a la tierra a la que su cuerpo pertenecía.

Un suspiro. Fue todo lo que se oyó en el eterno silencio antes de que todo se alborotara. Pisadas, puertas abriéndose y luego un par de manos tomando mis hombros para poder levantarme.

Mi cuerpo gritaba internamente del dolor que me estaba causando el ser movida con tanta brutalidad pero ningún quejido salió de los labios.

No podía despegar mi mirada del cuerpo tirado sobre el arenoso concreto gris del calabozo.

Mis oídos captaban gritos y alguien me sarandeaba ignorando mi dolor corporal. Cuando mis costillas dieron un latigazo de agonía me alejé poniendo distancia para poder rodear mi cuerpo e intentar apaciguar todo el dolor que sentía. Tanto mental como físico.

—Oh por Dios... —giré mi cuerpo hacia el asesino y en vez de ver un loco sediento de sangre, sólo vi a Zeke con un deje de preocupación en su mirada. La ansiedad reinaba en su rostro y una mueca retorcida la desfiguraba. Sus manos se cerraban y abrían al costado de su cuerpo como si le picaran. —Lo has matado. Joder. ¡LO HAS MATADO!

Me acerqué a él y comencé a golpearlo en el pecho con las palmas de mis manos. El cansacio, el dolor, el shock de haber visto aquello apenas sólo unos segundos antes comenzaron a recaer en mi magullado cuerpo.

Los sollozos se encontraban atorados en mi garganta pero por más que quisiese no iba a dejaros salir.

—Él quería hacerte daño, no iba a permitirlo —murmuró sosteniendo mis puños con una mirada tristona.

—Pero, ¿De qué coño hablas? Si sólo estábamos conversando, tío. ¿Eres estúpido? — suelto sin poder evitarlo. ¿De qué iba?

—¿Yo? ¿Estúpido? Si has sido tú la que ha permitido que se te acercasen y te tomasen del cuello como si fuese algo de lo más normal. ¿Qué tienes en la cabeza? Esto ha sido tu culpa.

—¿Mi culpa? Estás de broma, ¿cierto? —su mirada cabreada decía que no. — Estás como una puta cabra. ¡ACABAS DE MATAR A UN HOMBRE Y TODO LO QUE DICES ES QUE ES MI CULPA!

Empujé su pecho dispuesta a salir de ese lugar, acababan de matar a un hombre después de hacerme luchar contra otros dos ante mi negativa a la violencia. A esta gente le hace falta un buen psicólogo o varios. Seguramente tienen un fetiche sexual con la violencia.

Asesinó a un hombre y se atrevió a decir que era mi culpa. Que le den.

Comencé a salir del calabozo cuando dos pares de pisadas ansiosas a acercaban rápidamente.

—Mierda. —escuché a mis espaldas.

Me reí internamente y me giré para ver como su semblante se tornaba de agresivo al de un niño al que su madre va a regañar por haber cometido una falta grave.

Como iba a disfrutar esto. Después de una ducha y una silla, pero lo iba a disfrutar.

Oh sí.

8 minutos.Where stories live. Discover now