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Una vez viendo un programa de televisión, me enteré que antes de quedarte completamente dormida puedes sentir un abrupto salto que te recuerda que estás vivo. Por cosa de curiosidad decidí estar más atenta a ese tipo de situaciones y debo decir que se siente como un estado extraño, forzoso e incontrolable. Los primeros días de mayo para mí, son y serán un estado previo a dormirme en un sueño del cual a menudo, suelo despertar con lágrimas en los ojos. Son demasiadas emociones encontradas. Un salto abrupto que me recuerda que estoy aquí y que la vida es el único lugar donde quiero estar.

—Bien, alumnos, hoy veré los avances de su regalo para el día de las madres.

Cuando la profesora hubo dicho esto, rompió mi aletargamiento e intercambié miradas con Samuel y Blas. Ninguno había hecho nada y teníamos conciencia de nuestro error. A veces, creo que debí dar marcha atrás y admitir que quería su compañía, pero estaba asustada de que las cosas cambiaran. No quería hablar con ellos, no quería ver lo que sabía sucedería, preferí tapar mis ojos y esperar a que pasara lo que cada año sucedía.

Los pasos de la maestra de arte, retumbaron por el piso de madera y parecieron lanzarse sobre nuestros pupitres. Tac-tac,toc-toc, les escuché y por un momento o dos temblé confundiéndolo con el otro sonido que me causaba miedo en esos días.

—¿Y su trabajo, señorita Ortiz?

Negué con la cabeza.

—No lo he comenzado todavía.

—La clase ha sido especialmente dispuesta para que lo haga.

—Sí, pero...

—Hágalo. —Me recriminó la maestra sin posibilidad de decir nada más. Agaché la cabeza y asentí.

Luego se repitió la conversación con Blas y Samuel, siendo mucho menos comprensiva con éste último, pues él tenía todas las condiciones como para hacer algo grandioso y no había iniciado nada.

En cuanto a Blas, él se remitió a ser grosero y soez.

—No haré nada y si quiere ponerme una mala calificación, pues hágalo—Apoyó su cuerpo en el respaldo de la silla— ¿Me va a sacar de la sala?

Sonrió y se levantó. Él ya conocía el camino. Samuel también abandonó el salón tras Blas. Yo intercambié miradas de frío reproche con la maestra y salí despedida tras mis amigos.

Si ellos insistían en no obedecer, era muy posible que los suspendieran.

— ¡¿Pero que se supone están haciendo?! —inquirí corriendo en su búsqueda, pero ninguno de los dos estaba a mi alcance.

Deambulé por los pasillos un rato, y cuando los encontré, mantenían una conversación entre susurros. Quise acercarme, pero no fue necesario, sus voces se escucharon más fuerte por cada segundo que transcurría:

—No sacas nada con enojarte aquí.

—No voy a volver, no me importa si me suspenden. Detesto esa clase y quizás... estoy harto de todo.

—Escúchame, Blas, vas a volver, mierda ¿entendido? Vas a volver porque no voy a dejar que te dejen condicional por nada.

—Me quiero ir del colegio, me tiene harto todo esto.

—Blas, mírame, madura, te lo digo por tu bien, lo sabes.

Luego Samuel le empujó suavemente con un ademán en el pecho, logrando que Blas agachara la cabeza y tambaleara sobre sus pies.

—¿Cómo tú?

—No empieces.

—Ya empecé, estoy enojado ¿Ahora qué harás, Samuel? Hablemos claro, sin Chris, tú y yo, ¿qué harás?

Samuel se frotó la mirada y tomó un largo suspiro hasta la exasperación. Yo me quedé escuchando, necesitaba oír, quería escuchar todo lo que pasaba en las mentes de mis amigos, cuando no estaba Chris.

—¿Qué quieres que diga, Blas?

—Algo. No me importa si se lo dices a Chris—El cuerpo de Blas se agrandaba, como si se estuviera alimentando de mi incertidumbre—... Si me lo dices a mí o a Mariela, pero di algo.

Samuel comenzó a temblar y pensé en correr a socorrerlo, parecía que se derrumbaría, pero al cabo de unos segundos, retomó la compostura:

—Lo siento...

—Imbécil.

Samuel miró a otro lado aguantando las lágrimas, lejos de Blas, lejos de mí, lejos de todo:

—No voy a decir nada, Blas. Lo siento...

—¡Sabes que quieres decirlo! ¡Sólo hazlo!

—Tú no tienes idea de lo que estoy pasando.

—¡Entonces dilo! Deja de ser cobarde.

—No puedo, no saco nada... tú no entiendes.

—Cobarde.

—Para, por favor.

—No te mereces a Chris. Si tú no dices nada, yo se lo diré y también a Mariela.

—Eso no es cierto, no los vas a hacer.

—Lo voy a hacer.

—No, tú no eres así.

—Le voy a decir...

—Blas...no tiene sentido...déjalo así, por favor. Volvamos a clases—rogó Samuel, pero ya estaba determinado, se veía en el semblante rígido de Blas— ¡Tú no entiendes! ¡No puedo! Si lo haces, lo arruinarás todo.

Hubo un largo silencio. Otra vez me sentí adherida al suelo y temerosa de confirmar mis sospechas. Era momento de admitirlo, quizás, nuestra relación se había roto para siempre.

Cuando Samuel tensó los puños por completo y frunció el entrecejo ante un Blas ciego. Intenté salvar nuestra amistad, pero antes si quiera de reaccionar, Samuel se abalanzó sobre Blas y éste haciendo uso de toda su fuerza lo estrelló contra la pared.

— ¿Qué están haciendo? —susurré y ambos retrocedieron ante mi avance.

—No es nada, Chris—musitó Samuel y sonrió tembloroso—...Estamos bien, fue una discusión, nada...

Blas tragó saliva, cerró los puños, se adhirió a la pared y deslizándose por ella, emitió un gemido, que pronto se transformó en un llanto largo y lastimoso. Sólo eran mentiras, mentiras que ninguno podía tejer bien y por eso Samuel guardó silencio agachando la cabeza y se quitó unas lágrimas.

—No estoy bien, no estoy bien. Esto no es normal. —Se repetía para sí mismo Blas golpeándose la nuca contra la pared y sin parar de llorar.

Samuel se sentó a su lado y abrazándolo comenzó a llorar también.

—Estaremos bien, ya verás, sólo debes estar tranquilo. Lo siento...Lo siento—susurró.

Hay temores en la vida, que no vislumbramos su nivel de gravedad, hasta que ya consumieron toda nuestra personalidad. El mío, era el otoño y esas odiosas hojas cayendo sobre mi jardín, pero no lo noté hasta que vi a mis dos amigos llorando y escuché a la voz de nuestra profesora preguntando por lo acontecido. Pensé durante algunos instantes, en sentarme junto a los dos y tranquilizarlos, pero no fue así. Lo único que hice fue cerrar los puños y comenzar a correr a la salida del colegio.

Sabía que luego de eso llamarían a mis padres, y mi hermana comenzaría a buscarme por las calles con su enorme y ridículo auto familiar. Tenía pleno conocimiento que mi actuar me catapultaría como el bicho raro de todo el colegio, me estandarizaría como la peor amiga del universo y me quitaría toda posibilidad de volver a mirar a los ojos a Blas y Samuel, ¿pero a quién le importaba? A mí en ese instante no me importaba nada, no me importaban las suspensiones, menos los castigos, las reprimendas, los ojos de reproche de Samuel y de tristeza de Blas. Mucho menos, me importaban las visitas al psicólogo que quizás, me pondrían si me pasaba algo. Yo sólo quería correr y alejarme de todo, en específico del estúpido otoño y de las hojas de serbal que cuando comenzaba a caer sobre el jardín, tomaban un horrible color rojo sangre.

Las cosas detrás del solWhere stories live. Discover now