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A los pocos minutos de haber defendido a Samuel en forma tan apasionada, supe que había cometido un error. Es que aquel comentario tan ciego, sólo generó risas en Blas, que pateando piedras parecía listo para lanzar a los carroñeros todas mis emociones.

— ¿Te gusta alguien?

La figura de Blas siempre se había reclamado como mi indiscutible mejor amigo. Él era la única persona que hubiera necesitado si hubiese querido iniciar una guerra contra el mundo, incluso, en la actualidad sería la primera persona en ser llamada.

En un principio, no pretendía que fuera de ese modo. La verdad, si hubiera tenido que elegir un amigo en mis primeros años de colegio, no lo hubiera elegido. En la escuela básica era el típico niño problema y eso no me gustaba. Blas hacía desorden y tenía malas notas, pero mis padres me obligaron a ser su amiga. Ellos siendo maestros, pensaban que sería una influencia ideal para él. Cuando veo las hojas de otoño descender, suelo pensar que Blas fue una gran influencia para mí. Quizás, ambos nos influenciamos.

Al principio, no entendí porqué mis padres me obligaban a ser la única niña que se juntaba con él. Lo veía como un futuro delincuente, pero con el tiempo y a medida que crecía, supe las razones. Blas había perdido a su madre cuando era muy pequeño, por lo cual quedó a cargo de su padre; un hombre violento que lo golpeó durante toda su infancia, hasta que un día lo abandonó con su abuela. Cuando le preguntabas a Blas por su padre él siempre, resumía su relación con un gran suspiro y un gruñido que sonaba como: "Olvídalo, es un gran imbécil".

Blas cuando era pequeño y se enojaba, sólo reaccionaba gritando y pateando todo lo que encontraba a su paso hasta hacerse daño. Esta reacción en un principio, se me hacía muy comprensible, también lo hubiera hecho si nadie me hubiera enseñado a ser diferente. De todas maneras, con los años esa actitud de odio ciego se hizo impenetrable. Era duro ver cómo cambiaban las cosas y durante la adolescencia ni Samuel, ni yo sabíamos ponerle freno a sus emociones más autodestructivas. Mucho menos a sus rudas formas.

—¡No!—dije apartándolo—. Solamente digo que nosotros somos cínicos y no decimos las cosas a la cara como Samuel.

—Creo que tienes razón.

Me sorprendió que me diera su aprobación tan fácil, pues siempre que decía algo muy serio él me aventaba la palabra "cerebrito" y se burlaba de mí.

—En parte envidio a ese bastardo.

Rio y yo también al saber qué estaba pasando. Lo sentí como un temblor que estremeció mi corazón, pero me dio certezas o al menos, eso creí.

—¿Te gusta alguien, Blas? —Me acerqué y le hice cosquillas esperando ser molesta—. ¡Uy, estás enamorado!

Un rubor subió por sus mejillas y se apartó.

—Puede ser—afirmó muy serio.

Contemplé a Blas emocionada. Él nunca se había enamorado de nadie y quería recordar ese momento por siempre. Me hacía feliz saber que mi amigo, al fin se perdonaba a sí mismo, por las cosas que no había hecho. Amar y dejarse amar, era algo que Blas nunca creía merecer del todo.

—¿Se puede saber quién te gusta? —Comencé a dar saltitos a su alrededor—. Te puedo ayudar, si quieres.

—Claro que no quiero tu ayuda, además si me ayudaras me sentiría tonto y extraño.

Entorné los ojos y me crucé de brazos enojada ante el rechazo. Me gustaba ayudar a las personas en ese tipo de cosas, por eso no podía parar de ayudar a Samuel con cada uno de sus problemas de amor.

Aunque suene ridículo, no podía evitar ayudar a alguien cuando se enamoraba. Esto a razón de que estuve enamorada del mismo chico casi toda mi infancia y nunca nadie ofreció colaboración de verdad, pero yo cuando veía a alguien enamorado no dejaba de pensar que era la sensación más hermosa. Incluso ahora, pienso que no es malo colaborarle a los enamorados.

—¿Qué harías si Samuel comenzara a salir con otra persona? —Me preguntó Blas, como si hubiese querido amenazar el punto más débil de mi cuerpo.

—Nada, seguir siendo su amiga—dije intentando cubrir cualquier vestigio de que me gustaba Samuel.

—¿Sólo eso?

—Sí, sólo eso y rogaré para que la chica no sea odiosa.

—Bien, sigue así. —sonrió Blas mientras me dejaba en el portón viejo de mi casa, ese que se demoraba siempre unos momentos más en abrir porque el seguro era pesado y estaba oxidado. Ese que existía para chirriar todos los secretos ocultos en mi rostro.

 Ese que existía para chirriar todos los secretos ocultos en mi rostro

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Las cosas detrás del solDonde viven las historias. Descúbrelo ahora