1. Castillo de Princesas

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Ella acaricia mi cabello.

Todo está borroso, confuso, difuso, creo que con suerte puedo mantener mis ojos abiertos.

Estoy en una habitación blanca, y una luz fría en el techo que parpadeaba cada 7,5 segundos. Se escuchaban las maquinas de las habitaciones de al lado. 

Mi cuerpo está adormecido, helado, lo único que puedo sentir son sus manos cálidas llenas de la traición. 

Vuelvo a la oscuridad que mis parpados me entregan, viendo imágenes del pasado, cuando mi vida era hermosa sin saberlo, perdiendo la realidad lentamente. 

Estoy sentada en mi cama, esa habitación de madera y el olor a leña que venía del comedor. El resto de las niñas están en el patio, siempre soy la última. Agarré el espejo que Macarena había lanzado al piso, me miré en el, y solo ví mi rostro sucio y mi cabello alborotado. Con mi mano izquierda intenté peinarme para causar buena impresión, sin importar que el resto de las niñas me llamen fea y vieja.

La Hermana Carmen entra a la habitación, "Tu turno, vamos.

-Ella es Karín, tiene 14 años. -Dice la Hermana, dándome un pequeño empujón hacia donde estaban los aspirantes a Padres- 

Los miré, sonreí lo más grande posible; tal como me enseñaron, sin avergonzarme de mis dientes chuecos. Ahora lo que seguía en la lista es que la Hermana saliera de la habitación y me dejara a solas con ellos para que me acosaran con preguntas. El tercer paso es que luego yo salga de la habitación y ellos se queden a conversar con la Hermana. El cuarto paso es que se vayan por la puerta, se suban a su auto y me saluden con la mano. El quinto paso nunca lo he vivido, pero ellos deberían llegar nuevamente, llevarme a conversar con ellos y subirme en su auto, y saludar a todas las niñas, alejándome lentamente por la calle.

El segundo paso salió bien...creo. 

El tercer paso nunca sé como resulta, por más que intento, la puerta es muy gruesa y no se escucha nada. 

El cuarto paso fue igual que siempre. Me acariciaron la cabeza, guiñaron el ojo, un par de palabras al oído de la Hermana, salieron por la puerta, subieron al auto y saludaron con la manito. 

El quinto no llegó, al menos no para mi. Una menos en el castillo de princesas, donde las favoritas son las pequeñas. 

No me impresionaba, cada semana era lo mismo, al menos desde que tengo memoria. 

Me fui al armario, y me puse a jugar con Berto; Mi dinosaurio de peluche. Lo he estado escondiendo ahí desde que Macarena me lo quitó y le arrancó la cola. La Hermana Carmen lo sanó y le puso su colita de nuevo. 

Sentí pasos, me quedé en silencio hasta que la Hermana Carmen abrió la puerta del armario.

"Karín, debo hablar contigo y con Macarena... vamos a la oficina?

Apuesto que Macarena debió haber inventado algo nuevamente! Nunca me llaman a la oficina a menos que sea para culparme de alguna maldad que hicieron las niñas. Siguen y siguen haciendo maldades, sin pensar en que la Hermana Carmen ya está viejita, tiene hartos problemas a la presión y no puede pasar rabias.

Ahí estábamos, sentadas una al lado de la otra en esa aburrida oficina, Macarena con esa sonrisa de niña buena, y yo...Bueno, yo estaba con mi cara de querer irme al armario a seguir jugando con Berto.

Estoy acostumbrada a que me culpen de cosas que no he hecho, tanto que mi mecanismo de defensa natural es mirar su boca, sus ojos, oírla...pero sin escucharla, es como un blah blah blah en mi cabeza.

Vuela LibreWhere stories live. Discover now