Capítulo 35.- La calidez del amor

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       Stephanie no había perdido tiempo y a los primeros rayos del sol continuaron su caminata. Intentaba correr entre la nieve, tenía un presentimiento extraño, temía que ya fuera demasiado tarde, la sola idea de que el corazón de James no latiera la mataba por dentro.

—Estamos perdidos —anunció uno de aquellos criminales que los acompañaban.

—¡¿Qué?! —gritó Stephanie; eso era lo que le faltaba, perderse entre las montañas, mientras a James iban a matarlo.

—Hemos tomado mal el camino, la tormenta de ayer debió esconder el sendero principal —explicó otro.

—Eso no puede ser, ¿nos desviamos mucho? —Stephanie estaba a punto de caer en una crisis.

—No sé, pero estamos rodeando toda la montaña. O seguimos y tratamos de llegar a algún lado, o nos devolvemos y perdemos más tiempo, ustedes deciden.

—Continuemos. —Eligió rápido—. ¿Si podemos llegar de todas formas, no?

—Sí, la montaña que buscamos se debe ver de diferentes ángulos.

Stephanie después de caminar mucho y no ver la montaña que buscaban tuvo ganas de llorar. Incluso se lanzó al suelo como derrotada, nada le indicaba que James pudiera seguir con vida, sabía que debía aferrarse a esa posibilidad, pero ahora era muy difícil creer en ella.

Cuando ya perdía todas esperanzas, un grito, y el sonido de un tiro, hizo que se levantara de inmediato y corriera a ver de dónde provenía todo aquello.

***

—¡Hey! Principito hasta aquí llegaste —gritó Ray quien desde la comodidad de aquella especie de colina, veía a James y Amelie caminar abajo—, y tú Amelie tampoco te salvas.

A James se le heló el corazón, todo lo que tenían en frente era un espacio blanco sin lugar donde esconderse, todo había acabado ahí, lo mejor que podía hacer era rendirse, arrodillarse en la nieve, y esperar que la muerte le llegara, pero no fue lo que hizo. Por el contrario, tomó la mano de Amelie y ambos corrieron rápido, tan rápido como nunca antes lo hubieran hecho, todo el cansancio, lo malestares, todo se había esfumado, ahora solo quedaba sus ganas por querer vivir. Un tiro les fue lanzado, pero no acertó en ninguno de los dos, otro más y otro, pero continuaron corriendo. Mientras corrían podían escuchar las risas de aquellos matones atrás suyo, era innegable que querían divertirse.

—Mira como corren las hormiguitas —bufó uno de ellos—. Corran, corran, pero ya están muertos.

Solo por diversión comenzaron a disparar sin acertar en ellos, solo a sus alrededores para asustarlos. Jugaban con ellos, querían mantenerlos asustados hasta el último momento.

James y Amelie se encontraban en una depresión que unía dos colinas, correr hasta el centro no fue difícil, pero correr hasta la otra colina, por tratarse de una subida, eso sí sería difícil.

A Ray y los suyos no les fue difícil alcanzarlos. James y Amelie ya no podían más, les era imposible respirar, así que se quedaron tomando aire, parados de espaldas a Ray y los otros.

—Amelie hija querida, más tarde verás la muerte que te tengo preparada —dijo mientras apuntaba a James con aquella escopeta, a ella otro más la apuntaba—. A ti principito te tocará la misma muerte que ya estaba programada y que por tu estupidez retrasaste.

Uno de los hombres tomó a Amelie inmovilizándola, ella puso resistencia, pero nunca gritó, no era de ella suplicar por compasión. A James de una patada detrás de sus piernas lo hicieron arrodillarse. Ray iba bien preparado con un enorme cuchillo

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